"No duermo casi nada del temor que me vaya a caer un pedazo de techo"

En 1972 se informó a los vecinos de que su edificio en Centro Habana estaba para demolición, y ahí siguen 50 años después

A América le preocupa que su vida "termine en una tragedia" a causa de las malas condiciones en la que están todos los techos. (14ymedio)
A América le preocupa que su vida "termine en una tragedia" a causa de las malas condiciones en la que están todos los techos. (14ymedio)
Luz Escobar

05 de noviembre 2021 - 11:53

La Habana/América de Jesús Prada se agachaba una y otra vez para llenar de agua los pomos que había colocado delante de los cubos de otras dos señoras. Hace casi un mes que la cisterna del edificio está seca, y cuando traen la pipa que les abastece tienen que correr a almacenar lo más que se pueda.

La mujer lleva 54 años viviendo en el último piso del inmueble marcado con el número 909, ubicado en el cruce de las calles Infanta y Carlos III, en Centro Habana. Una de sus vecinas, sentada en la escalera, espera pacientemente su turno mientras se queja de que apenas sale "un chorrito" de la pila y que ya casi es la hora "de meterse en la cocina".

El agua, sin embargo, no es el mayor de los problemas de los habitantes de este edificio. Lo peor es aguantar el paso de los años con la angustia de vivir lo "inhabitable". América cuenta que ha tenido que renunciar a convivir con sus hijos y su nieto que, ante tanto peligro, se vieron en la necesidad de irse de la casa y que ahora están "prestados" en otras viviendas. "Esto aquí no tiene solución, a cada rato hay derrumbes parciales que nos quitan el sueño", lamenta.

El último fue el pasado 5 de septiembre, cuando se cayó una parte del techo en la zona común del edificio. "Vinieron los bomberos, funcionarios del Gobierno, los de vivienda, demoliciones, albergue. Toda esa semana estuvieron viniendo, pero ya, pasado ese momento no ha venido más nadie".

A América le preocupa que su vida "termine en una tragedia" a causa de las malas condiciones en la que están todos los techos. "Ese día del último derrumbe había unos niños sentados debajo de ese techo que se desplomó, eran como cinco. No los golpeó porque justo antes habían entrado a la casa", recuerda. "Siempre están sentados en el área común o en la escalera, que está malísima. El otro día me caí subiendo porque le faltan trozos y tropiezo, además cada vez que llueve se cae un pedazo".

Prada señala cada hueco en el techo, cada viga, las partes hundidas del suelo por las que nunca camina y abre la puerta de su apartamento. "Aquí dentro tuvieron que apuntarlo todo, los techos se caen a pedazos, las paredes están rajadas. Yo he ido a ver los de Vivienda y Albergue y nos dijeron que esto estaba para demolición desde el año 1972", denuncia. "Al final se está demoliendo solo con nosotros dentro y no dan una solución", explica América, que está cansada de "ir y volver por gusto" para conseguir algo que deberían resolver los funcionarios responsables del área.

El momento "más duro del día" es la noche: le cuesta conciliar el sueño ante el miedo de un derrumbe y ha tenido que buscar un método con el que sentirse más segura. "A la hora de dormir pongo una butaquita en la cama justo en la parte de la almohada y así al menos me salvo la cabeza, que es lo más grave. De todas formas yo no duermo casi nada del temor que me vaya a caer un pedazo de techo arriba".

América nunca ha podido hacer arreglos por su cuenta porque apenas puede pagar sus gastos diarios. "Trabajé 33 años y mi jubilación es de 1.700 pesos. Ahora eso es muy poquito, todo está muy caro, yo no puedo arreglar aquí ni una ventana".

Un momento difícil para los vecinos del 909, conocido en el barrio como "edificio de las avenidas", es cuando anuncian que un ciclón se acerca a la capital cubana. América asegura que, ante la llegada inminente de un huracán, el Gobierno nunca ha ido a evacuarlos a lugares seguros y que cada uno se organiza para ir a casa de un familiar. "Casi siempre yo me voy para la casa de mis hermanas. Luego, regreso, siempre con el susto de llegar y encontrarme unas ruinas".

El pomo con agua de Prada se ha llenado y le toca el turno a la vecina que ha esperado todo este tiempo en la escalera. La mujer, que prefiere no identificarse, confiesa a este diario que, aunque comparte con su compañera de piso el susto a la hora de irse a la cama, casi se ha adaptado ya, nueve años después de haberse mudado. "Al principio, si dormía dos horas era mucho. Ahora ya me acostumbré un poco, y cuando me cae tierra o piedras del techo en la cama me levanto en un nervio, pero sacudo y sigo durmiendo del otro lado. Con terror, pero me duermo".

La mujer se resiste a la posibilidad, aunque lejana, de irse a un albergue del Estado. "No tienen dónde meternos porque no hay capacidad, pero yo prefiero mil veces estar aquí que vivir albergada. Convivir con gente que uno no conoce no me gusta. Además, se pierde la privacidad y la seguridad de mantener a salvo las pocas pertenencias que uno tiene".

En medio de todo el desastre, una vecina pinta de verde una de las ventanas de su casa. En una mano lleva el recipiente de pintura y en la otra la brocha. Subida a una silla, retoca el marco mientras comenta que perdió la mitad de su techo una vez que llegó una brigada enviada por el Gobierno, supuestamente a reparar una parte que se había derrumbado en el exterior. Ahora vive así: mitad de la casa bajo techo y la otra mitad bajo el cielo.

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