Autoridad de la discrepancia o Discrepar de la autoridad.

Reinaldo Escobar

13 de agosto 2012 - 16:06

La periodista Anneris Ivette Leyva publicó en el diario Granma del pasado viernes 10 de agosto un artículo donde exhorta a los ciudadanos a emitir sus opiniones críticas sobre lo mal hecho. Llega a decir que las consecuencias de los errores no criticados a tiempo “pesan sobe los hombros de todos”.

A la altura del décimo párrafo y haciendo una cita indirecta del general presidente aclara que “el compañero Raúl ha insistido en la necesidad de intercambiar criterios, de hacer nacer las mejores ideas del diálogo entre interlocutores diversos con un mismo fin.”

De manera que se mantienen las viejas reglas del juego: Si alguien no tiene el mismo fin que orienta el partido comunista no será reconocido como interlocutor válido, no tendrá derecho a dialogar y no podrá señalar o discutir civilizadamente el peor de todos los errores cometidos: la introducción de un sistema económico, político y social descartado por la historia.

Para usar un ejemplo modélico, se permite criticar la calidad del pan, pero no se desea escuchar la propuesta de permitir una panadería particular regenteada como una pequeña empresa familiar.

Lo que no acaba de comprender la colega de Granma es que hasta tanto no exista el suficiente grado de libertad de expresión que admita proponer, sin temor a represalias, la apertura de la pequeña o mediana empresa privada, seguirá habiendo miedo, incluso para denunciar las prácticas corruptas en una panadería estatal. El techo de vuelo de la discrepancia no puede limitarse a los detalles del camino que conduce a un mismo fin. Tenemos que discutir sobre los diferentes posibles caminos y especialmente sobre los distintos destinos a donde queremos ir.

Estimada Anneris: Hace ya 25 años publiqué en el diario Juventud Rebelde un trabajo similar al suyo. Se titulaba “El optimismo de los Inconformes”. Por escribir textos de esa naturaleza fui despojado del derecho a ejercer mi profesión en los medios cubanos. Le deseo la suerte que tuve y que pueda algún día soltar el pesado lastre de la censura. Aquí reproduzco tres párrafos de aquel artículo. Dígame usted si no los firmaría.

Pienso que el optimismo revolucionario se traduce en la seguridad de que todo puede ser mejorado aun, y paradójicamente eso quiere decir, ni más ni menos, que nada de lo que hemos hecho es perfecto todavía; que la obra realizada será siempre susceptible de ser sometida al más severo análisis con el objetivo de enriquecerla.

Es por eso que aquel que en una asamblea emite sus opiniones críticas sobre la marcha de su centro de trabajo o estudio debe ser considerado como un auténtico optimista, porque tiene confianza en que sus criterios van a ayudar a que se rectifiquen los errores y porque tiene fe en que lo que él dice será escuchado, que su participación será decisiva.

Sin embargo, el que pensando lo mismo, no se atreve a hacer pública su inconformidad y sólo sabe decir que a él le parece que todo está muy bien, es porque cree -pesimistamente- que de verdad no es posible que se mejore la situación, o que no vale la pena intentarlo, o que tal vez le puede costar demasiado caro oponerse a lo mal hecho.

También te puede interesar

Lo último

stats