La imposible reciprocidad

El presidente de EE UU, Barack Obama, habla con su homólogo cubano, Raúl Castro. (Casa Blanca)
El presidente de EE UU, Barack Obama, habla con su homólogo cubano, Raúl Castro. (Casa Blanca)
Reinaldo Escobar

10 de marzo 2016 - 15:21

La Habana/El más reciente editorial del diario Granma tiene mucha tela por donde cortar, pero en este comentario me limitaré a referirme a lo que puede definirse como una doble interpretación de la legitimidad.

Al final del segundo párrafo del texto se expresa que "esta será la primera vez que un presidente de Estados Unidos viene a una Cuba dueña de su soberanía y con una Revolución en el poder, encabezada por su liderazgo histórico".

El nexo entre la soberanía del país y la prolongada estancia en el poder del autodenominado liderazgo histórico ya ofrece suficientes confusiones, pero la contradicción se hace mayor cuando llegamos a las últimas líneas del párrafo siguiente, donde se dice que el proceso hacia la normalización "apenas se inicia y (...) ha avanzado sobre el único terreno posible y justo, el respeto, la igualdad, la reciprocidad y el reconocimiento de la legitimidad de nuestro Gobierno".

A la hora de discutir los asuntos bilaterales y los viejos problemas acumulados, habrá que escuchar la voz de quienes tomaron el poder por la vía armada y lo mantienen a golpe de represión, fundamentándose en el apotegma de que una revolución es fuente indiscutible de derecho. Sin embargo, para alcanzar el reconocimiento de legitimidad, se colocan la máscara de "nuestro Gobierno" unos señores de cuello y corbata (o impecable guayabera) que deberían haber sido electos en un proceso democrático y dirigir el país bajo el imperio de la ley.

Se pretende convertir la visita de Obama en una aceptación de los hechos que tipifican como una revolución todo lo ocurrido en Cuba en 56 años, donde no solo se incluyen "los logros", sino también las atrocidades

Esta no es una falla del editorialista producto del descuido o la pasión, sino la deliberada intención de lograr que la visita del presidente Barack Obama sea algo más que un pasar la página, algo más que un "borrón y cuenta nueva". Se pretende convertirla en una aceptación (¿y, por qué no, un aplauso?) de los hechos que tipifican como una revolución todo lo ocurrido en Cuba en 56 años, donde no solo se incluyen "los innegables logros" tantas veces publicitados, sino también las atrocidades, cuya simple enumeración haría interminable este texto.

Si las conversaciones fueran con gobernantes elegidos por el pueblo, personas que no tienen responsabilidad con el pasado, como es el caso de Obama -según ha reconocido el propio general presidente Raúl Castro- entonces se podría hablar de reciprocidad y de igualdad en el trato. No es lo mismo sentarse a hablar con quien no quiere disculparse de sus yerros que hacerlo con quien no arrastra culpas. No es lo mismo tener que argumentar: "No tuvimos más remedio que actuar de esa forma" a decir simplemente: "Yo no fui, yo no había nacido cuando aquello".

El editorial del 9 de marzo merece otras observaciones sobre sus reales intenciones, pero eso requeriría demasiada paciencia de los lectores.

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