La utopía indemnizada

Manuel Cuesta Morúa

26 de julio 2015 - 10:55

La Habana/¿Qué es la Utopía? Es ese mundo creado a partir y a través de la política por hombres iluminados, nunca mujeres, que se salen del tiempo para descender luego sobre él con un diseño a punto para la organización de la vida; con ideales filosóficos, morales y políticos distintos a los de sus contemporáneos; que solo pueden ser medidos, juzgados y contrastados por y desde sí mismos. La Utopía, así en mayúscula, sigue a Tomás Moro y admite el intercambio entre sus dos significados griegos: el "no lugar" y el "lugar bueno".

Cuba fue la Utopía del mundo occidental. El "no lugar" realizado como "sí lugar" y como "lugar bueno". Intocable e inmedible para su mundo contemporáneo, cuya versión reducida, anti utópica y ejemplar es Estados Unidos, al que debía superar en todos los órdenes y del que no podía depender en ningún sentido profano: mucho menos desde el comercio y el dinero. No solo para evitar la contaminación, sino por una exigencia estructural de coherencia utópica.

Cuba fue la Utopía del mundo occidental. El “no lugar” realizado como “sí lugar” y como “lugar bueno”

Con la conversión de la Utopía en distopía en Un mundo feliz de Aldous Huxley, sin oxígeno y cargado de frustración, pesimismo, derrota y abdicación, Cuba toma contacto con la normalidad del mundo contemporáneo, abandona su largo y fallido experimento y le exige, nada más y nada menos, que indemnización.

Hay aquí un aterrizaje cínico en la realidad que revela la dependencia mundanal a la que está obligada la pureza utópica. Algo parecido hizo el pragmático y anti marxista Lenin con la Nueva Política Económica, allá por 1921. Al darse cuenta que la usina socialista no funcionaba, dio un giro de sobrevida hacia el capitalismo, que marcó la dependencia estructural y marginal de la experiencia del socialismo de la lógica central y global capitalista. La única e importante diferencia fue que Lenin no pidió indemnización por el fracaso propio.

Obligado a moverse dentro de la potente red de la economía norteamericana, que está a punto de abrazar a las economías del Pacífico y del Atlántico, difuminando el espejismo chino, el Gobierno cubano lo hace con un gesto de arrogancia: pedir una indemnización supermillonaria por los efectos de un embargo que dura ya 54 años.

Así empezamos a no entender nada. Para intentarlo, podemos ver el asunto en cuatro niveles que son fundamentales para dar algún sentido a la historia cubana del último medio siglo.

Primer nivel. Cuba y Estados Unidos reprodujeron internacionalmente la lógica amigo/enemigo del pensador alemán Carl Schmidt. Salen a la liza mundial a conseguir la destrucción del otro o cuando menos a garantizar su mutua destrucción.

¿Están las autoridades de la Isla en la posibilidad teórica de imponer sus condiciones al Gobierno de Estados Unidos tras la firma del “armisticio”?

En este escenario que fue de belicismo frío, se supone, en la racionalidad inherente a la guerra, que los enemigos no comparten dinero, tecnología ni mercancías. O el conflicto entre ambos países era un asunto serio de la historia anticolonialista que tenía a La Habana como avanzadilla mundial, o todo era un asunto de opereta costosa, fundamentalmente para la vida de miles de cubanos. ¿Dónde queda aquello de la guerra contra Estados Unidos como "destino de mi vida", que lo fue de otras vidas, predestinado por Fidel Castro? Si hay una guerra, nada se le pide al enemigo para librarla. A lo sumo se le exige que respete el derecho humanitario internacional en el tratamiento de los prisioneros y hacia las respectivas poblaciones civiles. Y en la guerra contra el "imperialismo" la población civil cubana era considerada, inconsultamente, como el ejército.

Esta guerra (fría) entre ambos Gobiernos fue ganada por alguien, o por ambos. En cualquiera de las hipótesis, solo el ganador está en condiciones de pedir indemnización, después de imponer sus condiciones al vencido. ¿Están las autoridades de la Isla en la posibilidad teórica de imponer sus condiciones al Gobierno de Estados Unidos tras la firma del "armisticio"? Cuando Girón, el Gobierno cubano, en una ironía anticipativa de sus carencias futuras, intercambió prisioneros cubanos por compotas, lo que fue una posibilidad real de imponer la fuerza del vencedor al enemigo. Pero averigüemos ahora cómo puede ser posible, moral y realmente, pedir indemnización a quien te extiende la mano justo en el umbral de tu propio abismo.

Segundo nivel. El más interesante. El utópico. El estructural. El del "modelo superior" del socialismo. Este es el nivel de la compatibilidad, o incompatibilidad, entre las economías socialistas y capitalistas. Pero como bien se sabe, en los mejores tiempos de la probable convergencia entre los dos sistemas, el intercambio entre ambos mundos no llegaba al 2% de todo el comercio mundial. De hecho, la economía socialista no fue otra cosa que la explotación intensiva y tardía del modelo taylorista, luego fordista, de industrialización, en el preciso momento en que el capitalismo experimentaba con la revolución tecnológica. Cuando la fábrica soviética de radios Selena decidía masificar una versión fea de la tecnología Grundig alemana, el Ejército estadounidense diseñaba lo que sería el cableado mundial que hoy conocemos como internet.

¿Qué se perdían los estadounidenses de la economía socialista? Nada. ¿Y de la cubana? Menos. Porque la economía de la humillación empaquetada con las playas, las mulatas y la música que hoy se vende solemne y militarmente por el "modelo socialista cubano" no existía en la época que recogen las cuentas por indemnización.

El socialismo no debería pedirle indemnización al capitalismo por una relación económica que estructuralmente no tuvo lugar, ni por dignidad ideológica

Recuerdo que el embargo era objeto de choteo gubernamental en cuanto foro se hablaba de Estados Unidos. Y peor. Que si Estados Unidos no hubiera existido, habría que inventarlo, como Fidel Castro dijo a más de un compañero de ruta. Es decir, la necesidad existencial del "imperialismo" como proyecto-desafío de vida.

Y ¿qué se perdía el Gobierno cubano de la economía estadounidense? Todo, en términos estructurales debo aclarar, porque la élite cubana mostró una adicción temprana, siempre satisfecha, por los productos de General Electric. Y era una lógica pérdida en términos de la historia económica en tanto la incompatibilidad de la estructura económica "socialista" con la norteamericana impedía aplicar la tecnología yanqui en Cuba, en tanto la estructura legal y de propiedad frenaban cualquier impulso aperturista al mundo de los negocios norteamericanos y en tanto la naturaleza subsidiada de la economía cubana imposibilitaba contar con los recursos financieros para comprar en la economía de escala de Estados Unidos. Y si, en ausencia del embargo, los bancos estadounidenses hubieran otorgado créditos al Gobierno cubano, ahora tendríamos no solo problemas con el Club de París; estaríamos enfrentando también alguna demanda judicial en una corte cualquiera de Nueva York.

En suma, el socialismo no debería pedirle indemnización al capitalismo por una relación económica que estructuralmente no tuvo lugar, ni por dignidad ideológica. No se conoce ningún caso de una economía capitalista en deuda con una socialista. Tampoco al "hombre nuevo" exigiendo dólares al hombre viejo. Derrotados en la guerra económica entre modelos distintos, se esperaría cierta altivez filosófica por parte de los adalides del "socialismo" cubano.

El embargo norteamericano otorgó una ventaja histórica a cualquier cosa que sea el “modelo cubano” frente al llamado Tercer Mundo y a las izquierdas

Tercer nivel. El de la dignidad histórica que debe verificarse, concretamente, en la dignidad de no comerciar con el enemigo. Este punto es importante por la exigencia de soberanía absoluta que en principio y por principio demandan las luchas triunfantes de reivindicación histórica. El nacionalismo revolucionario tuvo su oportunidad de pedir indemnización, sin mucha posibilidad de éxito, por la implicación norteamericana en apoyo a la dictadura de Fulgencio Batista. Estados Unidos, según el relato oficial, era el enemigo histórico de la nación cubana, y el triunfo revolucionario de 1959 completaba una vieja demanda que vivió una tensión orgullosa y siempre en peligro hasta la llegada del presidente Barack Obama. Estados Unidos no era solo el enemigo descrito en la narrativa técnica de Schmidt, era también el enemigo cultural, según la narrativa del escritor uruguayo José Enrique Rodó, el de Ariel y Calibán.

Con este enemigo no se comercia. No se le pide dinero ni tampoco tecnología. Es claro que dicho así no se sale del campo de la ingenuidad, pero es el único posicionamiento consecuente con las premisas históricas de un modelo de Estado que legitima las fuentes de poder en una particular lectura de la historia, en la participación originaria en el proceso revolucionario y en el concepto poco institucionalizable de Revolución mayúscula. De lo contrario, y con pesar de todos los que entregaron vidas y haciendas, habría que decir que la Revolución cubana, como dijo Eudocio Ravines del comunismo, constituye una soberana estafa.

En este sentido, la lógica ya no es el par capitalismo-socialismo, sino el par metrópolis-colonia, que derivó a su vez en el par centro-periferia y en la teoría de la dependencia. Se pueden entender de tal modo otros ángulos lógicos en relación con Cuba y el embargo, que son convenientemente oscurecidos por la propaganda.

Como utopía histórica, este es el primer ángulo: Cuba era ejemplar y el Gobierno cubano lo vivía con fruición, porque no dependía precisamente de Estados Unidos. El segundo ángulo, que fue posible exactamente porque el embargo no logró internacionalizarse frente a la utopía histórica, es que Cuba podía comerciar con el resto del mundo, independientemente de la naturaleza de las economías. Por eso tenemos deudas con el Club de París y con otros clubes menores del ámbito capitalista, sean países desarrollados, de desarrollo medio o de peor desempeño.

Estados Unidos no está más obligado a comerciar y a vender sus productos a Cuba que a México

Dentro de esta lectura, el embargo norteamericano es la evidencia material necesaria que revela el valor de la independencia frente al "imperialismo" y que otorgó una ventaja histórica y un valor añadido a cualquier cosa que sea el "modelo cubano" frente al llamado Tercer Mundo y a las izquierdas de diversa intensidad. ¿Cómo pedir indemnización entonces a quienes hicieron posible tal privilegio? Una prueba de que la "Revolución es cambiar todo lo que deba ser cambiado", lo cual incluye el valor de los mismos fundamentos y de la narrativa acompañante de la Revolución.

Cuarto y último nivel. La naturaleza del derecho de gentes, que termina en el derecho internacional. Según este, ninguna nación está obligada a comerciar con otra. Por eso es que, si bien en la doctrina de los derechos humanos un embargo es éticamente inaceptable, como les gusta decir a los religiosos, en el derecho internacional no se contempla como genocidio. A pesar de las licencias retóricas. Si aquel fuera el caso, Cuba habría apoyado un genocidio cuando estuvo a favor del embargo mundial contra el apartheid en Sudáfrica.

Estados Unidos no está más obligado a comerciar y a vender sus productos a Cuba que a México. Claro, no va a decretar un embargo contra México por razones políticas porque sería casi un suicidio económico, pero no sería una violación del derecho internacional si lo hiciera. El problema del embargo, en términos jurídicos, es su internacionalización, cuyos efectos han sido ciertamente marginales en las corrientes abiertas de comercio mundial para Cuba.

El Gobierno cubano parece trasladar al derecho internacional la doctrina medieval del precio justo. Si a los trabajadores de los gremios y a los siervos de la gleba había que pagarles obligatoriamente un precio ajustado a sus necesidades, independientemente de la rentabilidad y productividad de su trabajo, ahora parece que los Estados están obligados a comerciar con sus vecinos a pesar de que ningún criterio económico o político lo justifique.

En el fondo hay en realidad una afición incontrolada por el dinero ajeno, que es la condición ya natural de una aristocracia revolucionaria

Necesito tus productos, tu tecnología y tu dinero solo por el hecho de que somos vecinos y, por consiguiente, los tengo más cerca. Pero, ¿y si estamos en guerra?, viene a preguntar el vecino próspero. Pues tanto más, responde el pródigo. Un absurdo que ha producido unos portentosos relatos políticos.

En el fondo de todo esto hay en realidad una afición incontrolada por el dinero ajeno, que es la condición ya natural de una aristocracia revolucionaria cómodamente instalada en los márgenes hedonistas del capitalismo global.

Hechas las paces con el enemigo, quiere ahora más dinero y negociar lo que adeuda al capitalismo norteamericano con unas cuentas ficticias de indemnización a lo que nunca fue, ni pudo ser: la Utopía del otro mejor mundo posible.

La pregunta es: ¿cuánto de ese eventual dinero, imagino que de rupias, dará el Gobierno cubano a sus propias y reales víctimas? Esa puede ser una buena pregunta del presidente de EE UU, Barack Obama, es un decir, a lo largo del proceso de normalización política con la distopía cubana.

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