El síndrome populista: por sus obras los conoceréis

El candidato republicano Donald Trump. (EFE)
Se puede calificar de la misma manera al ultraconservador Donald Trump o al ultraizquierdista Evo Morales. (EFE)
Carlos Alberto Montaner

30 de marzo 2016 - 15:15

Madrid/Como es notorio, las palabras cambian de significado con el tiempo. Es algo consustancial al lenguaje. Le ha ocurrido al vocablo populista o neopopulista, como antes sucedió con neoliberal.

Hace varias décadas, por ejemplo, la palabra neoliberal sólo significaba una puesta al día del viejo liberalismo decimonónico, fundamentalmente laicista y anticlerical, entreverándolo con nuevas hipótesis económicas y sociales. Era la manera moderna de asumir las antiguas ideas de la libertad.

No obstante, a fines de la década de los años noventa del siglo XX ese significado fue cobrando una connotación peyorativa de la que se servían los adversarios en los debates políticos:

– Usted es un neoliberal, acusaba alguien de la izquierda al candidato al que deseaba desprestigiar suponiéndole un corazón desprovisto del menor vestigio de conciencia social.

– Más neoliberal, será usted, respondía airado el ofendido.

Cuando se acusa a un gobierno de ser populista se le está imputando un tipo de comportamiento censurable que a medio o largo plazo suele empobrecer a la sociedad

Algo similar le ha ocurrido al vocablo populista. En sus orígenes, esa palabra quería decir algo favorable al pueblo, generalmente desligado de la política convencional. Los funcionarios que respondían a las expectativas de las gentes y se hacían querer por las masas eran populistas.

Hoy no es así. Cuando se acusa a un gobierno de ser populista se le está imputando un tipo de comportamiento censurable que a medio o largo plazo suele empobrecer a la sociedad. Es una etiqueta-resumen.

Pero, ¿a qué nos referimos cuando calificamos de populista a un político o a un gobierno? ¿Cómo es posible calificar a Donald Trump y a Nicolás Maduro de ser populistas y colocarlos en el mismo saco?

Muy sencillo: procediendo como se hace en medicina cuando calificamos de "síndrome" a tal o más cuales síntomas. No sabemos exactamente qué causa la enfermedad, pero el médico conoce, en líneas generales, cómo se comporta. Cuando están presentes uno o varios de esos síntomas, declara la existencia del mal en el paciente y procede a tratarlo convenientemente.

¿Cuáles son los síntomas del síndrome populista o neopopulista? Hemos identificado 15. Basta con que estén presentes varios de ellos para proceder a diagnosticar como populista a cualquier persona o gobierno que los exhiba. Hay que adelantar, por supuesto, que esos síntomas son pluriformes y no muestran la misma virulencia en todos los casos.

Pluriformes, también, porque no surgen de una misma referencia teórica, como pudo ser el marxismo, sino de cierto tipo de comportamientos que encarnan en cualquier político o movimiento. Por eso se puede calificar de la misma manera al ultraconservador Donald Trump o al ultraizquierdista Evo Morales. Dios los cría y el populismo los junta.

Se puede calificar de la misma manera al ultraconservador Donald Trump o al ultraizquierdista Evo Morales. Dios los cría y el populismo los junta

Anotemos, esos quince rasgos:

  1. Demagogos. Dicen o prometen cualquier cosa. Un millón de casas, cinco millones de puestos de trabajo, menos horas de trabajo y duplicar los salarios. Da igual. No les importa mentir.
  2. Proteccionistas. Culpan a la competencia extranjera porque pagan salarios más bajos de muchos de nuestros males. Proponen proteger la producción nacional mediante gravámenes y tarifas. Detestan el comercio internacional y nunca tienen en cuenta la perspectiva de los consumidores.
  3. Intervencionistas. Intervienen en los procesos productivos e interrumpen el libre juego de oferta y demanda dando instrucciones sobre qué producir, cómo y a qué precio. Padecen la "fatal arrogancia" que Friedrich Hayek les atribuía a quienes creían saber más que el mercado.
  4. Burocratizadores. Suelen aumentar fatalmente la nómina de los empleados públicos. Eso tiene un doble efecto pernicioso: por una parte, complica y ralentiza la creación de bienes y servicios; por la otra, genera formas de corrupción para poder solucionar los problemas artificialmente creados por una burocracia en busca de coimas y otros beneficios ilegales.
  5. Clientelistas. Generan una serie de subsidios o privilegios dirigidos a crear una legión de estómagos agradecidos de los que esperan una perruna conducta electoral. Parte de esa clientela son los empleados públicos innecesariamente nombrados.
  6. Gasto público excesivo. Gastan desproporcionadas cantidades de dinero. Lo hacen mediante la impresión inorgánica de papel moneda, la creación de deuda, casi siempre internacional, o aumentando los impuestos y tributos, factor este último que suele desembocar en la debilidad creciente del aparato productivo.
  7. Inflacionistas. Ese gasto público gigante suele transformarse en inflación. Las cosas y los servicios cada vez valen más, lo que significa mayores carencias para la población.
  8. Devaluación. El gasto público excesivo, la deuda pública incontrolable y la creciente incapacidad para competir provoca frecuentes devaluaciones. El gobierno ajusta la economía mediante la pérdida de valor de la moneda propia ante las divisas extranjeras. Eso empobrece al conjunto de la población y frena el consumo.
  9. Corrupción. Entre las medidas más frecuentes de los gobiernos populistas están los cambios preferenciales de moneda, la selección de sectores privilegiados a los que se les asignan subsidios, las licitaciones amañadas y los bancos sectoriales. Todas éstas son oportunidades para generar negocios turbios capaces de enriquecer a los políticos y funcionarios deshonestos en contubernio con los empresarios del mismo jaez.
  10. Violación descarada de las reglas de la democracia para perpetuarse en el poder. Cambian una y otra vez las Constituciones para adaptarlas a sus ambiciones de mando.
  11. Contubernio entre las empresas y los políticos corruptos. Los gobiernos populistas son el marco perfecto para el "capitalismo de amiguetes" o crony capitalism. Los políticos corruptos enriquecen a los empresarios cortesanos y estos, a su vez, devuelven los favores a los políticos corruptos. Es un círculo vicioso.
  12. Altos impuestos. Para financiar el gasto público desbocado, la corrupción rampante y el resto del dispendio, además de la impresión desordenada de moneda y del endeudamiento, con frecuencia los gobiernos populistas aumentan los impuestos directos e indirectos asfixiando el aparato productivo.
  13. Debilitamiento del sistema judicial. Colocan el poder judicial al servicio del ejecutivo. Los fiscales y jueces no responden a leyes abstractas y neutrales, sino a las órdenes del presidente populista.
  14. Nacionalismo exacerbado. El relato oficial se vuelve peligrosamente nacionalista. Hay un componente demagógico en todo esto. Secuestran a los personajes de la historia (Bolívar, Martí, Duarte) y los colocan al servicio del régimen populista. Cualquier crítica hecha por un extranjero se convierte en una ofensa a la patria.
  15. Antiamericanismo. Los populistas necesitan un enemigo externo. En el pasado fueron los franceses o los británicos. Hoy son los norteamericanos. Carlos Rodríguez Braun, un notable economista hispano-argentino, suele decir que el mejor amigo de los latinoamericanos no es el perro, sino el chivo expiatorio. Una criatura a la que los populistas suelen culpar de todos los males de este mundo.

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