Dengue: la guerra de nunca acabar

Trabajador de la lucha contra el dengue. (14ymedio)
Trabajador de la lucha contra el dengue. (14ymedio)
Víctor Ariel González

05 de junio 2014 - 10:00

La Habana/Una sirena de la policía rompe la tranquilidad del amanecer, cuando todavía no han apagado los pocos faroles de las avenidas. Segundos más tarde se oye un zumbido ensordecedor, como de un panal de abejas amplificado por potentes altavoces. Así suena el ataque químico lanzado cada mañana sobre la ciudad desde que han aumentado los casos de dengue.

Algunos vecinos saltan de sus camas para cerrar las ventanas. Por mucho que se apresuren, no pueden evitar los estornudos que provoca la nube tóxica colándose por cualquier rendija. Un camión esparce un humo denso y pestilente. A veces trae escolta policial. El escándalo que hace la caravana es insoportable.

La infestación de dengue que sufre Cuba se ha extendido tanto por el país que, para contenerla, las autoridades han desplegado una campaña semejante a un conflicto armado. "Lucha antivectorial" u "ofensiva contra el enemigo" son los nombres de esta movilización a gran escala.

El "enemigo" no es otro que el mosquito Aedes aegypti, vector principal del virus y especie muy extendida por el trópico. La enfermedad que transmite mata cada año 25.000 personas en el mundo.

En esta guerra, el saneamiento de las calles a primera hora equivale a la artillería pesada. Es sólo el comienzo de varias maniobras en las que también participarán batallones de inspectores y fumigadores, tanto civiles como militares, visitando las viviendas. Una legión de doctores y estudiantes de medicina se encargará de buscar casos de fiebre en cada familia. El ritmo diario de la vida estará marcado por este trasiego.

La televisión retransmite programas a toda hora sobre las medidas preventivas contra los focos del mosquito, y llama la población a dejar que los empleados de sanidad se metan hasta en los rincones más íntimos del hogar. Los que se resisten a esas visitas se exponen a una multa.

Hay rumores que hablan de decenas de muertos por dengue, fundamentalmente entre niños y ancianos

En grandes hospitales como Covadonga, enclavado en la vieja Calzada del Cerro, han improvisado un centro de internamiento obligatorio para sospechosos de dengue. Las maltratadas instalaciones no dan abasto, ni con las amas extras a lo largo de los pasillos. Nadie quiere ir a parar allí, "porque si de verdad no estás enfermo de dengue, igual terminas pescándolo", sentencia la sabiduría popular. Los basureros y la maleza circundante son caldo de cultivo para el mosquito y aumentan la posibilidad de contagio.

Otros tienen más suerte y consiguen quedarse en casa, con la aprobación de un médico y la condición de permanecer bajo un mosquitero todo el día.

Los cubanos viven desinformados. Hay rumores que hablan de decenas de muertos por dengue, fundamentalmente entre niños y ancianos. Sin embargo, en la prensa oficial la epidemia nunca ha sido declarada.

Un día como soldado

En 2006 un brote de dengue se propagó por nueve provincias del país y desencadenó una verdadera histeria colectiva entre las entidades encargadas de luchar contra la catástrofe. Una de ellas, el Ejército, recluta cada año a miles de jóvenes para participar en la campaña contra el dengue.

Yo fui uno de esos reclutas que debieron pasar un año de servicio militar obligatorio en un batallón anti vectorial. Cada día debía inspeccionar 30 viviendas en la zona de Nuevo Vedado, para hacer el tratamiento focal, que consistía en buscar larvas o pupas de mosquito en los tanques de agua. Algo monótono, pero que me daba la oportunidad de conocer a todo tipo de gente, desde quienes protestaban por la visita indeseable o te cerraban la puerta en la cara, hasta la muchacha que sonreía cuando le celebrabas el color de sus ojos, pasando por amas de casa ligeras de ropa, prestas siempre a ofrecerte un café o un vaso de agua.

El director del policlínico 19 de abril pretendía que nuestro pequeño pelotón revisara más de 10.000 casas en un par de semanas.

Nuestros jefes de tropa, que nos acompañaban cada mañana desde los cuarteles de La Cabaña, no querían defraudar a las autoridades de Salud Pública: "Vamos, 'quemen' casas, pero que yo no los vea", advertía el teniente Rodríguez con su severidad habitual; lo cual significaba llenar completamente un registro que debíamos entregar al policlínico al concluir la jornada, de forma que pareciera que ninguna vivienda quedaba sin inspeccionar, aunque muchas de ellas estuviesen cerradas.

Así que al poco tiempo de convertirme en "Operario B" –así se llamaba mi cargo de improvisado inspector sanitario–, aprendí a inventarme algún que otro tanque por allá o un tragante por este otro lado... Todos esos lugares imaginarios quedaban "debidamente revisados". No era honesto, ni mucho menos resolvía el problema epidemiológico, pero lo más importante residía en no dejar casas cerradas. Órdenes estrictas.

Aunque parezca terrible, ese mal procedimiento no era el motivo por el cual persistía el dengue. De hecho, resultaba difícil encontrar criaderos dentro de las casas porque la gente se cuida mucho de tenerlos. Empero, había sitios específicos donde pululaban las larvas, como la cisterna sin tapa debajo del edificio conocido como "los pilotos", en la calle Factor: más que un foco de infección, el agua que contenía parecía una sopa de bichos.

Permaneció así durante meses sin que se solucionara. El costo de la tapa para cerrar la cisterna finalmente corrió a cargo de los vecinos porque el programa contra el dengue no tiene planificado este tipo de inversiones.

La gasolina para los aparatos de fumigación terminaba desviada al mercado informal

Un trabajador civil de la campaña bromeaba: "si destruimos todos los focos, nos quedamos sin trabajo". Él era un "profesional" del sector. A diferencia de nosotros, los soldados, vestía un uniforme gris y se encargaba de darnos indicaciones técnicas y chequear nuestro trabajo. Su trato y su aspecto personal dejaban bastante que desear, pero el ministerio de Salud Publica (MINSAP) no puede ser escrupuloso cuando contrata al personal para estas tareas, ni tampoco exigir calidad en sus servicios.

Por cada muestra de Aedes aegypti que obtenían, estos empleados recibían una bonificación, por lo que ciertos inspectores sagaces "sembraban" larvas en los tanques domésticos.

Entre los atractivos de esta ocupación estaba la posibilidad de vender parte de los materiales de trabajo. Una buena cantidad de la gasolina para los aparatos de fumigación terminaba desviada al mercado informal. Ocurría algo similar con el alcohol para flamear los depósitos vacíos y matar los huevos de mosquito. El compuesto granulado conocido como abate, que inhibe el desarrollo larvario, tenía mucho éxito entre los padres deseosos de erradicar piojos y liendres en sus hijos.

Tanto los civiles como los soldados del programa anti-vectorial éramos llamados coloquialmente "la gente del mosquito". Había quien pensaba que todos veníamos de Camagüey o Ciego de Ávila y, de hecho, una parte importante de nuestro batallón procedía de provincias del interior, dado que La Habana siempre ha sido la región más afectada por el dengue.

También estaban quienes nos veían como criminales. Circulaban rumores sobre delincuentes que se hacían pasar por inspectores para entrar fácilmente en las casas, efectuar una especie de censo de objetos de valor y etiquetar la vivienda con un código secreto en forma de pequeños signos dibujados en el exterior.

No podía faltar tampoco las sospechas de que la policía política aprovechara la campaña contra el dengue para introducirse en las viviendas de los disidentes. Muchos opositores desconfían de esos inspectores de sanidad que podrían ser en realidad agentes de la Seguridad del Estado y cuyo interés no radica precisamente en lucha contra el mosquito Aedes aegypti.

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