De camaradas a clientes

El fuerte crecimiento del turismo ruso en Cuba, un 40% en un año, obliga a los hoteles a redefinir sus servicios

Turistas rusos en el complejo turístico hotel Punta Arena y Playa Caleta en Varadero. (14ymedio)
Los 'nuevos' rusos vienen a disfrutar sus vacaciones y ya no lucen pantalón y camisa subsidiados. (14ymedio)
Zunilda Mata

06 de septiembre 2017 - 13:58

La Habana/El animador brama por el micrófono alrededor de la piscina. "¡Arriba las manos, muevan esas cinturas!", grita en español, italiano y ruso. Un grupo de moscovitas le sigue la corriente bajo el sol de agosto en el complejo hotelero Bellevue Puntarena Playa Caleta, en Varadero. Los camaradas han vuelto a Cuba, pero esta vez como turistas.

Según datos oficiales, más de 52.000 turistas rusos visitaron la Isla entre enero y junio de este año, un crecimiento del 40% respecto al mismo período de 2016. El aumento de clientes provenientes de ese país ha empujado a redefinir desde el menú, hasta los idiomas que deberían dominar los trabajadores de los hoteles.

Las mesas de buffet de los alojamientos en los que se ha disparado la presencia de los antiguos camaradas priorizan las ensaladas, las salsas de yogurt, crema o balsámicos, la fruta de estación y el ron en gran cantidad. "Varios de nuestros chefs han pasado cursos en Rusia", cuenta orgullosa a 14ymedio una empleada del Puntarena.

Más de 52.000 turistas rusos visitaron la Isla entre enero y junio de este año, un crecimiento del 40% respecto al mismo período de 2016

Así, abundan la carne de res, el borsch (sopa de verduras basada en la remolacha), los varényky ucranianos (pasta rellena), los pelmenis (bolas rellenas de carne), los blinís (arepa dulce o salada), la crema agria, el eneldo y, por supuesto, el vodka.

Cerca de la puerta de entrada al salón del desayuno, tres botellones de cristal muestran en su interior una mezcla de agua con trozos de guayaba, naranja o melón. "Esto es nuevo y obedece a pedidos de los clientes rusos que quieren tomar algo frío pero que no sean refrescos gaseados o jugos con demasiada azúcar", asegura la trabajadora.

Rodney, un empleado que repone el contenido de las bandejas cuando se vacían, explica lo distintas que son las preferencias gastronómicas entre estos clientes y los nacionales. "Este agosto hemos tenido fundamentalmente turistas rusos y familias cubanas, que tienen gustos muy diferentes a la hora de comer. En el desayuno los cubanos prefieren café con leche, pan, jamón y queso, pero los rusos van a por las frutas y los cereales". También prefieren el pan integral, frente al blanco que quieren los nacionales.

Los gritos del animador se cuelan a través de las ventanas del comedor donde varios grupos de jóvenes mantienen una larga sobremesa. La mayoría tiene menos de 30 años y trata de sacar el máximo partido a la diversión durante su estancia en el balneario más famoso de la Isla. Los contactos con los huéspedes nacionales son pocos y, a veces, tirantes.

"He ido a quejarme porque el café que están sirviendo en el desayuno está aguado y me han dicho que así le gusta a los rusos", lamenta María del Carmen, una habanera de 43 años que reservó por cuatro noches durante el mes de agosto y a quien resulta "incómodo" que todo el alojamiento esté centrado en complacer a estos turistas sin tener en cuenta las preferencias de los nacionales. "Me he sentido un huésped de segunda categoría", reprocha.

Cuando cae la noche empieza la fiesta. Los pasillos del hotel se llenan de gritos y bromas hasta la madrugada. El ron corre a raudales entre los rusos mientras los nacionales optan por la cerveza. El destape y la algarabía llenan el lugar. Para quienes recuerdan a los sobrios soviéticos que antaño aterrizaban en la Isla, esta imagen de rotunda diversión y desparpajo resulta novedosa.

La vestimenta y las expectativas con que llegan también chocan con el estereotipo creado en el siglo XX. Antes vestían con un aburrido patrón de camisas y pantalones subsidiados por el Estado. Sin embargo, los nuevos rusos llevan ropa de marca y se muestran atónitos cuando los empleados del hotel les explican que en Cuba "no hay Starbucks, ni McDonald´s, y mucho menos internet en los móviles".

Galina, de 26 años, llegó este agosto a Varadero por una semana. Habla algo de español por un curso que pasó en Sevilla el pasado año. Este verano decidió escaparse al Caribe con un grupo de amigas en busca de sol. "Antes veraneé en Egipto pero después del atentado de 2015 ya no me atrevo", cuenta a este diario.

Hace dos años, el ISIS acabó con la vida de 224 ciudadanos rusos que sobrevolaban la península del Sinaí en un Airbus 321. El 30% del turismo que recibía Egipto era ruso y tras el estallido de aquel artefacto explosivo la mayoría de los viajeros optó por otros lugares para vacacionar. Cuba se ha beneficiado de esa búsqueda de nuevos destinos.

En la Isla se sienten seguros y "lo más peligroso que te puede pasar es que te estafen algo de dinero", asegura con una sonrisa Galina. En una noche de discoteca conoció a un joven cubano que le prometió venderle "unos tabacos de los buenos". Le dio parte del dinero por adelantado y esperó al día siguiente durante horas en el lobby, pero el vendedor nunca regresó.

Los 'nuevos' rusos llevan ropa de marca y se muestran atónitos cuando los empleados del hotel les explican que en Cuba "no hay Starbucks, ni McDonald´s, y mucho menos internet en los móviles"

"Fuera de eso, es un sitio tranquilo y quiero conocer muchos lugares que me recomendó mi papá, que estuvo designado aquí como militar", asegura. De aquellos años, el padre se llevó en la memoria algunas canciones que cantaba junto a soldados cubanos de tropas coheteriles antiaéreas en las largas noches de guardia para no aburrirse.

"Quiéreme mucho, dulce amor mío", improvisa Galina con un acento que recuerda los festivales de la canción que se organizaban entre los países socialistas y donde era común escuchar a rusos cantar los clásicos del cancionero nacional. "Mi padre vive enamorado de Cuba, pero creo que este país es muy diferente a aquel donde el estuvo", opina la joven.

Los rusos del siglo XXI sienten curiosidad por conocer los vestigios del pasado que impregnan la realidad cubana. En la capital se los ve curiosear alrededor de las insignias coloniales y republicanas como el bar Floridita, la Bodeguita del Medio o la Plaza de Armas. Pocos van a visitar las huellas que dejó el contacto soviético al estilo de la fea barriada de Alamar, con bloques de concreto pensados para el proletariado.

Por lo general, los turistas rusos prefieren hoteles con todo incluido, de cuatro o cinco estrellas y cercanos a la playa. Demandan fundamentalmente "excursiones en La Habana y en los alrededores de Varadero, que incluyen safaris, paseos por el mar y espectáculos", explicó recientemente Yana Kuchegura, directora de relaciones públicas de la compañía Anex Tur.

El negocio de los 'tovarich' por la izquierda

Daniel Rubio se ufana de su "ruso casi perfecto". Lo aprendió en sus cinco años de estudiante en Georgia, donde se licenció en lo que llama "una profesión que no se puede ejercer en Cuba", ingeniería económica en transporte ferroviario. Cuando regresó a la Isla no encontró trabajo en su especialidad y saltó durante décadas de un puesto burocrático a otro.

Ahora, con 71 años y una casa de dos plantas en la barriada del Casino Deportivo que necesita una urgente reparación, Rubio siente que encontró algo que le gusta hacer. "Monté junto a mi mujer y mi hija una pequeña agencia privada para traer turistas rusos a La Habana, con un programa que incluye mucha diversión y también actividades para que conozcan la historia del país", asegura.

Cercano a la comunidad rusa que se instaló en la Isla en los tiempos de la Unión Soviética, el ingeniero reconvertido en turoperador ve muchas diferencias entre los visitantes de aquellos y estos momentos. "Aquellos eran en su mayoría técnicos, militares y colaboradores que pasaban un tiempo aquí para trabajar y estaban muy controlados por ambos Gobiernos", precisa.

"He tenido en el programa a muchos jóvenes que nacieron después de que la URSS se desintegró y saben muy poco de la antigua relación entre el Kremlin y la Plaza de la Revolución"

"Ahora vienen a divertirse, tomar mucho ron y buscando el sol que les falta por allá", agrega Rubio. "La mayoría de los clientes que atiendo no están interesados en hablar de política. He tenido en el programa a muchos jóvenes que nacieron después de que la URSS se desintegró y saben muy poco de la antigua relación entre el Kremlin y la Plaza de la Revolución".

Para Rubio el boom de turismo ruso es algo muy positivo para su familia y el país porque "traen dinero pero ya no quieren controlarnos". En su cartera tiene, junto a las fotos de su hija y su mujer, un pequeño almanaque con el rostro de Vladimir Putin. "Este hombre sí sabe gobernar", asegura sin tapujos, y reclama: "Que vengan más rusos, que en fin de cuentas son gente conocida y una vez fuimos como hermanos".

Para cuando concluya el año y más de 70.000 rusos hayan llegado a la Isla, el antiguo ingeniero planea reparar el techo de su chalet deteriorado. "Eso será gracias a la madrastra patria", ironiza.

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