El sueño inconcluso

¿Por qué "el sueño inconcluso"? Porque no se ha conseguido liberar a Cuba y devolverle la democracia, como se plantearon Alberto Muller, Juan Manuel Salvat y Ernesto Fernández Travieso, los tres fundadores del DRE

Imagen de una calle del centro de La Habana. (EFE)
Imagen de una calle del centro de La Habana. (EFE)
Carlos Alberto Montaner

28 de agosto 2022 - 18:45

Miami/"De casta le viene al galgo ser rabilargo": Javier Figueroa de Cárdenas es pariente de Miguel Figueroa, un brillante autonomista del siglo XIX. El autonomismo fue una manera de ser patriota en Cuba. Especialmente, desde el Pacto del Zanjón, que en 1878 puso fin a la Guerra de los 10 años, hasta 1898, cuando Estados Unidos inclinó la balanza a favor de la insurrección cubana.

El autonomismo fue liquidado por el independentismo impulsado por José Martí, pero, como reconocen hoy los historiadores más solventes, las mejores cabezas cubanas eran autonomistas: Rafael Montoro, Antonio Govín, José María Gálvez, Eduardo Dolz, el propio Figueroa y un larguísimo etcétera. Lastimosamente, el experimento sólo duró 20 años (de 1878 a 1898). El mismo periodo que duró la vigencia del Partido Liberal Autonomista, la primera entidad política que surgió en Cuba enteramente independiente.

Javier Figueroa es un excelente historiador profesional. Lo conocí junto a Sylvia, su mujer, en Puerto Rico, donde estuvo enseñando hasta que se jubiló. Obtuvo su doctorado en la Universidad de Connecticut y ha publicado un libro muy notable, con más de 700 páginas y casi 2000 notas al pie, al que le ha llamado El sueño inconcluso: Historia del Directorio Revolucionario Estudiantil (DRE). Cuba 1959-1966.

¿Por qué "el sueño inconcluso"? Porque no se ha conseguido liberar a Cuba y devolverle la democracia, como se plantearon Alberto Muller, Juan Manuel Salvat y Ernesto Fernández Travieso, los tres fundadores del DRE, al comienzo de la aventura, en 1961. Y ¿por qué no pudieron lograrlo? De alguna forma, esta primera crítica trata de abordar ese tema. En realidad, Cuba y toda América Latina pagan por estar lejos del reñidero europeo. Pagan (y cobran) por el aislamiento español. El siglo XIX trajo la destrucción de la pax española.

Durante varios siglos España había mantenido a sus colonias al margen de las crisis europeas, sólo importunadas por la acción de los piratas y corsarios. Pero apareció Napoleón en la historia europea, invadió a España y, tras un momento de duda, los pueblos latinoamericanos se independizaron, menos Cuba y Puerto Rico. (Sé que estoy simplificando excesivamente, pero éste no es el lugar para detallar la hipótesis).

El autonomismo fue liquidado por el independentismo impulsado por José Martí, pero, como reconocen hoy los historiadores más solventes, las mejores cabezas cubanas eran autonomistas: Rafael Montoro, Antonio Govín, José María Gálvez, Eduardo Dolz, el propio Figueroa y un larguísimo etcétera

No todos fueron costos, por supuesto. Hubo algunas ventajas. En la medida que España no participó de las dos guerras mundiales, con su enorme cuota de sangre y destrucción, pero con las relativas ventajas de las dos posguerras, se continuó percibiendo a Latinoamérica como algo diferente, pese a que el idioma, la religión, el trazado de las calles, la división de poderes y el resto de los síntomas apuntaban a que era la misma Europa, liderada por España y Portugal, que sacaba la cabeza al otro lado del Atlántico.

Así las cosas, el 1 de enero de 1959 se da la noticia de que Fulgencio Batista, presidente y hombre (no tan) fuerte del país, había huido de la Isla dejando a su ejército totalmente desamparado. En la Embajada de Estados Unidos en La Habana existía una confusión total. Unos acusan a Fidel de ser comunista. Otros, de ser, fundamentalmente, "fidelista". Incluso, hay algunos (los menos) que piensan que es un "demócrata anticomunista".

Tendrán que esperar pocas semanas para desentrañar el misterio. Sucede en abril de 1959. Pero no está nada claro el desenlace. Castro viaja esa primavera a EE UU. Ha sido invitado por la asociación de la prensa. Se ocupa de anticipar que irá como parte de la "Operación Verdad" para contradecir a quienes se oponen a los fusilamientos.

En la Casa Blanca están Ike Eisenhower, como presidente, y Richard Nixon, como vicepresidente. El 19 de abril Nixon lo invita a visitarlo. Eisenhower no dispone de tiempo. Tiene unas impostergables partidas de golf. Nixon escribe un corto memo en el que caracteriza a Fidel como carismático (que lo es) y como "increíblemente ingenuo" con relación al comunismo (que no lo es) o un "disciplinado comunista" con todas sus consecuencias (que sí lo es). Pero la opinión de Nixon no era muy tomada en cuenta por Ike.

Hasta principios del año entrante, 1960. Un año electoral en el que, en las elecciones de noviembre, a últimos de año, Kennedy fuera preferido con relación a Nixon. Sin embargo, Eisenhower adoptó una estrategia equivocada, acaso por la incomprensión de la deriva cubana que forjaba la presencia de armas atómicas apuntando a Estados Unidos desde Cuba a escasas 90 millas.

El 1 de enero de 1959 se da la noticia de que Fulgencio Batista, presidente y hombre (no tan) fuerte del país, había huido de la Isla dejando a su ejército totalmente desamparado. En la Embajada de EE UU en La Habana existía una confusión total

Me explico. Stalin había muerto el 5 de marzo de 1953. Con él se había llevado a la tumba la noción de que los pueblos latinoamericanos debían esperar a la revolución estadounidense para tomar el "palacio de invierno". Esa era una cháchara propia de Earl Browder y del browderismo. Fidel Castro había demostrado que se podía hacer una revolución comunista a un tiro de piedra de EE UU. Todo estaba en lo que estuviera dispuesto a jugarse Moscú.

Eran los tiempos de Jruschov. Éste creía que el futuro sería comunista. Pensaba que EE UU era una gigante "aldea Potemkin". El primer objeto había salido de la Tierra con rumbo al espacio sideral. Era ruso. La carrera espacial la estaba ganando la URSS. Había razones para estar confundido.

En 1966 no era así. Pero ¿qué hubiera podido hacer Eisenhower en el último año de su segundo mandato, en 1960? Acaso, entender la peligrosidad de Fidel Castro y admitir que América Latina era una región más de la parte europea, sujeta al reto comunista, y actuar en consecuencia. Eso quería decir que debía comprometer abiertamente sus ejércitos, y no tratar de esconderse inútilmente detrás de la CIA, creada al comienzo de la Guerra Fría, a finales de los años cuarenta.

Sólo que ese curso de acción contradecía el prejuicio, muy extendido, que indicaba que América Latina no era parte del mismo sistema de valores de las naciones de Occidente, suscrito por Eisenhower, y Fidel Castro no debía ser tomado en serio por sus adversarios. (Se cuenta en Cuba, soto voce, que en ese primer viaje a EE UU, después del triunfo de la revolución, un congresista borracho, republicano o demócrata, para el caso da absolutamente igual, se le quedó mirando a Fidel Castro, y tratando de tomar sus manos, divertido, sólo le dijo: "¡Oh, Fidel Castro, Cha-Cha-Cha!". El Máximo Líder, como se le llamaba entonces, se le quedó mirando con cierto estupor).

Me dio una gran alegría que el autor reuniera en un tomo a tantos amigos dispersos o, incluso, muertos o fusilados: Virgilio Campanería, Manolo Salvat, Alberto Muller, Joaquín Pérez Rodríguez, José Basulto, Juanito de Armas, Emilio Martínez Venegas, Nicolás Pérez, Huber Matos, Rolando Cubelas, Miguelón García Armengol, Ramón Cernuda, Luis Fernández Rocha, Ignacio Uría, Pedro Subirats, José María de Lasa, Miguel Lasa, Pedro Roig, José Antonio González Lanuza, José Ignacio Rasco, Manuel Artime, Fernando García Chacón y tantos otros que harían de esta crónica un catálogo inservible de nombres.

Se me ocurre que los mismos escrúpulos que tuvieron Muller, Salvat y Ernesto Fernández Travieso para aceptar ayuda de la CIA fueron compartidos por todos los grupos y personalidades que se incorporaron a la lucha en esa primera hornada: ¿Hasta qué punto era honrado aceptar ayuda económica de la CIA?

En efecto: el partido de los comunistas cubanos, el PSP, se apoderó de la Seguridad desde principios de la revolución, y puso al frente de ella a un hombre formado por el KGB.

José Miró Cardona, el ingeniero Manuel Ray y el Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP), Manuel Artime al frente del Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR), Tony Varona con su Rescate Revolucionario (RR), y todas las organizaciones con sus siglas a cuestas tenían serias dudas sobre si aceptar la ayuda que les ofrecía la CIA. Quizás no sabían que la colaboración entre la URSS y Fidel Castro comenzó desde que empezara la revolución.

En efecto: el partido de los comunistas cubanos, el PSP, se apoderó de la Seguridad desde principios de la revolución, y puso al frente de ella a un hombre formado por el KGB. El 4 de marzo de 1960, cuando Eisenhower se convenció de la deriva comunista de Fidel Castro, y le pidió a la CIA que armara una respuesta, ya era muy tarde. Ese mismo día había llegado, desde Curazao, el general soviético Francisco Ciutat de Miguel a hacerse cargo de la defensa de la tiranía comunista que había surgido en Cuba. En la Isla se llamó Angelito Martínez Riosola por designación directa de Fidel Castro.

La CIA no fue nada eficaz combatiendo al KGB. Incluso, casi pierde en Guatemala en 1954. Pese a ello, le encomendaron al mismo equipo que preparara un plan de respuesta. Las infiltraciones que realizó tras la Cortina de Hierro fueron todas aniquiladas. Era, como se decía en Cuba, "Mono contra león y mono amarrado".

Salvat acabó vendiendo libros en Miami, Miró Cardona enseñando Derecho en Puerto Rico, Ray ejerciendo su profesión de constructor de casas baratas prefabricadas. En fin, la primera hornada se conformó con "el sueño inconcluso". Santiago Álvarez me dijo, desconsolado, que los Kennedy hubieran resuelto la cuestión, pero no sé. Tendrían que utilizar los ejércitos de EE UU o esperar a que la incapacidad de producir bienes y servicios, inherentes a la economía colectivista, provoque ciertos cambios que den al traste con el sistema. En eso estamos.

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