La rebelión de los usuarios

Hastiados ya de que les digan "esto es lo que le toca, compañero", aspiran a escuchar: "¿Qué se le ofrece, señor?"

En los mercados más grandes como Carlos III abastecen de cárnicos con más frecuencia pero las colas son largas y conflictivas. "Aquí todos los días se forma una bronca cuando sacan pollo o salchichas", dice uno de los custodios. (14ymedio)
La arrogancia con la que los ideólogos del Partido se burlaban de estas "supercherías del consumismo" va desapareciendo frente a la creciente demanda de la población de ser tratada con respeto. (14ymedio)
Reinaldo Escobar

04 de junio 2019 - 13:46

La Habana/En medio de las consignas oficiales que promueven "la continuidad del proceso revolucionario", en Cuba se produce hoy una ruptura en otros planos ajenos a los paradigmas ideológicos. Desprovistos de derechos ciudadanos para elegir a sus gobernantes; atados de pies y manos para proponer opciones políticas, los ciudadanos se ven reducidos a simples consumidores.

Aquella generación que entregó su juventud a la realización de una utopía tiene que sobrevivir hoy con una precaria jubilación. Sus nietos, que nacieron junto a la aparición de la dualidad monetaria, se han graduado en las universidades, ya tienen hijos y carecen de un compromiso con el pasado.

Lo que une más a estos cubanos, en los momentos en que pesa sobre la Isla la amenaza de un nuevo Periodo Especial, no es otra cosa que los compartidos intereses que tienen como usuarios, clientes o consumidores. Resulta demasiado riesgoso seguir creyendo aquello de que "nadie quedará abandonado" y la gente empieza a defenderse de la forma abusiva con que la trata el Estado..

Lo que une más a estos cubanos, en los momentos en que pesa sobre la Isla la amenaza de un nuevo Periodo Especial, no es otra cosa que los compartidos intereses que tienen como usuarios, clientes o consumidores

¿Cómo evolucionó en 60 años la relación de los clientes con el mercado?

Las reglas del mercado se subvirtieron desde principios de la década de los 60. El concepto de vender fue sustituido por distribuir, con la proclamada intención de que lo poco que había alcanzara a todos por igual, a precios subvencionados y controlados centralmente. El sistema de racionamiento dirigido por las Oficinas de Control y Distribución de Abastecimientos surgió oficialmente el 12 de julio de 1963.

Cinco años más tarde, la Ofensiva Revolucionaria abolió todo vestigio de gestión comercial en manos privadas. A lo largo de los años 70 lo único que se podía comprar fuera del racionamiento eran libros y periódicos, además de medicinas en las farmacias.Todo lo otro, incluyendo cordones para zapatos o repuestos de bolígrafos, aparecía normado con sus respectivos números en la libreta de productos industriales.

A partir de ese momento se realizaron diversas reformas y contrarreformas, las primeras tendientes a reconocer las reglas del libre mercado y con ellas la natural existencia de diferencias sociales; las segundas, con la inclinación a mantener los controles desde el Estado paternalista propugnador del igualitarismo.

La década de los años 80 vio nacer el mercado liberado en las tiendas de ropa y calzado, las artesanías de los sábados en la Plaza de la Catedral, los mercados campesinos con precios de oferta y demanda y la aparición de las llamadas diplotiendas donde los cubanos no podían comprar, pero compraban pidiendo el favor a amigos extranjeros. Interpretando a su forma la frase leninista de "un paso adelante, dos pasos atrás", la decisión de Fidel Castro fue eliminar la mayoría de esas "debilidades".

Era la época en que para comprar un electrodoméstico era necesario, además de pagarlo, presentar en la tienda el bono que se daba en los centros de trabajo a quienes habían acumulado mayores méritos laborales. Cumplir con los requisitos de la emulación socialista, acumular muchas horas de trabajo voluntario y haber participado en las actividades políticas formaba parte de aquella moneda invisible sin la cual no se podía comprar un refrigerador, un televisor o una lavadora, casi siempre de factura soviética.

Todo cambió de forma inesperada tras el derrumbe del campo socialista. El Gobierno se vio obligado a aceptar la circulación del dólar estadounidense y a poner en funcionamiento la red de Tiendas Recaudadoras de Divisas (TRD). De la noche a la mañana la moneda invisible había desaparecido y para comprar objetos de valor ya no era necesario tener méritos, sino dólares. Curiosamente, para tener ese dinero lo más recomendable era desplegar estrategias muy diferentes a las que requerían los méritos revolucionarios.

Comprar en las shoppings, como popularmente se les llamó, representaba al principio un símbolo de estatus; la posibilidad de adquirir ciertas "chucherías del capitalismo"

Comprar en las shoppings, como popularmente se les llamó, representaba al principio un símbolo de estatus; la posibilidad de adquirir ciertas "chucherías del capitalismo". Para los más fundamentalistas militantes del Partido Comunista entrar a una de ellas significaba una transgresión ideológica, permitida a aquellos que habían mantenido cordiales relaciones con sus familiares en el extranjero y que generosamente enviaban dinero fresco para mantener las "sagradas conquistas de la Revolución".

La realidad ha impuesto hoy un cambio sustancial en la apreciación que los cubanos tienen del mercado, en particular sobre el que ofrece sus productos en pesos convertibles. Quizás porque la zona menos dinámica del mercado se encuentre en lo que se refiere a sus aspectos subjetivos, estos cambios han sido lentos, casi imperceptibles.

En virtud de lo menguado de la mal llamada "canasta básica", que tiene la encomienda de asegurar la distribución normada-subvencionada, la mayoría de los cubanos acude hoy a las también desabastecidas shoppings, sobre todo desde que aceptan moneda nacional al cambio de 25 CUP por 1 CUC. Cuadritos de sopa, salchichas, aceite vegetal, detergente y, cuando aparece, el pollo, son las más populares adquisiciones en estas TRD que llegaron a tener cerca de 2.000 puntos de venta en todo el país.

Aunque desde marzo del año pasado cambiaron su nombre por Cadenas de Tiendas Caribe, quizás para ser menos evidente su obsceno propósito de sacar un máximo de dinero a los clientes, los precios de sus mercancías siguen siendo excesivamente caros, pues pueden llegar a un 200% de lo que cuesta adquirirlas o producirlas.

Dicho de otro modo, aunque en la población la percepción de estos mercados ya no es la de adquirir exquisiteces superfluas, sino el único modo de acceder a lo imprescindible, los que toman las decisiones siguen actuando como si dirigieran una tienda exclusiva para ricos.

La política que define los precios se basa en la aplicación de una justicia social que consiste en penalizar la tenencia de dinero para que los desfavorecidos disfruten de los programas de beneficio social. Lo absurdo es que estos desfavorecidos se ven obligados a acudir a estos mercados donde se les despoja de una parte importante de su salario.

Hace unos años a ningún elector se le ocurría plantearle a su delegado en la asamblea de rendición de cuentas alguna queja sobre desabastecimiento o precios abusivos. Se podría ver como una ostentación frente a sus vecinos. Ese es el problema de la minoría que compra en las shoppings, podían reprocharle. Las cosas han cambiado. Algo se ha roto en la continuidad.

Ahora la pelea transcurre en el cuadrilátero de las redes sociales, donde los usuarios se niegan a aceptar mansamente que les hagan creer que el avestruz sería una opción para alimentar a la familia

Ahora la pelea transcurre en el cuadrilátero de las redes sociales, donde los usuarios se niegan a aceptar mansamente que les hagan creer que el avestruz sería una opción para alimentar a la familia, protestan abiertamente por la absurda distribución de un pescado liberado-controlado y, aún más, revelan sus identidades en una campaña de tuits para exigir al monopolio de comunicaciones Etecsa que baje los precios.

En la aldea globalizada donde funciona la economía de mercado los hechos han evolucionado y se han extendido de manera muy diferente. Los viernes negros, las rebajas de primavera o las tarjetas de membresía que acumulan puntos según el volumen de lo que se compra están presentes en la mayoría de los países.

Casi a simple vista se puede apreciar cómo evoluciona la calidad y variedad de los productos, la forma de presentarlos y la manera en que se colocan los estantes. Las ventas a domicilio, los encargos por internet y la entrega usando drones o vehículos terrestres no tripulados son tal vez los últimos hitos de la modernidad.

Los críticos antisistema definen todo esto como "la dictadura del mercado" y no se cansan de advertir a los cubanos de que no se sientan tentados de renunciar a las ventajas del socialismo para sucumbir a las trampas del capitalismo.

La arrogancia con la que los ideólogos del Partido se burlaban de estas "supercherías del consumismo" va desapareciendo frente a la creciente demanda de la población de ser tratada con respeto. Hastiados ya de que les digan "esto es lo que le toca, compañero", aspiran a escuchar: "¿Qué se le ofrece, señor?".

Esa es la rebelión de los usuarios.

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