La agitación frente al consulado de Estados Unidos se muda a una tranquila calle de Miramar

La embajada de Colombia y sus alrededores hierven de actividad desde que los visados a EE UU se empezaron a gestionar en Bogotá

Luz Escobar

11 de enero 2018 - 14:37

La Habana/Jimena bosteza y cuenta que apenas ha dormido desde que salió de San Juan y Martínez, Pinar del Río, para llegar a tiempo este miércoles al consulado de Colombia en La Habana. La tranquila calle de la barriada de Miramar donde se ubica la Embajada se ha convertido esta semana en un hervidero de gente.

Avispados, los vecinos de la sede diplomática no han dejado pasar la oportunidad para armar todo un entramado de negocios que satisfagan las necesidades de los cientos de cubanos que llegan cada día. Los vendedores de agua, los vecinos que cobran por el acceso al baño y, hasta quienes alquilan una sencilla habitación, hacen su agosto en medio de este enero.

Desde que Washington redujo drásticamente su personal diplomático en Cuba y canceló los trámites consulares por el escándalo de los supuestos ataques acústicos, miles de cubanos quedaron en vilo en medio de un trámite para emigrar o visitar el país del Norte.

El desespero que trajo la interrupción en los trámites de visados se palpa ahora en cada centímetro de la calle 14 entre 5ta y 7ma del municipio Playa, en las cercanías del consulado colombiano. Hasta allí están llegando, desde todas partes de la Isla, quienes esperan viajar a Bogotá para gestionar su permiso de entrada a EE UU.

Los vecinos de la sede diplomática no han dejado pasar la oportunidad para armar todo un entramado de negocios que satisfagan las necesidades de los cientos de cubanos que llegan cada día

Todos tienen caras de angustia mientras aguardan a más de 50 metros de la entrada del consulado. La policía ha colocado una improvisada talanquera para mantener alejados a los solicitantes de la puerta de la embajada. La calle está cerrada al tráfico y ningún vehículo tiene permitido parquear en la cuadra.

Las autoridades han desplegado también personal de la Seguridad del Estado, vestido de civil, que la gente detecta por los peinados militares y la manera en que no dejan de observar la fila, que va creciendo mientras avanza la mañana.

"Se nos ha destruido la rutina", lamenta José, un jubilado que se dedica a custodiar la entrada de una próspera casa que renta habitaciones a turistas. "Los clientes no pueden llegar hasta aquí con el carro y cuando vienen del aeropuerto se tienen que bajar del taxi en la otra cuadra y cargar las maletas", lamenta.

El barrio, con varias embajadas y residencias diplomáticas, está viviendo una sacudida. En varios puntos la gente instala cartones para dormir en la madrugada y no perder su turno en la fila consular. "Se orinan en el jardín", explica José para quien lo más difícil es que "la policía está por todas partes y ahora no se puede ni comprar un huevo por la izquierda".

La fila para los trámites consulares de ese país se hacía en el parque de Calzada y K, en el Vedado, un lugar que tradicionalmente había albergado "la cola para irse", ironiza José.

Ahora, el mar de personas se ha trasladado hacia esta calle de Miramar, donde todavía no existe la engrasada infraestructura de servicios que los emprendedores habían creado alrededor del consulado estadounidense. La red comercial iba desde cafeterías hasta lugares donde los cuentapropistas cobraban por rellenar los formularios para el trámite.

En la nueva ubicación todo parece improvisado e inconexo, comenzando por el poco personal que tiene la sede colombiana para gestionar la avalancha de personas, la precariedad del espacio donde deben esperar por horas los que llegan y la poca oferta gastronómica, en una zona donde los precios son más altos que la media habanera.

"Un pan con tortilla me ha costado 3 CUC en una cafetería privada, porque en esta parte de la ciudad casi todo el que vive tiene dinero, alquila o es extranjero", se queja un hombre que dice haber llegado desde Remedios, en Villa Clara. "Si me tengo que quedar otro día más aquí me voy a gastar todo mi dinero", asegura.

A su lado, una mujer describe el periplo que hizo desde Las Tunas y se queja a voz en cuello de que por segundo día consecutivo no ha sido atendida. "Tengo todos mis papeles y mi cita para la visa estadounidense está programada para fin de mes en Bogotá, pero el portero dice que solo están atendiendo a los que viajan esta semana".

El custodio levanta los brazos y pide silencio. El coro humano de lamentos y exigencias se calla por un momento. El hombre, superado, aclara que solo se están procesando las solicitudes de quienes tienen más cerca su cita en Colombia.

"Deben estar tranquilos, por lo que respecta a nosotros se está haciendo un gran esfuerzo y hasta ahora nadie se ha quedado sin viajar, pero es importante organizar la entrada, que solo puede ser por fecha de la primera citación", dice el hombre sin lograr calmar los ánimos.

Después selecciona al grupo que va a entrar al consulado. Varios policías acompañan al funcionario y se encargan de parar el tráfico de vehículos de la calle aledaña para que la gente cruce al otro lado. La fila de los elegidos recorre la distancia en silencio, mientras los que quedan fuera los miran con una mezcla de envidia y resignación. La conversación vuelve a estallar cuando la policía se aleja.

Manuel Perdomo cuenta que quiere reunirse con su hijo en Miami. Comparte con los otros lo que sabe de los trámites en Colombia. "Hay que llevar un certificado de vacunas y un resumen de la historia clínica para facilitar el chequeo médico", puntualiza el hombre que espera recibir la residencia por reunificación familiar.

"Al que le falte una vacuna va a tener que pagarla allá", señala con un dedo a ese lugar distante y soñado en que se ha convertido Bogotá. Perdomo llama a intercambiar consejos sobre lo que les espera en Colombia porque cree que deben ayudarse entre ellos. "Somos los interesados", afirma.

A pocos metros, un vecino de la cuadra cobra 5 CUP por el acceso a su baño. "Tengo papel sanitario, jabón y un poco de colonia para los que quieran asearse", promociona su servicio

A pocos metros, un vecino de la cuadra cobra 5 CUP por el acceso a su baño. "Tengo papel sanitario, jabón y un poco de colonia para los que quieran asearse", promociona su servicio. "Si alguien quiere darse una ducha también puede, pero eso vale más", aclara.

El baño es pequeño y el cristal sobre el lavamanos está roto. Cerca de la taza, sobre unos azulejos que hace años perdieron el brillo, han pegado un cartel que anuncia que en una casa cercana "se llenan planillas". Las salpicaduras de agua han emborronado la frase, pero aún puede leerse el número de la vivienda y un teléfono de contacto.

La queja que más se escucha en los alrededores alude a la falta de información sobre los nuevos trámites. Jimena está preocupada por tener que conectarse a internet para completar algún formulario. "Me han dicho que aquí me dan las planillas impresas pero, ¿y si no es verdad?".

Su hijo le ha advertido a la pinareña de que no pague 20 CUC por el servicio de llenado de documentos consulares. "Me dijo que él se va a ocupar de todo desde Miami, porque yo no tengo la menor idea de cómo hacer para conectarme desde una zona wifi", apunta.

"No puede estar aquí señora, tiene que ir hasta la esquina y esperar que el funcionario vaya y le revise los papeles", dice un uniformado a una mujer. El hombre gira y le grita a un periodista independiente que no está permitido hacer fotografías. También indica a una joven que debe apagar el teléfono antes de entrar a la sala.

Poco a poco, parte de la estricta rutina de seguridad que se desplegó alrededor de la Embajada de EE UU se va trasladando al consulado colombiano.

Los temores de Jimena no terminan en Cuba. Su mayor pesadilla es llegar a Bogotá y que le pidan un documento que no tiene. La sola idea de que deba regresar a la Isla a buscar un papel no la deja dormir. "Por si las moscas lo llevo todo, hasta lo que no hace falta", dice, y muestra una carpeta rosada atestada de papeles.

A mediodía, la fatiga se extiende entre el casi medio centenar de personas que todavía quedan en pie en la fila. El resto se ha ido a almorzar algo o dormita bajo los árboles de la zona.

El custodio, que hasta diciembre pasado pestañeaba en su garita lleno de aburrimiento, mira fijamente la cola. "Señora no puede estar aquí", alerta a una cubana residente en Miami que se acerca a la puerta del consulado para intentar entrar. La mujer se queja de que ha venido a ayudar a su hija a obtener el visado colombiano y que todo está muy mal organizado.

En varios puntos, los empleados han colgado un cartel con un correo electrónico para aclarar dudas y obtener una cita, pero la mayoría de los que llegan prefieren estar "de cuerpo presente". La angustia que han vivido por semanas, desde que la relación entre Washington y La Habana comenzó a complicarse, no se calma con un email.

"Me quedo aquí hasta que me estampen la visa de Colombia en el pasaporte, así tenga que dormir las madrugadas en la calle", aclara José Carlos, una habanero que lleva dos años esperando reunirse con sus hijos y su esposa residentes "al otro lado del charco". "De todas formas ya vendí mi casa, así que estoy alquilado y nadie me espera".

Cuando la tarde empieza a caer el pesimismo se instala en la fila. "No hay garantías de que Estados Unidos nos otorgue el visado", dice una voz femenina que sale desde una esquina del grupo. "Todo esto puede ser por gusto y una tremenda pérdida de dinero", agrega. José Carlos la manda a callar: "No seas saco de sal que cuando llegues a la Yuma no te vas a acordar de nada de esto".

El custodio sigue mirando atentamente al grupo, mientras la oscuridad se instala en la agitada calle 14 de Miramar.

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