San Francisco y La Habana, en las antípodas

A medio siglo del 'Summer of Love'.

El 'Summer of Love' comenzó en enero con un gran evento en respuesta a la reciente ilegalización del uso del LSD. (San Francisco Chronicle)
El 'Summer of Love' comenzó en enero con un gran evento en respuesta a la reciente ilegalización del uso del LSD. (San Francisco Chronicle)
Ernesto Santana

12 de agosto 2017 - 15:52

La Habana/El año 1967 fue crucial y muy fogoso social y culturalmente, como lo demostró aquel Verano del Amor en San Francisco, California, que marcó el inicio del movimiento hippie en Estados Unidos. El epicentro fue Haight Ashbury, un área urbana de cinco kilómetros cuadrados a donde estaban llegando, desde antes, miles de jóvenes de todo el país.

San Francisco ya era un notable foco de la Generación Beat, cuyo poeta mayor, Irwin Allen Ginsberg, fue una especie de Golden Gate –de gran puente– entre aquella generación y el nuevo movimiento, que hizo de esta gran ciudad abierta su meca. Comenzó entonces un tsunami contracultural cuyos efectos se sintieron en todo el mundo y que aún resultan muy difíciles de medir objetivamente.

En realidad, aquel Summer of Love comenzó en enero con un gran evento en respuesta a la reciente ilegalización del uso del LSD, el Human Be-in, para el que fueron invitados muchos artistas e intelectuales que protagonizaban la indefinible revuelta. El lema era "Dejen sus miedos en la puerta y únanse al futuro".

El año 1967 marcó el inicio del movimiento 'hippie' en Estados Unidos y su epicentro fue Haight Ashbury, en San Francisco

En junio subió más la temperatura con el Festival Pop de Monterey. A Haight Ashbury acudieron cientos de miles de jóvenes de Estados Unidos y de otros países que darían cuerpo a un flower power aderezado con rock psicodélico, amor libre, mucha droga y una creciente oposición a la guerra de Vietnam. Comenzó lo que llamaban era de Acuario.

En Monterrey se citaron varios de los grandes líderes músicales de la corriente, como The Who, The Animals, Jimi Hendrix, Jefferson Airplane, Grateful Dead y Janis Joplin, entre otros. Se considera que fue este el padre de los grandes conciertos al aire libre. La canción promotora del encuentro fue San Francisco, de The Mamas & the Papas que se convirtió en himno hippie en la voz de Scott McKenzie. El periódico San Francisco Chronicle bautizó aquel suceso como Summer of Love.

Pero esa cálida estación colorida, lisérgica y amorosa terminó con muchas sombras también. Los medios abusaron tanto de ella, la caricaturizaron y manipularon tanto —llegó a convertirse en atracción turística—, que en octubre, a modo de metáfora contestataria, se realizó "el entierro del hippie". Los protagonistas del Summer of Love acabarían dispersándose en comunas y granjas hippies en torno a San Francisco.

El famoso asesino Charles Manson sería también uno de los enterradores de aquella aventura florida. Su estancia en Haight Ashbury y su aspecto de hippie hicieron que los macabros homicidios de su tribu ensombreciesen aquel movimiento contracultural que, ante todo, celebraba la vida, el amor y la paz.

No obstante, la marea hippie dejó un legado que todavía hoy perdura en la conciencia ecológica, en la música multitudinaria, en la oposición a la guerra, en la superación de los prejuicios sexuales, en la defensa de la libertad de expresión y los derechos civiles, y hasta en la raíz de las reglas de la red de redes. Y queda el recuerdo de que, al menos durante un breve tiempo, se pudo vivir una utopía, una sociedad alternativa.

Cuba y su eterno verano (no de amor)

En nuestro país, el rock, desde su llegada en 1956, prometía tener una vida larga, fértil y enriquecedora. Cuando llegó a La Habana el rock and roll –principalmente a través de películas como Semillas de maldad o Rock around the clock– hubo frenéticos ataques de baile en las salas de cine.

En 1967, ya los Beatles eran los dioses de un culto secreto y masivo pese a las férreas prohibiciones de los comisarios ideológicos que miraban, alarmados, la proliferación de combos y la creciente simpatía de los jóvenes por aquella música del imperio cultural anglosajón. Los hippies eran enfermos, decadentes, pequeñoburgueses: la antítesis del hombre nuevo.

Los comisarios ideológicos consideraban a los 'hippies' como seres enfermos, decadentes, pequeñoburgueses: la antítesis del 'hombre nuevo'

Si aquellos melenudos amaban el rock, la paz y la libertad, los jóvenes cubanos debían conformarse con la Nueva Trova, la música bailable nacional y los himnos y marchas militares. Debían prepararse para odiar y matar al enemigo señalado por el Máximo Líder y su club de corazones solitarios; debían obedecer ciegamente. Cualquier duda, cualquier opinión individual diferente era diversionismo ideológico. Las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) ya intentaban enderezar a los desviados desde antes del Verano del Amor.

Un documental de aquellos años, Juventud, rebeldía, revolución, dirigido por Enrique Pineda Barnet, recoge un encuentro entre estudiantes cubanos y de otros países e ilustra el espíritu violento, intolerante y enajenado que asumían muchos jóvenes de entonces. Las opiniones que expresan en el audiovisual parecen ahora patéticas, aunque los ancianos comisarios quisieran que valieran todavía.

"Un hippie es un vencido", "los hippies representan un estadio de la rebeldía de la juventud, paso previo hacia la politización. No en general, pero sí parte de esa gente", dicen unos. "Es una juventud apolítica, integrada ya al sistema y que es mucho más perniciosa que los hippies. Los hippies son un adorno", afirma otro. "El revolucionario es el mejor artista del siglo XX", llega a decir uno de los muchachos.

Una joven latinoamericana pontifica: "Ya se vende arte protesta como antes se vendía arte romántico. Dentro de la protesta hay líneas: la línea amarilla de la protesta sin causa, después está la línea verde de los que predican la paz y después está la línea roja de los que de veras protestan". Entre los muchos letreros, uno reza: "La luz de la aurora está ante nosotros. Debemos levantarnos y actuar. Mao Zedong".

En Cuba, por si acaso, a John Lennon, apóstol de aquella contracultura, lo sentaron, le cerraron la boca y lo pusieron en pose amistosa: una estatua de bronce que deja sentar a su lado a cientos de turistas diariamente.

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