El Cochinito, el descalabro del sabor

Poca calidad y precios disparatados en este conocido restaurante estatal de La Habana

En El Cochinito, servían la sal en un pequeño plato porque no tenían saleros y en el montoncito blanco se veían marcados los dedos de los clientes anteriores. (14ymedio)
En El Cochinito, servían la sal en un pequeño plato porque no tenían saleros y en el montoncito blanco se veían marcados los dedos de los clientes anteriores. (14ymedio)
Natalia López Moya

17 de octubre 2021 - 13:00

La Habana/Las casi 20 llamadas telefónicas realizadas desde el día anterior para reservar en el restaurante El Cochinito presagiaban un almuerzo complicado. A mi llegada, la insólita escena de una señora barriendo la entrada con un haragán llamó la atención de los allí presentes.

Mientras esperábamos a que los trabajadores del lugar terminaran la reunión de apertura, en la cafetería exterior se apreciaba una modesta cola de personas que compraban pan con queso y refresco dispensado, todo para llevar. Un dependiente realizaba la tortuosa tarea de recorrer tantísimos metros (calculo que unos 30 o 40 metros ida y vuelta) desde la cocina del restaurante hasta la cafetería cada vez que un cliente hacía un pedido.

El Cochinito, un restaurante estatal una vez reluciente, concurrido y popular ubicado en la céntrica avenida 23, en el corazón de El Vedado, abre esta vez sus puertas bajo la nueva modalidad presencial con reserva 24 horas antes. Esta puede hacerse por teléfono o en el mismo local.

Un pequeño salón más escondido, con pocas mesas, otro más abierto y fresco y uno más al aire libre alrededor del viejo y frondoso árbol en el jardín, más el bar, conforman la disposición del servicio en El Cochinito

"A ver, mi amor", dijo la dependiente que no encontraba mi nombre en la lista de reservas. "No te preocupes, que esta no es la primera vez que nos pasa, dame tu nombre, te apunto y puedes pasar", continuó avergonzada.

Un pequeño salón más escondido, con pocas mesas, otro más abierto y fresco y uno más al aire libre alrededor del viejo y frondoso árbol en el jardín, más el bar, conforman la disposición del servicio en El Cochinito, donde el trato de los meseros (mujeres en su mayoría) fue notablemente cordial y profesional.

No así la calidad y variedad de sus ofertas, y mucho menos sus precios disparatados, más cercanos a las ofertas de un restaurante particular.

Me pareció ilógico que el área del jardín, que dispone de una buena cantidad de mesas y que al estar al aire libre se traduce en un plus para la prevención contra el covid, se encontrara cerrada al público, a pesar del buen clima que se disfrutaba esa tarde en la capital.

Peor sorpresa supuso el molesto ruido proveniente de una herramienta (posiblemente un taladro) utilizada para la construcción, que intermitentemente me acompañó durante todo el almuerzo, impidiendo así disfrutar de la música, de muy buen gusto, que sonaba con los decibeles apropiados en aquel lugar.

La carta, además de tener una escasa oferta gastronómica, está mal elaborada: no incluye los gramajes de los productos, lo que obliga a los dependientes a realizar señas con las manos, emulando el tamaño aproximado de las raciones.

Entonces, comenzó el descalabro del sabor. Estupefacto me quedé cuando, después de 25 minutos de espera, llegó a la mesa el entrante "picadera Cochinito", tres croquetas a las que habían puesto sal por encima después de fritas y cuya masa no sabía absolutamente a nada, dos bolitas de queso rancio y dos de chorizo. Todo por el "módico" precio de 70 pesos.

Poca oferta en las bebidas. Lo único que tenían para los que no toman alcohol era limonada frappé, con un sabor intenso a limón que amargaba el paladar. La copa de cerveza dispensada, de mediana calidad, estaba a 25 pesos. La cerveza Cristal de botella y el refresco de naranja gaseado, también de botella, estaban calientes. Un señor se quejó a la administración porque la cerveza dispensada la traían servida con mucha espuma y a los dos minutos el líquido en la copa se le había reducido a la mitad.

"La gente piensa que por 100 pesos se van a comer una cola de langosta, pero no es así, por eso siempre advierto a los clientes que piden esa opción"

Entre los platos fuertes, llamaba la atención el rejo de langosta grillé o enchilado por 100 pesos. La oferta sólo puede resultar atractiva entre los comensales que no saben que la base de esa elaboración son las carnes extraídas de la cabeza, patas y antenas de este crustáceo. "La gente piensa que por 100 pesos se van a comer una cola de langosta, pero no es así, por eso siempre advierto a los clientes que piden esa opción", dijo la dependienta, honesta. "Eso viene siendo un subproducto, como si fueran pellejos".

El producto insigne de la casa, el cerdo, solo venía en cinco elaboraciones distintas. Me decidí por las masas fritas, con un precio de 165 pesos, y la costilla de cerdo asada, a 120 pesos cada ración. Hay que reconocer que no traía ni gota de grasa, solo carne magra, pero muy mal elaborada. Las masas estaban duras y sin sabor, y las costillas, más de lo mismo, con la añadidura de que la salsa "barbacoa" que las acompañaban estaba fría, tiesa y con pequeños grumos.

Las guarniciones también dejaban mucho que desear, y tenían un costo adicional. El arroz blanco, escaso y con "machos"; los frijoles negros, a punto de picarse. El boniato con mojo era la única vianda hervida y la ensalada de estación mixta solo contaba con pepino, lechuga y habichuelas.

A todo esto hay que sumar que servían la sal en un pequeño plato porque no tenían saleros –en el montoncito blanco se veían marcados los dedos de los clientes anteriores– y que guardan con recelo las angarillas "porque el aceite hay que estirarlo".

El café antes de la cuenta no fue posible porque simplemente no tenían

Mermelada con queso era la única oferta de postre, pero la rechacé porque el queso era el mismo de las bolitas del entrante.

El café antes de la cuenta no fue posible porque simplemente no tenían.

La cuenta para dos personas oscila entre 700 y 1000 pesos, entre bebidas, entrantes, fuertes y postre, lo que me parece exagerado porque no hay un equilibrio entre la calidad de lo que se oferta y el precio de cada plato.

Este restaurante estatal no ha recuperado la fama que perdió hace más de 30 años después de haber sido un referente de la cocina cubana.

A la salida, un estudiante extranjero de Medicina que no tenía reservación rogaba al portero que lo dejara pasar. Ante la negativa de este "porque todas las mesas estaban reservadas", el joven señaló a las tantas mesas vacías del jardín, a lo que el portero contestó que estaba prohibido sentarse allí, sin más explicaciones.

Me apuro por llegar a casa: una moderada indigestión comienza a dar señales.

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