La ‘pincha’ (en serio)

Muchísimos cubanos trabajan hasta la madrugada y toman la misma ruta 11, cansados, callados, ejerciendo la privilegiada libertad de pensar

Madrugada en la Pequeña Habana. La Ruta 11 de ómnibus pasa por aquí repleta de cubanos. Trabajan duro por salarios bajos muchos de ellos, como casi en todo el sur de EE UU. (P. Rodríguez)
Madrugada en la Pequeña Habana. La Ruta 11 de ómnibus pasa por aquí repleta de cubanos. Trabajan duro por salarios bajos muchos de ellos, como casi en todo el sur de EE UU. (P. Rodríguez)
Pedro Rodríguez Gutiérrez

28 de septiembre 2016 - 11:32

Miami/Leo que un comandante manda los cubanos a trabajar más, después de 56 años sin incentivos integrales para hacerlo, y me parece un episodio de Macondo. Soy testigo y partícipe del descomunal esfuerzo de millones y millones de cubanos por materializar la utopía, por darle cuerpo y alma a la palabra, hasta que cuerpo, alma, palabra y sueño se fueron desparramando por el tiempo en un largo trayecto de país fallido.

Siguieron, seguimos trabajando mucho contra la corriente, y con ese peso encima, llegamos a Estados Unidos creyendo que todo lo sabemos sobre "la pincha", esa metáfora inventada en aquel fragor. Llegamos al país con el más grande y más culto ejército de buscadores de empleo del planeta.

Aquí sí hay que trabajar, aquí "la pincha" sí pincha. Y no se dice por desanimar a nadie, sigan viniendo todos los que quieran y puedan, bienvenidos, pero advertidos: aquí un dolor de cabeza, un resfriado o un problema personal y las cuantiosas justificaciones para dejar trabajar tienen un límite preciso que establece el propietario de la compañía. Eviten papelazos como el de un habanero que llegó queriendo trabajar como le daba la gana y, al advertirlo de las reglas del trabajo en grupo, preguntó: "¿Y el derecho de los trabajadores?".

Eviten papelazos como el de un habanero que llegó queriendo trabajar como le daba la gana y, al advertirlo de las reglas del trabajo en grupo, preguntó: "¿Y el derecho de los trabajadores?"

Aquí no hay Central de Trabajadores de Cuba (CTC); el dueño establece las normas, de acuerdo a las provisiones laborales del país, las conoces y aceptas desde que entras. "Aterriza, cubano, aterriza", le dijeron. Las uniones sindicales defienden a los trabajadores, pero no para cualquier excusa y no existen en todas las empresas, muchas de las cuales las ven con malos ojos ya que las hacen inoperantes muchas veces.

La china encontró su primer trabajo en un bar de la Calle Ocho, dos dólares la hora más la propina, seis de la tarde hasta la madrugada; escapó de ahí tan pronto pudo, pasó por varias oficinas y negocios y fue abriéndose camino. Su hermano del alma halló ocupación en un car wash de Hialeah y después en otro hasta que se reencaminó por los estudios en el Interamerican Campus del Miami Dade College de la Pequeña Habana, siguió hacia la Universidad Internacional de Florida (FIU), donde se graduó de ingeniero y trabaja para la industria eléctrica del estado.

Vivencio trabajó para Yuri Velázquez en Hialeah, el más famoso barbero del condado y sus alrededores, según su perfil en Facebook. Aquí el recién llegado inició un largo periplo que incluyó labores de construcción y mantenimiento, limpieza de locales y lavaplatos en restaurantes de Miami Dade y Broward.

"Pero, ¿qué tú haces aquí, qué diría Fidel si te viera lavando platos?", dijo un calvo ecuatoriano, inoportuno, en la entrevista de trabajo.

"Él no me paga los biles [cuentas], así que me tiene sin cuidado", respondió Vivencio, incómodo por la pregunta fuera de lugar.

Casi todas las empresas estadounidenses hacen firmar acuerdos de confidencialidad sobre la información y lo que ocurre en ellas, sobre todo datos sensibles y hechos que pudieran desacreditar la institución aunque fuesen reales. Por esos pelos en la lengua, uno se limita a no especificar ciertas anécdotas, pero los aludidos se reconocen y se descubren en comentarios a las crónicas con seudónimos. ¡¡Holaaa!!

"Dios mío, cómo puedo callarme", exclamó Vivencio, "si un señor que supuestamente dirige profesionales me dice: 'Lo contraté porque es el único que tiene un título universitario'". Es una práctica observada en el sur de Estados Unidos, la de emplear personal no capacitado en tareas profesionales por sueldos mezquinos, no pagar los domingos, días feriados ni las noches como debe hacerse y se hace en el norte.

Vivencio me ha relatado que en los últimos 15 años ha trabajado más en EE UU que en los otros 37 años de intensa vida laboral. Y en ese tránsito dentro del ejército de desempleados ha conocido muchas, muchísimas personas con altísimo nivel educacional que ejercen las más humildes faenas con toda dignidad y dedicación. Un día, sin que él lo supiera, varios jefes de culinaria lo observaban trabajar en la máquina lavaplatos.

Quienes han salido de Cuba con trabajo asegurado desconocen las venturas y desventuras de ir a buscar empleo en una oficinita de Flagler y la calle 10

"No es muy rápido, pero constante", fue el peor comentario que se hizo. Después de esa observación, el chef de ese gran restaurante de Hollywood dijo a Vivencio:

"Te quiero en mi team". Claro que algún medio mentiroso se presiente entre los insignes lavaplatos: "Soy doctor en ciencias, di clases en la CUJAE muchos años y en Madrid tengo 40.000 euros, lo que pasa es que...". ¿Y qué hace aquí?, se preguntaban todos.

Las historias de cubanos inmigrantes son muy diferentes. Hay algunas sobre éxito empresarial y de negocios, que sacan la cara por los demás. La inmensa mayoría padece la ausencia de capital y de habilidades para emprender negocios, una estrategia y herencia macabras del monopolio estatal cubano del comercio. Macabra, porque ni resolvieron el comercio en Cuba ni dejaron desarrollarse a comerciantes, aunque eso parece cambiar.

Quienes han salido de Cuba con trabajo asegurado desconocen las venturas y desventuras de ir a buscar empleo en una oficinita de Flagler y la calle 10 de la Pequeña Habana. Otros muchos han vivido el despertar a las 4:30 de la mañana para coger la ruta 11 en Flagler, bajarse en la 72 Avenida y tomar otro ómnibus hasta la 36 calle del North West y caminar todavía tres largas cuadras hasta el almacén. Muchísimos trabajan hasta la madrugada y toman la misma ruta 11, cansados, callados, ejerciendo la privilegiada libertad de pensar.

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