El último pitazo
Quito/Muy poco se sabía de aquella región en tiempos de la colonia. Para el año 1898 sus bosques vírgenes cubrían la mayor parte del territorio, salvo una incipiente plantación bananera; las actividades económicas eran muy exiguas. Aquella parte remota del norte oriental cubano tenía para ese entonces una escasa población que se encontraba dispersa y dedicada a actividades de subsistencia.
Solo a finales del siglo XIX e inicios del XX el Banes que hoy conocemos comenzó a transitar por la senda del progreso y de la modernidad de la mano de una empresa monopolista extranjera que identificó en sus fértiles tierras el tesoro que el otrora aislamiento y abandono no habían sido capaces de descubrir. A mediados del siglo XX la Revolución se encargaría de devolver el lugar a la pobreza de antaño.
Hoy, un manojo de retorcidos hierros domina el paisaje. El desempleo y el empleo informal adquieren valores alarmantes, la migración masiva de los jóvenes hacia otras regiones se evidencia en el acentuado envejecimiento de la población. Las carencias se han acrecentado en proporcional relación con la nula importancia económica del poblado que un día fue el centro de todo y que actualmente no es centro de nada más que de la nostalgia por lo que fue y que nunca más será.
Tras la debacle del 59, la historia del Boston cambió drásticamente, comenzando por su nombre, en adelante: Nicaragua
En torno a 1900, el remoto paisaje dio paso al verdor uniforme de la gramínea, solo interrumpido por los poblados que se iban fundando para administrar y garantizar el funcionamiento de aquella organización. Pronto, como venas por el cuerpo, se fue delineando el camino de hierro que definitivamente pondría fin al aislamiento que por siglos sufrió la comarca, complementado con la llegada del telégrafo, el teléfono y los puertos que se construyeron para unir la fábrica de azúcar con las principales ciudades norteamericanas. Cuentan los más viejos que los banenses, macabiseros y antillanos conocían ciudades como Boston, New Orleans o Nueva York sin antes haber visitado La Habana o Santiago.
En menos de una década, la United Fruit Sugar Company sacó del letargo a Banes y lo posicionó entre los pueblos más avanzados del país. Estas transformaciones hicieron que su población se multiplicara incesantemente y que la inicial aldea adquiriera la condición de municipio y ciudad. Pronto aparecieron hospitales, escuelas, fundaciones, imprentas, se conoció la electricidad, se edificó el alcantarillado y más tarde, durante el primer Gobierno de Batista, llegó la carretera. Todo este boom atrajo a hombres y mujeres de todas las partes de la Isla, el Caribe, América, Europa e incluso Asia, lo que condicionó el actual mejunje genético que exhibe su población.
Así transcurrió más de medio siglo de altas y bajas y ni en los momentos más duros de la crisis económica mundial del año 1929 se dejó de producir en el Central Boston. Cuando bajaron de forma insostenible los precios del azúcar en el mercado mundial, las máquinas del coloso no pararon y redirigieron su producción a la fabricación de mieles y alcohol.
Tras la debacle del 59, la historia del Boston cambió drásticamente, comenzando por su nombre, en adelante: Nicaragua. Insuficiencias en la planificación de las siembras y reparaciones, inflación en las plantillas obreras, desahucio masivo del personal técnico en los primeros años, injerencia de los cuadros del PCC (Partido Comunista de Cuba) en cuestiones de carácter técnico, subordinación de la producción a la política y un interminable número de calamidades y desaciertos, desembocaron en su paralización definitiva en el año 2002.
A partir de este momento comenzó a escribirse el más triste capítulo de la historia del Boston y su gente. La promesa de estudio y dinero fácil por asistir unas horas al día a hacer que se aprendía calmó los ánimos de una buena parte de los pueblerinos. Sin embargo, los más avispados comprendieron que esa política no era sostenible y que tarde o temprano terminaría por acabar, lo que en efecto sucedió, y ahí llegó la desesperación, la diáspora a otras regiones, el cambio drástico de planes y proyectos de vida.
Con el último pitazo, dejó de latir el corazón de toda una comunidad, murieron en vida los más arraigados, los que giraban en torno al guarapo y al bagasillo, los que al salir en las mañanas de zafra, desde la puerta de su casa inspiraban el aire colmado de melaza cuan combustible que les recargaba para enfrentar el día.
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El autor, que vive ahora en Quito (Ecuador), nació y creció en el Batey del Central Bostón, donde acaba de pasar unos días para visitar a su familia.