Los nómadas del comercio recorren los pueblos de Cuba

Casi 60.000 personas se dedican a la venta ambulante por ferias y mercadillos de la Isla

Los vendedores ambulantes se trasladan de un pueblo a otro para ofertar alimentos, útiles para el hogar y otros productos. (14ymedio)
Los vendedores ambulantes se trasladan de un pueblo a otro para ofertar alimentos, útiles para el hogar y otros productos. (14ymedio)
Bertha K. Guillén

13 de marzo 2017 - 11:42

Candelaria/Manzanas, pañales desechables y frituras son algunos de los productos que exhiben en sus tarimas las ferias ambulantes que recorren los pueblos cubanos. Caravanas trashumantes que recuerdan a los circos de antaño, pero sin malabaristas ni fieras amaestradas.

Rosario González tiene 47 años y reside en Los Palacios, Pinar del Río. Durante una década fue empleada de una cafetería estatal, pero hace unos años decidió tener su propio negocio. Ahora se dedica a preparar y comercializar bocaditos en una feria nómada que se mueve por el occidente de la Isla.

La competencia es fuerte para Rosario, que debe agregar nuevas opciones y productos para hacer más atractivas sus ofertas. Al concluir el pasado mes de febrero en el país había unas 539.952 personas con licencia para trabajar por cuenta propia. De ellas, unas 59.700 se dedican a confeccionar y vender alimentos.

El grupo del que forma parte la emprendedora pinareña detecta dónde hay fiestas patronales, carnavales o cualquier festividad local. Llegan al lugar y arman sus tarimas improvisadas

El permiso para ejercer su ocupación le permite a la vendedora moverse de un municipio a otro y también entre provincias. "Tenía unos vecinos que se dedicaban a este negocio y me di cuenta que valía la pena. Así que me lancé", cuenta Rosario a 14ymedio.

El grupo del que forma parte la emprendedora pinareña detecta dónde hay fiestas patronales, carnavales o cualquier festividad local. Llegan al lugar y arman sus tarimas improvisadas, hechas con los mismos catres metálicos sobre los que duermen en las noches.

Los comerciantes van de aquí para allá y pasan la mayor parte de su tiempo en carreteras, caminos y plazas públicas. Algunos ni siquiera tienen hogar y eligieron el negocio de la venta ambulante sin la atadura de un sitio al que volver. Son los nómadas de este siglo, en un país con un déficit habitacional que supera las 600.000 viviendas.

"Al principio fue un poco complicado, porque mi vida anterior era demasiado tranquila", recuerda Rosario. A la cafetería estatal donde trabajaba la conocían como "el reino de las moscas" porque tenía muy pocos productos y menos clientes. Dio, entonces, un paso riesgoso y ahora se ha acostumbrado ya al "ambiente festivo y a la cantidad de gente".

En un timbiriche cercano está Yaumara, una vendedora de bisuterías nacida en Bahía Honda. Muestra collares, sortijas para todos los tamaños y joyas de acero quirúrgico, muy populares entre quienes no pueden costear piezas de oro o plata.

"Siempre me gustó la fiesta", confiesa la comerciante, así que le resulta "más fácil" su actual trabajo.

Cuando el avispero de vendedores llega a un pueblo se registran en la oficina de Planificación Física del municipio. Alquilan un espacio para el mercadillo y muestran sus licencias obtenidas en la Oficina Nacional de Administración Tributaria (ONAT) para ejercer desde la venta de alimentos hasta la gestión de juegos infantiles.

Se cuidan unos a los otros y se advierten de posibles controles policiales. Cuando un inspector les exige denunciar a un colega, todos hacen silencio

Entre los vendedores se crean lazos de amistad y familiares. En la caravana son varias las parejas y algunos hasta han encontrado el amor en el camino. Se cuidan unos a los otros y se advierten de posibles controles policiales. Cuando un inspector les exige denunciar a un colega, todos hacen silencio.

A pesar de las restricciones para vender mercancía importada, muchos productos traídos de Panamá, Rusia o Estados Unidos se cuelan en las ferias. Lo que se ve públicamente es solo una pequeña parte de género. "Aquí hay para todos los gustos y todos los bolsillos", asegura un vendedor de útiles para el hogar que además ofrece piezas de ferretería ligera.

Otra parte de la mercancía proviene de la red de tiendas en pesos convertibles que gestiona el Estado. En pueblos donde el desabastecimiento es un problema mucho más crónico que en las capitales de provincia, la reventa se ha convertido en una práctica muy extendida. Los comerciantes abastecen de esponjas para fregar, bolígrafos, chancletas y cintos.

"Vendemos al menudeo y eso es bueno porque hay gente que no puede pagar por un paquete de detergente pero si puede comprar las pequeñas bolsas que reempacamos", asegura Maurilio, que lleva al menos un lustro "en estos trajines".

El grupo evalúa cuánto tiempo permanecer en cada pueblo. "Vemos cómo está la cosa, el ambiente de fiesta y como van las ventas el primer día, ahí decidimos si quedarnos o no", aclara el emprendedor.

La mayoría de los habitantes de los caseríos y bateyes les dan la bienvenida. "Espero la feria porque es una oportunidad de comprar cosas para la casa y además a mis hijos les encanta", comenta una vecina de Candelaria. Sin embargo, algunos residentes más cercanos a los puntos de venta se quejan de que los viajeros duermen en los portales o hacen sus necesidades en la vía pública.

Algunos residentes más cercanos a los puntos de venta se quejan de que los viajeros duermen en los portales o hacen sus necesidades en la vía pública

Ernesto y Uvisneido han resuelto ese problema. Provenientes de la lejana ciudad de Guantánamo se insertaron en el negocio con una oferta de carritos para jugar. Con las ganancias se compraron un pequeño tráiler con tres literas y un baño. "Así no tenemos que dormir al aire libre", comenta Ernesto.

"Tenemos también al dragón de juguete, un pequeño parque inflable y sillas voladoras", añade. Sus clientes son niños que pagan unos 5 CUP por cada vuelta en los aparatos o por unos minutos de uso.

"Siempre hay algún inspector que agua la fiesta, pero con este trabajo recaudamos", asegura Ernesto. Los comerciantes que no han logrado un remolque para dormir en las noches, arman sus catres en cualquier lugar y pagan a un custodio para que patrulle por las inmediaciones.

Con los primeros rayos de sol deben comenzar a pregonar sus productos o emprender el viaje hacia el próximo pueblo. Los nómadas del comercio saben que su negocio solo funciona si se mueven por todos lados.

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