El castrismo ve un enemigo en cada emigrante

Migrantes cubanos en Colombia. (Cortesía)
Migrantes cubanos en Colombia. (Cortesía)
José Gabriel Barrenechea

08 de julio 2016 - 18:20

Santa Clara/El gran problema al que se enfrenta cualquier oposición potencial al castrismo se encuentra en la casi absoluta concentración de las posibilidades de desarrollar la vida humana en manos del Estado castrista y en la aún más eficiente capacidad del mismo para vigilar y controlar a la sociedad cubana.

El Estado castrista es todavía hoy el más grande empleador del país, a la vez de que es el dispensador de las licencias para trabajar por cuenta propia o, en general, para desempeñar cualquier actividad laboral, todo ello mediante un sistema legal ambiguo que le permite ejercer el más amplio discrecionalismo bajo un manto de legalidad. Su eficacísimo sistema de vigilancia y control ciudadano, que solo se hace de la vista gorda cuando el individuo demuestra una servil incondicionalidad con el mismo, impide que quien se atreva a declararse opositor pueda ejercer incluso la actividad económica sumergida.

Oponerse en Cuba es cerrarse todas la posibilidades de obtener de la sociedad isleña lo necesario para desarrollar su vida y la de su familia, ya que ni podrá trabajar para el Estado, ni conseguirá una licencia de cuentapropista ni, muchísimo menos, alcanzará a dedicarse al mercado negro: el estrecho y minucioso operativo de vigilancia que de inmediato se establecerá a su alrededor se lo impedirá irremediablemente.

Oponerse en Cuba es cerrarse todas la posibilidades de obtener de la sociedad isleña lo necesario para desarrollar su vida y la de su familia

En consecuencia, a los inconformes solo les quedará un número muy limitado de opciones, relacionadas todas con su mantenimiento a costa de lo que pueda obtener de más allá de nuestras fronteras: la primera, claro, es emigrar.

La naturaleza esencialmente opositora de todo emigrante cubano suele no admitirse por quienes no acaban de comprender el carácter en extremo particular de la sociedad actual, que impide que se usen adecuadamente para explicarla ciertos términos o ideas, de la misma manera en que se hace al referirse a la mayoría de las sociedades presentes.

La sociedad cubana no se organiza como la mayoría de las contemporáneas con el objetivo de que los humanos reunidos en ella enfrenten conjuntamente sus desafíos concretos, y para que, de ese gregario modo, solucionen sus necesidades cotidianas (que pueden ser del día a día, pero también del siglo a siglo). Posee desafíos milenaristas (la construcción de la Nueva Jerusalén o la sociedad comunista) y se organiza ante todo para solucionar necesidades supracotidianas (alcanzar una especie de salvación presente, obtenida al hacer lo correcto para el establecimiento de un específico futuro en el que no se vivirá). Por tanto, más que como cualquier sociedad política contemporánea, la Cuba de Fidel y Raúl Castro funciona más bien como una celosa religión medieval y, en consecuencia, abandonarla no es visto de manera tan sencilla y plácida.

Lo primero es entender que dejar México, Guatemala, Colombia o Ecuador para irse a vivir en otro lado no es una herejía y una traición como sí lo es en el caso cubano. Ese carácter diferente se manifiesta en multitud de otras aristas.

Cada migrante se convierte en un descalificador del discurso oficial

En esencia, y al menos según el discurso castrista, en Cuba se ha dado esa tan particular y extemporánea organización política, social y económica para evitar la necesidad de emigrar de sus ciudadanos, que tan fuerte es en países como los referidos más arriba. Cada emigrante cubano, por el solo acto de convertirse en tal, se constituye en un contradictor, en alguien que niega el éxito de ese propósito. De hecho, en un descalificador del discurso oficial, o, lo que es lo mismo para los generadores de ese discurso, en un enemigo.

Además, como supuestamente en estas formas cubanas de organización política, social y económica no es lo material lo más importante, sino la satisfacción espiritual que al individuo en cuestión le proporciona el sentirse parte integrante de un supuesto proyecto enaltecedor, de dignificación humana. El acto de emigrar para invertir la escala de valores pone también en cuestión si no la escala de valores misma (lo espiritual sobre lo material), al menos la voluntad de quienes mandan en Cuba para ceder lo suficiente como para que los individuos puedan encontrar los espacios en que practicar esa dignificación espiritual referida.

Por lo mismo, otro desafío, y una nueva actitud opositora.

La privación a los emigrados del derecho a ejercer el voto en su país de origen, algo casi universal hoy día en occidente, es la más clara muestra de lo que son para el castrismo en definitiva todos los que abandonan su tutela directa: extraños en el mejor de los casos, enemigos en el peor, peligrosos opositores todos.

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