Miniaturas
Rosas, plagios, glosas
Miniaturas
Salamanca/Se puede reconstruir la intimidad de la cultura cubana enumerando pequeños objetos, desde la quincalla hasta la obra de arte. Una historia microscópica de la imagen, un baúl de los recuerdos. Debe incluir, por ejemplo, el relicario con forma de chivo que Belkis Ayón talló en madera en 1995 para una exposición en California. Es un mbori, sagrado porque en su interior –después de abrir el lomo, sellado con un brochecito tabacalero– se encuentra el pez divino abakuá.
También debe figurar la Victoria de Calamina que Cabrera Infante encontró en una tienda de antigüedades de La Habana. El espadachín sin cabeza está junto a la máquina de escribir y el gato Offenbach en sus fotos londinenses, y se supone que el escritor libraba contra él portentosos duelos armado con un lápiz. Esa figura, junto a un libro de Raymond Chandler y unas pocas cosas más, fue lo único que se llevó al exilio.
Objetos cargados, eléctricos, presencias reales, como las figuritas egipcias que Lezama tenía encima de sus libreros. O los soldaditos de plomo que pintaba Eliseo Diego, y sus mapas de juego con ciudades imaginarias a las que nombraba Salchichenburg, Youllbesorry o Tibormosso. Los abanicos de Dulce María Loynaz; las joyas masónicas de Martí, del grado 30 –Caballero Kadosh, en las que las iniciales J. M. no significan José Martí sino quizás Jacques de Molay, el último templario; las anillas de tabaco del siglo XIX; la memorabilia hindú que guardaba Sarduy; los recuerdos familiares de todos los que se van, de los que se siguen yendo.
A ese inventario de miniaturas pertenece la Rosa de Hamburgo, impresa en 1860. La Rosa debe su existencia a uno de los plagios más arteros y famosos del arte cubano: el perpetrado en 1853 por Bernardo May a partir de las litografías de Federico Mialhe. Nacido en Burdeos –la ciudad donde murió Goya–, Mialhe viajó a La Habana en 1838 e inventó visualmente el siglo XIX cubano.
La pelea de Mialhe contra los plagiarios es intensa y se prolonga más allá de su muerte. Durante décadas, los periódicos de todo el mundo ilustraron las noticias sobre Cuba con sus grabados
La pelea de Mialhe contra los plagiarios es intensa y se prolonga más allá de su muerte. Durante décadas, los periódicos de todo el mundo ilustraron las noticias sobre Cuba con sus grabados. Aquellos empresarios que lo copiaron con más insistencia, como May, tuvieron el descaro de vender sus obras en la propia capital de la Isla y la buena suerte de vencer al francés en un juicio, en el que no pudo demostrar que era el autor de las piezas.
Además, una especie de trastorno metafísico marca la relación entre el original y sus versiones. Si Mialhe coloca dos pescadores en su formidable vista del Morro, los plagiarios borran o ahogan a estos dos personajes en su copia. En El quitrín de grandes ruedas de Mialhe aparecen dos muchachas en el asiento y una en un banquito –la señal de que estaba en edad de casarse–; en la de los “nibelungos” que calcaron la imagen en Alemania las ruedas son pequeñas y las tres muchachas se aprietan en un mismo asiento. En el paso de un cartón a otro, el panadero puede desvanecerse, el malojero convertirse en fantasma y el esclavo lanzarse al monte sin que nadie lo persiga.
La Rosa de Hamburgo es hija del plagio, pero hay una delicadeza en ella que hace que uno desee que pertenezca a Mialhe y no a sus contrincantes. El artefacto se compone de 16 caras triangulares de papel, dos de ellas con el dibujo de una rosa, el resto con dos óvalos –uno grande y otro menor– en cuyo interior hay grabados. Doblado el papel, aparece la flor; desplegado, una especie de mapa visual de Cuba.
Los 28 grabados pertenecen a la copia del Viaje pintoresco al rededor de la Isla de Cuba, litografiado por Mialhe entre 1847 y 1848. La falsificación que May comercializó se denomina Álbum Pintoresco de la Isla de Cuba. El pirateo no solo fue contra el francés; otros grabados de la época sufrieron la rapiña y la Rosa lo demuestra: solo siete de sus imágenes salieron del catálogo de Mialhe. El resto pertenece a otros grabadores.
May copió la fabulosa vista de la boca de la bahía habanera que abre el 'Viaje pintoresco', así como el conocido grabado de la Plaza de Armas
May copió la fabulosa vista de la boca de la bahía habanera que abre el Viaje pintoresco, así como el conocido grabado de la Plaza de Armas –que apenas ha cambiado a lo largo de los siglos– y el de la Alameda de Paula. También calcó El quitrín, verdadero bestseller de la época, al igual que la Valla de gallos y Día de Reyes, otro clásico.
Para colmo de ironías, el impresor alemán a quien May confió tanto la Rosa como el resto de los grabados se apellida Adler. En esta historia de inventos, por qué no pensar que era el padre o abuelo de La Mujer que atormentó e hizo tantas trampas a Sherlock Holmes. De haber contado con el detective británico, a Mialhe le hubiera ido mejor en el juicio y en lugar de la elemental pipa, Holmes hubiera regresado al 221B de la Baker Street con una caja de puros.
Pero la ficción no es historia, y es improbable que un francés confíe en un británico para asuntos legales. Mialhe perdió su pleito contra May y regresó tristón a Francia, donde murió en 1881. La Rosa de Hamburgo es una rareza –solo conozco la reproducción de Emilio Cueto– y en cuanto a la historia microscópica del arte cubano, nadie quiere escribirla.
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