La victoria del Sí en Ecuador es también una derrota para el castrismo

La decisión de los electores de suprimir la reelección indefinida es un trago amargo para los dirigentes cubanos

El triunfo del Sí el pasado domingo en el referéndum impulsado por Lenín Moreno tiene un profundo significado para Cuba. (EFE)
El triunfo del Sí el pasado domingo en la consulta impulsada por Lenín Moreno tiene un profundo significado para Cuba. (EFE)
Yoani Sánchez

06 de febrero 2018 - 18:58

La Habana/"Por primera vez soy leninista", decía una y otra vez con picardía un jubilado en la cola del periódico. A su alrededor algunos respondían con una sonrisa cómplice. Pocas horas antes, había llegado una noticia con profundo significado para Cuba: el triunfo del Sí, el pasado domingo, en el referéndum impulsado por el otro Lenín, el presidente de Ecuador, Lenín Moreno.

Durante la última década, el país sudamericano se volvió una referencia recurrente en la Isla. La cercanía diplomática entre Rafael Correa y Raúl Castro, los miles de profesionales que fueron enviados a trabajar en su compleja geografía y los otros tantos cubanos que hicieron de su territorio un punto de partida para la migración acercaron ambas naciones.

En ese tiempo, la prensa oficial también cargó la mano en adjetivos positivos sobre la Revolución ciudadana y presentó a Rafael Correa como un "eterno amigo" que siempre estaría ahí para cerrar filas frente al "imperio" del Norte. La narrativa eludía un dato clave: la nación andina seguía siendo una democracia y, en algún momento, el economista tendría que dejar el poder.

Los medios controlados por el Partido Comunista no dieron espacio a las informaciones críticas sobre la gestión del presidente ecuatoriano. Ni siquiera para cuestionar el pésimo acuerdo petrolero que cerró con China y que perjudicó al país en 2.200 millones de dólares por la venta anticipada de crudo, según los datos que han aflorado en una investigación en curso.

Granma silenció también los ataques de arrogancia de Correa, su falta de compostura al lidiar con los adversarios políticos, la cacería judicial que impulsó contra la prensa que osó criticarlo y las tramas de corrupción que sacudieron a su Gobierno y que han llevado a la cárcel al vicepresidente Jorge Glas por recibir sobornos de la constructora brasileña Odebrecht.

Moreno ganó el pulso al expresidente Correa y a su modelo autoritario y, de paso, mandó un amargo mensaje al castrismo

Después de diez años gobernando, Correa concluyó su segundo mandato y La Habana reforzó la estrategia informativa sobre Ecuador. Lenín Moreno fue presentado como una prolongación de su antecesor y el heredero dócil de los designios del verdadero líder del proceso, quien tomaría una breve pausa antes de regresar triunfante.

Toda esa fantasía se ha ido deteriorando en los últimos meses hasta terminar destrozada el pasado domingo. Moreno ganó el pulso al expresidente y a su modelo autoritario, cortó el camino que éste había diseñado para volver a controlar el país y, de paso, mandó un amargo mensaje al castrismo en un momento en el que la generación histórica ata los cabos de la sucesión política.

No hay dudas, la victoria del Sí es también una derrota para el régimen cubano. Los ecuatorianos que apostaron por eliminar la reelección indefinida y apoyaron la inhabilitación política de los condenados por corrupción, entre otros temas votados en la consulta popular, han tomado una decisión que trasciende su país y toca especialmente a esta Isla.

Con Luiz Inácio Lula da Silva hundido en varios procesos legales, Evo Morales que encamina a Bolivia a una inminente crisis de sostenibilidad, el kirchnerismo atravesando su peor momento en Argentina, Nicolás Maduro sin poder comprar apoyo a cambio de petróleo y un patético Daniel Ortega que hace concesiones al liberalismo, la izquierda populista ha recibido otro golpe demoledor en Ecuador. Pero este es un porrazo más efectivo porque viene desde dentro.

Tras conocerse los resultados de las urnas, Lenín Moreno llamó a sus compatriotas a construir un país "feliz, renovado, en paz y en libertad". Esa última palabra debe haber sonado en el Palacio de la Revolución de La Habana como un tiro de gracia.

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