Armar una 'Karpazuki'

La dificultades con el transporte han llevado a la creación de los más inverosímiles vehículos y actividades comerciales en Cuba

A algunos no les gusta el aspecto “criollo” o improvisado que suelen tener las Karpazukis e invierten para darles un aire más grande y sólida
A algunos no les gusta el aspecto “criollo” o improvisado que suelen tener las Karpazukis e invierten para darles un aire más grande y sólida. (Cubanet)
Eliécer Ávila

05 de mayo 2016 - 09:46

La Habana/Las eternas dificultades que se enfrentan cada día en Cuba con el transporte han obligado a los ciudadanos a buscar las más impensables fórmulas con tal de hacerse con "algo" que los mueva a mayor velocidad que los propios pies o las caóticas guaguas.

Hace unos años, el Ministerio del Interior comenzó a importar grandes cantidades de motos de la marca Suzuki, que llegaron a cada territorio de la mano del jefe de sector, el oficial del DTI o la Seguridad del Estado. La moto se convirtió en una especie de símbolo visual. Bastaba con conducir de una de ellas para que el cartelito de "chivatón" te acompañara por largo rato.

Con el paso del tiempo, otros organismos comenzaron a importarlas también, expandiendo expandiendo su uso a casi todos los sectores estatales. Recuerdo un día que mi vecino llegó a su casa en una y fue hasta la esquina donde conversábamos algunos amigos para decirnos: "Mi gente, esa moto es de la alimenticia, ¿oyeron? No quiero talla con eso". Todos soltamos la risa.

Lo verdaderamente curioso es el mecanismo mediante el cual la gente puede llegar a poseer una Suzuki., proceso que demuestra la atrofiada y absurda política estatal en este sentido

El paso siguiente fue la aparición de las primeras Suzukis particulares. La chapa que las identificaba con la letra P comenzó a limpiar poco a poco su imagen sin que se haya borrado del todo entre los cubanos el miedo a cometer alguna imprudencia frente a alguien que aparece sobre una de ellas.

Lo verdaderamente curioso es el mecanismo mediante el cual la gente puede llegar a poseer una Suzuki, proceso que demuestra la atrofiada y absurda política estatal en este sentido. Para miles de trabajadores supondría un alivio poseer al menos una moto, lo cual se traduciría en mayor eficiencia y puntualidad. De hecho, hay países donde es muy común que los empleadores se aseguren de que cuentas con medios propios para llegar al trabajo.

Sin embargo, aquí el Estado cubano, único importador y comercializador posible de equipos de motor, hasta hace poco no vendía ni motos ni piezas para las mismas. De ahí que las existentes en manos de particulares fueran las traídas por quienes cumplieron misiones en países del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), hasta su disolución, a finales de los 80.

En determinado momento, el Estado comenzó a comercializar solo las unidades, o sea, cilindro, máquina y caja de velocidad acoplada, sin el cuadro, por ejemplo. Para acceder a una de ellas se formaban las colas más agobiantes, igual que para los motores de petróleo.

Personas de todo el país dormían durante semanas a veces en las cercanías de las escasas tiendas autorizadas para vender estas "joyas". Los funcionarios no tardaron en darse cuenta del negocio que se podía hacer aprovechando esta situación, y en un abrir y cerrar de ojos, si no dabas 300 o 400 CUC aparte de los 700 o 800 que valía la unidad; nunca podrías comprarla aunque te mudaras a una carpa frente a la expendedora.

Hoy se ha incrementado el número de unidades y lugares donde las venden, pero este paso no es más que el primero en una larga cadena para poder acceder a una preciada Suzuki 125.

Existen dos variantes fundamentales para lograr "armar el muñeco". Una consiste en comprar legalmente una moto relativamente barata como la Berjovina o la Karpaty, generalmente en muy mal estado, para que cueste entre 5.000 y 10.000 CUP. Después se encarga reforzar el cuadro o a hacerlo nuevo a los artistas cubanos de la mecánica, quienes hace mucho tiempo merecen varios premios por sus innovaciones. Estos maestros fabrican a golpe de mandarria, soldadura y tubos de agua de 3/4, un esqueleto que, según dicen, es más fuerte incluso que el original.

Acto seguido, se recorta del cuadro de la Karpaty el bajante del timón, donde están estampados los números de fábrica que identifican al equipo en los registros del tránsito y en el documento de circulación. Esta parte es insertada en la nueva estructura. Entonces se arma nuevamente adaptando la unidad de Suzuki, de lo cual resulta una Karpazuki, que ya está lista para ir a la reinspección, la formalización del trámite de traspaso (hecho previamente en notaría) y el registro del "mejoramiento técnico".

Después de esto ya usted puede tomarse una botella de lo que le guste o unas vacaciones, pues será de los afortunados que logra terminar un maratón técnico y burocrático digno de una medalla.

Aquí entra la aduana también a sacar su parte del negocio, pues siempre hay un precio para ir más rápido y no tener dificultades

La segunda variante es una mejora de la primera y es ejecutada por clientes más exigentes. A algunos no les gusta el aspecto "criollo" o improvisado que suelen tener las Karpazukis resultado de la variante uno. Así que invierten un poquito más para darles el aire de una moto más grande y sólida. En este caso hay que buscar "afuera" el kit original de la Suzuki o de otra moto de gama media. Esto origina otra actividad comercial. Hay quienes viajan a buscar estos kits, pagando por ellos entre 300 y 500 dólares en una tienda, por ejemplo en Panamá o Ecuador, que se envían por barco o se traen en el avión como piezas de repuesto y finalmente se comercializan en Cuba a precios que oscilan entre 1.500 y 2.000 CUC. Recordemos que el famoso kit es todo lo que no es unidad (motor), o sea, gavetas, asiento, timón, focos, llantas, etc.

Aquí entra la aduana también a sacar su parte del negocio, pues siempre hay un precio para ir más rápido y no tener dificultades para sacar del aeropuerto o del puerto el dichoso kit, encareciendo así un proyecto que por lo general termina costando cerca de 4000 CUC.

Hace poco tuve una larga conversación con uno de los más conocidos ensambladores de Karpazukis en la Habana. "A mí la política no me interesa ni tengo nada que ver con eso. Lo mío es armar estos tarecos, ir viviendo y que la gente se vaya contenta", me dijo.

¿Sabrán este genio cubano y sus agobiados clientes que todo este enredo tortuoso, caro y desgastante puede hacerse fácil y barato con una simple decisión política?

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