"Nosotros", la nueva clase

Los productos básicos que escasean en Venezuela se venden de forma ilegal en el mercado negro de Petare. (Twitter)
Los productos básicos que escasean en Venezuela se venden de forma ilegal en el mercado negro de Petare. (Twitter)
Reinaldo Poleo

15 de septiembre 2016 - 13:18

Caracas/Son las 6 de la mañana del 28 de junio, conduzco despacio por la carretera Panamericana, mi vista se pierde ante la larga cola de personas en abrigos entre neblina, llovizna y hambre. Apretados unos a otros como para darse calor. Kilómetro y medio separa al último de la cola de la entrada del supermercado. Es la misma imagen del día anterior. Todos esperan la apertura a fin de comprar cualquier producto regulado que llegue, nadie sabe cuál, también desconocen cuántos podrán comprar y menos saben si algún producto llegará.

Ya los agentes de la Guardia Nacional Bolivariana han llegado, vestidos con su habitual uniforme verde aceituna y protegidos cual Robocop, con armas largas, cascos y escudos, recorren la cola.

Paso al frente de la cerrada puerta del supermercado, flanqueada por el gran camión de la guardia antimotines, solamente para notar que hacia el lado contrario hay otra cola extendiéndose por unos 700 metros, la de las personas de la tercera edad. Muchos jóvenes entre ellos, esos son los "coleros", familiares, nietos, hijos o "cuidadores de puesto".

Es difícil sacar ese sabor metálico que te deja el "derramamiento" de dignidad.

Es difícil sacar ese sabor metálico que te deja el "derramamiento" de dignidad

De pronto mi mente, la cual lucha por concentrarse en la vía y la radio para arrancarse el sin sabor, se ve abatida por una llamada a la estación, una denuncia, la dama que habla, palabras más, palabras menos, alerta acerca del irresponsable favoritismo de los funcionarios encargados de la venta y control de los productos regulados, al permitir a ciertas categorías de funcionarios públicos, como los bomberos, médicos o agentes de seguridad, pasar antes que los otros empleados públicos, situación que ¡no le parece justa!

Casi inmediatamente, se comunica a la emisora de radio, un "funcionario público", específicamente un bombero, con la finalidad de llamar la atención de la dama, ya que, por su labor de salvar vidas y largas guardias, le hacía imposible "hacer colas de 10 horas" para comprar los productos regulados de la canasta básica, exigiendo a la denunciante "comprensión y civismo".

Casi sin respiro, la locutora deja entrar otra llamada, en la cual, un "empleado público", increpa al bombero a reconocer que la diferencia entre "funcionarios" y "empleados públicos" era regida por una escala interna en las estructuras gubernamentales, pero que a la larga "todos tienen el mismo derecho"...

La diatriba termina con el silencio de la locutora, y un escueto "Ahí tienen la denuncia, para que las autoridades la tomen en cuenta", luego música, solo música. Qué más se puede agregar.

Creo que en medio de toda esta sarta de infelices denuncias vale la pena recordar a los empleados públicos, que mientras un bombero, policía o hasta la Guardia Nacional Bolivariana, cumplen guardias, arduas y extensas, así sea salvándonos a unos o reprimiéndonos otros, ellos simplemente, en su mayoría, simplemente "chupan vidas".

Entre la ineficiencia gubernamental, hay unos cuantos empleados o funcionarios, cuya mística y honestidad, se ven encogidas en la marisma de corrupción y burocracia. Mis consideraciones, felicitaciones y honra a esos héroes que sobreviven cual oasis en un desierto de decidía.

Cuán lejos quedó la lucha de clases... extinto quedó el materialismo histórico de Marx y las clases en términos productivistas de Weber, los padres fundadores de la sociología moderna, deben contemplar estupefactos, la guerra del proletariado.

Lo que había escuchado tenía que tener profundas raíces en el pensamiento del venezolano moderno, la miseria de un Estado totalitario, en el cual, después de arruinar y desaparecer prácticamente a toda la iniciativa privada, se erige como único patrón omnipotente.

Su ineficiencia ha sumido al país con mayores reservas petroleras del planeta, cuya industria petrolera fue considerada como una de las más eficientes del mundo, en una economía de guerra, logrando la nivelación de la miseria, con el control del hambre y el terror como armas de dominio social.

Mientras enarbola millonarias campañas internacionales vendiendo la utópica maravilla del "socialismo del siglo XXI", los venezolanos morimos de mengua y carestía.

Al final he llegado a mi trabajo. Al trabajo de todos los días, al que paga impuesto, crea empleo y su productividad se ve en los resultados. Al esfuerzo de la iniciativa privada, la única que no se detuvo, después del decreto presidencial, el cual redujo la jornada de trabajo de los empleados públicos a medio día, de 7:30 am hasta la 1:00 pm desde finales de febrero de este año, con la intención de hacer frente a los estragos energéticos provocados (por segunda vez) por el fenómeno de El niño, para el cual nunca se tomaron previsiones.

Soy parte de una de las clases más bajas del "socialismo del siglo XXI"

Soy parte del esfuerzo privado que siguió trabajando su jornada completa y que no recortó a dos medio días a la semana su actividad, cuando el Gobierno parasitario decretó a finales de abril del presente año la reducción de días de trabajo hábil a solamente lunes y martes, manteniendo la jornada a medio día.

Soy parte de una de las clases más bajas del "socialismo del siglo XXI".

La sociedad se dividió en dos bloques, formados por castas:

Los de Arriba:

Boliburgueses, el entramado más alto del poder político, económico y militar, privilegiados y amalgamados bajo un sistema corrupto en el cual tienes que tener las "manos mojadas" para pertenecer y no representar un peligro para el resto. Para ellos no hay crisis humanitaria, ni escasez y son los que no entienden por qué los de abajo "no comen pasteles, cuando no hay pan".

Empresarios sobrevivientes, simplemente empresarios empeñados en trabajar en Venezuela, sus vidas están aseguradas en el exterior, así como bienes y en muchos casos su familia. Sin embargo, siguen aquí y de ellos dependen un gran número de trabajos directos e indirectos, así como mantienen prácticamente todo el peso de la poca producción y los impuestos.

Los políticos de la oposición, conformados por la unión de viejos y nuevos liderazgos, los cuales se empeñan en devolver el talante democrático a la nación, por caminos constitucionales. Enemigos del status quo, traidores al ideal bolivariano, presos políticos y objetivos de la revolución.

Los de Abajo:

Funcionarios públicos, cuya actividad no puede detenerse. Personajes destacados en actividades de salud, control, represión o "protección". Son los primeros en obtener alimentos...

Empleados públicos, son aquellos funcionarios cuya actividad puede detenerse sin parar el funcionamiento del país. A las pruebas me remito, meses detenidos y todo funciona. Son los segundos en la cola por comida.

Tercera Edad, adultos mayores, pensionados unos, sobrevivientes otros, deben hacer su cola o simplemente no comen.

Bachaqueros, clase delincuencial que juega con el hambre y la salud de sus iguales, nuevos propietarios cuyas redes son alimentadas por boliburgueses, "enchufados", corruptos o Comités Locales de Abastecimiento y Producción (Clap). No sé muy bien en qué lugar ponerles, porque se mueven como mafias, entre las sombras.

Paramilitares y Colectivos, Feudos delincuenciales, encargados de la seguridad extrajudicial del Estado. Paramilitarismo oficialista susceptibles al exterminio cuando intentan emprender iniciativas privadas. Por lo general, son los mejores armados en el país. Se reúnen en megabandas con territorios específicos y alianzas estratégicas.

Nosotros, los que seguimos trabajando día a día, que firmamos, validamos, somos la masa de las marchas opositoras, los disconformes, los que no tenemos tiempo para hacer una cola porque si no trabajamos el país se para, los empleados de las pequeñas iniciativas, pequeños empresarios y comerciantes, productores artesanales, microempresas de servicio. Los que usamos los fines de semana para obtener el alimento que podemos encontrar.

Los Otros, los sobrevivientes, los necesitados, los que se levantan a medianoche para conseguir dos paquetes de arroz y dos paquetes de harina, para alimentar a siete u ocho personas, porque no pueden pagar por verduras y vegetales, los que mueren de mengua porque ni consiguen ni pueden pagar una medicina. Los que mueren en un hospital por falta de un catéter. Los que están acompañados en las colas por sus hijos que ya no van a la escuela, porque no tienen para vestirlos o alimentarlos como es debido. Los que revisan la basura de los supermercados para conseguir una cebolla o un tomate que se puedan comer. Los que tienen rabia porque se sienten engañados. Los botados de la administración pública y les fue negado su derecho a reclamar indemnización so pena de perder su dinero para siempre, o no poder ser contratado en institución pública alguna. Los botados por firmar contra el Gobierno o por tener preferencias políticas diferentes, simplemente porque para ser funcionario o empleado público requiere de sumisión absoluta al partido único de Gobierno.

Los Otros son la rabia creciente de una sociedad carente de valores. Los Otros son la sociedad silente, la bomba de tiempo de una revolución salvaje, sin ideología ni principios. Porque a quien se le arrancó la educación y su condición humana, recae en los instintos, vuelve a la selva.

Debo mencionar también y sin restar importancia a Aquellos, los que se fueron, escapados, asilados, soñadores y esperanzados, que sobreviven, la mayoría, en diásporas repartidas por todo el planeta. Ellos son los desplazados, parte de una humanidad de refugiados y trashumantes, que tan de moda se ha puesto.

Y pensar, que el alimento y medicinas que aún se consiguen y que se reparten, son producidas y llevadas por los Empresarios sobrevivientes y Nosotros.

Venezuela es más que esto. Los venezolanos debemos ser más que esto. Pero la masa pareciera preferir comer migajas para siempre, que levantarse y cambiar, para producir un cambio.

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