Los regímenes autoritarios están de salida en América

Si queda algún resquicio para la libertad, las tiranías siempre pierden en las urnas

El cambio en Argentina supondrá previsiblemente un cambio en las relaciones continentales. En la imagen, Rafael Correa, Evo Morales, Néstor Kirchner, Cristina Fernández, Lula Da Silva, Nicanor Duarte y Hugo Chávez firman el acuerdo para la fundación de Banco del Sur. (CC)
Los líderes del socialismo del siglo XXI durante una época de esplendor que parece haber terminado. (CC)
Pedro Armando Junco

02 de enero 2017 - 10:24

Camagüey/Hasta América llegó la democracia moderna, apenas surgida de la Revolución Francesa, y se extendió desde un polo al otro. Hombres como Washington y Bolívar, a pesar de sus puntos de vistas diferentes, la aclimataron a sus pueblos y se convirtió en regla obligatoria en las constituciones de los diferentes países. Washington la colocó por encima de su persona, aún adolescente de ortodoxia; Bolívar pretendió estar sobre ella, pero ya los pueblos habían decidido lo que podían lograr sin sus prerrogativas.

En la nación de Washington nunca han germinado dictadores, ni golpes de Estado, ni regímenes totalitarios. En la América Nuestra, latinoamericana y liberal, jamás han dejado de faltar. Es una materia muy ardua, pero sumamente interesante, que debe ser estudiada por nuestros politólogos.

En la nación de Washington nunca han germinado dictadores, ni golpes de Estado, ni regímenes totalitarios. En la América Nuestra, latinoamericana y liberal, jamás han dejado de faltar

Sin embargo, 2017 presenta interrogantes originales. En Estados Unidos no ha ganado la democracia esta vez: la candidata demócrata, con un margen de más de dos millones de votantes a su favor, ha sido derrotada. Y ha sido derrotada por un hombre impredecible. Y los hombres impredecibles, como en el caso de Cuba en 1959, pueden cambiar el curso de la historia.

Del lado de acá del Río Bravo continúan las democracias a medias. Tras dos siglos de salpicadas tiranías en el continente, unas peores y otras de menores consecuencias, surgen regímenes de izquierda que, según el léxico de Václav Havel en su ensayo El poder de los sin poder dio en llamar post-totalitarios. Son sistemas que llegaron al poder aprovechando la marginación causada por anteriores democracias, distanciadas de los más necesitados y olvidadas de que estos siempre están en mayoría.

Hasta allí, el camino se presenta hermoso. Rostros carismáticos representan la justicia social. Primero fue en Cuba: próspera, pero entorpecida por una tiranía. La promesa de libertad y justicia, de restitución de la Constitución de 1940 –la más progresista y hermosa de Latinoamérica– y el compromiso de elecciones libres a los dos años del triunfo revolucionario, así como la promesa de nunca intimar con regímenes comunistas, deslumbraron a todo un pueblo en masa. Pero esas promesas nunca se cumplieron. Por el contrario, Cuba se convirtió en el foco que irradió a todas las otras naciones del continente su sistema político, basado en un marxismo imperfecto: el poder a toda costa.

Una década después, fracasados los intentos revolucionarios, con la muerte del Che en Bolivia, se pasa al carril de la política y aparece, por fin, el éxito. Allende en Chile es el primero, aunque no fraguó el intento comunista y, con el golpe de Pinochet, llegó otra dictadura militar de esas a las que ya estábamos acostumbrados. Mejor suerte tuvieron otros que llegaron a la silla presidencial elegidos por sus conciudadanos. Hubo que esperar décadas, pero Chávez, en Venezuela; Lula, en Brasil; Correa, en Ecuador; Mujica, en Uruguay; Cristina Fernández de Kirchner, en Argentina; Ortega, en Nicaragua; Evo Morales en Bolivia –que logró sin sangre lo que Che Guevara no pudo conseguir con armas–, toman las presidencias de sus países democráticamente. Los pobres de los pueblos, esperanzados en el nuevo canto de sirena llamado socialismo del siglo XXI, dan el voto en las urnas. En Honduras abortó el intento por ir demasiado aprisa con los cambios constitucionales –ardid impúdico de, después de alcanzar la victoria mediante un puente legislativo, hacer astillas el puente para que otro no lo cruce.

Pero en Argentina y Brasil ya se malograron recientemente, durante 2016, las "victoriosas huestes de izquierda". A los pueblos les apetece tener en su mesa la opción de diferentes manjares gubernativos, más cuando el presente no ha cumplido a plenitud las promesas ofrecidas y descubren la intención de perpetuidad en el poder. Si queda algún resquicio para la libertad, las tiranías siempre pierden en las urnas.

Tampoco el panorama de 2017 se presenta festivo para los demás regímenes post-totalitarios, sino que un futuro sombrío y de grandes conflictos se perfila sobre esos pueblos de Latinoamérica

Tampoco el panorama de 2017 se presenta festivo para los demás regímenes post-totalitarios, sino que un futuro sombrío y de grandes conflictos se perfila sobre esos pueblos de Latinoamérica. Ortega no confía ni en su propia sombra: ha eliminado a la oposición en el Congreso y ha colocado a su mujer en la vicepresidencia. Morales, a pesar del rechazo público a su nueva reelección, se ha propuesto de facto con ánimo de perpetuidad. Maduro, sin tener en cuenta la ruina en que ha sumido a Venezuela, más la repulsa popular y de la Cámara, se niega al escrutinio democrático; no le importa siquiera el hambre de la ciudadanía y culpa –maquiavélico a fin de cuentas– a enemigos predeterminados: la oposición, los medios y el imperialismo yanqui. Sin embargo, todos sin excepción, ya no cuentan con el apoyo democrático de sus gentes.

No obstante, el año 2017 será fundamental para dos presidentes del grupo que han prometido retirarse: Rafael Correa y Raúl Castro. El ecuatoriano quizás pretenda continuar tras bambalinas si el candidato propuesto por su partido sale victorioso en los comicios. De no alcanzar la victoria, acaso mantenga el altruismo de José Mujica. Del de Cuba, ni siquiera se conoce qué tipo de elecciones prepara y cuáles serán los candidatos que el pueblo podrá refrendar. Contrario a las posibilidades del presidente ecuatoriano, el de Cuba no cuenta con el tiempo a su favor: el tiempo implacable. El tiempo: el opositor invencible que se ven obligados a enfrentar, sin esperanzas de vencer, los autócratas vitalicios.

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