¿Está perdiendo el oficialismo cubano la batalla de las redes sociales?

El Ministerio de Educación publica un tuit soez contra Andy Vázquez que ha debido borrar tras las críticas

Captura del mensaje, ahora borrado, que publicó el Ministerio de Educación este lunes.
Captura del mensaje, ahora borrado, que publicó el Ministerio de Educación este lunes.
Yoani Sánchez

11 de febrero 2020 - 17:13

Bogotá/Ministerios, instituciones o figuras públicas, da igual hacia dónde se mire, el oficialismo cubano está perdiendo la batalla en las redes sociales y los golpes más duros le llegan desde sus propias filas. Vulgaridades, amenazas, retos a peleas físicas y erratas por montones son algunas de las torpezas más repetidas en las cuentas de Twitter y Facebook que dan voz a las autoridades de la Isla.

El más reciente tropiezo es responsabilidad del Ministerio de Educación (Mined) que reprodujo en un tuit, ahora eliminado, sin mencionar que era una cita ni poner comillas, un texto contra el actor que encarna el popular personaje de Facundo. "Andy Vázquez un cívico incomprendido? No jodan, a otro con ese cuento", reza el mensaje que ha provocado una avalancha de críticas por el lenguaje soez usado por esta institución educativa.

Sin embargo, ni el tuit del Ministerio es de lo más chabacano que se ha publicado en la cuenta de una institución cubana ni es algo inusual en el discurso oficial, acostumbrado a la bravuconería revolucionaria

Sin embargo, ni el tuit del Ministerio es de lo más chabacano que se ha publicado en la cuenta de una institución cubana ni es algo inusual en el discurso oficial, acostumbrado a la bravuconería revolucionaria y a echar mano de un lenguaje arrabalero creyéndose así más cercano al pueblo. En realidad, ha sido una práctica muy vieja en la propaganda del castrismo, donde destacan desde metáforas sexuales, hasta alusiones directas a las gónadas masculinas como símbolos de patriotismo y valor.

La diferencia es que mientras todo quedaba en el campo de la palabra articulada, del grito lanzado en medio de un acto de repudio contra un disidente o se reducía a un lema escrito en una valla callejera, la difusión era menor. Pero ahora, con miles o millones de ojos posados en las cuentas oficiales de las redes sociales, cada pequeño desliz, cada vocablo soez y cada frase agresiva multiplica las reacciones y llega a un incalculable número de internautas dentro y fuera de la Isla.

La mezcla de secretismo, groserías, insultos y gastadas consignas del pasado que componen la política comunicacional de las instituciones, ministerios y dirigentes partidistas en las redes nacen también de sus prejuicios hacia las nuevas tecnologías. Vale la pena recordar que irrumpieron en ellas casi forzados por la realidad de que el discurso independiente de blogueros y tuiteros había ganado bastante terreno en esos predios.

También, sus actitudes muestran la lentitud para abordar ciertos temas, difundir noticias o emitir un juicio que caracteriza a los canales de información controlados por el Partido Comunista. Hasta que la Plaza de la Revolución no se pronuncia, sus seguidores no pueden hacerlo y para cuando lo hace dicta desde el enfoque hasta las etiquetas, que deben usarse. De ahí el aburrido cotorreo o repetición uniformada de hashtag que define a sus cuentas.

La creatividad, el criterio propio y la frase con mezcla de humor y frescura pueden pagarse caros, algo que han aprendido algunos entusiastas tuiteros que, al alejarse unos milímetros del discurso gubernamental, han debido borrar sus publicaciones, enmendar la plana y hasta cerrar sus cuentas en Facebook, Twitter o Instagram para evitar incomodar a sus superiores.

Los ingenieros graduados en la Universidad de Ciencias Informáticas o los licenciados en las facultades de Periodismo que forman parte de los equipos "comunicacionales" de instituciones o ministerios deben padecer bastante esta situación

Los administradores de redes se hallan muchas veces atados de manos. Pueden dominar la tecnología, conocer la mejor manera de llegar a la audiencia y tener deseos de emprender nuevos derroteros en la comunicación política, pero se topan con una férrea disciplina informativa basada en la polarización, la exclusión de las diferencias, la arrogancia, el control excesivo de la información y una absoluta incapacidad para el diálogo.

Los ingenieros graduados en la Universidad de Ciencias Informáticas o los licenciados en las facultades de Periodismo que forman parte de los equipos "comunicacionales" de instituciones o ministerios deben padecer bastante esta situación. Algunos de ellos, por más que traten de convencer a sus jefes de que así ya no se habla en el siglo XXI y que en las redes sociales los funcionarios públicos deben extremar las buenas maneras y la receptividad de las opiniones ciudadanas, se topan con el muro de unas prácticas discursivas formadas en la guerrilla verbal por más de medio siglo.

Ahora mismo, cuando sale publicado un tuit en una cuenta ministerial, en el timeline de un funcionario o en el muro de Facebook de una institución, habrá quienes dentro de las estructuras oficiales se persignen y piensen: "A las trincheras, que vienen los nuestros". Y tendrán razón. No hay golpes a la credibilidad más fuertes, que los que se está propinando en internet el propio castrismo.

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