“El mito de Cuba ya se ha despedazado en gran parte”

El escritor y premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, conversa sobre Cuba en la primera parte de una entrevista con 14ymedio

Yoani Sánchez

14 de julio 2014 - 06:05

Madrid/Mario Vargas Llosa, escritor, político, excelente analista y mejor conversador, me recibió en su casa de Madrid para esta entrevista. Los minutos pasaron volando con su proverbial gracia para dialogar y me regaló estas reflexiones suyas sobre democracia, libertad, literatura, América Latina y Cuba. Hoy las comparto con los lectores de 14ymedio que de alguna manera estuvieron, sin estar, en aquel salón iluminado por la luz del verano y por la lucidez del escritor.

Pregunta: Sé que Cuba ha sido una parte importante de sus pasiones, por no decir de sus grandes obsesiones...

Respuesta: Absolutamente. La Revolución cubana fue para mi como para muchísimos jóvenes, la aparición de una posibilidad con la que muchos soñábamos y que nos parecía inalcanzable. Una revolución socialista, que fuera al mismo tiempo socialista y libre, socialista y democrática. Eso les puede parecer hoy día un acto de ceguera, una insensatez, pero no lo era en ese momento. En ese momento eso era lo que nos pareció la Revolución cubana, hecha no por, sino fuera del Partido Comunista, una Revolución que tenía detrás de sí toda una gesta heroica. En los primeros momentos de la Revolución cubana, lo que nosotros queríamos ver en ella era lo que buscábamos.

Una Revolución que iba a hacer las grandes reformas sociales, que iba a acabar con la injusticia y al mismo tiempo iba a permitir la libertad, la diversidad, la creatividad y que no iba a adoptar la línea soviética del control estricto de todas las actividades creativas y artísticas. Creíamos que iba a permitir la crítica y eso es lo que queríamos ver en la Revolución cubana y eso es lo que durante un buen número de años yo vi en ella, a pesar de ir a Cuba, a pesar de estar vinculado muy directamente a la Casa de las Américas, en la que llegué a formar parte del comité. Eso era lo que veíamos, porque la Revolución cubana tuvo la habilidad de alimentar esa ilusión.

P: ¿En qué momento empieza a tener dudas?

R: De las cinco veces que fui a Cuba en los años sesenta, la cuarta vez coincidí con las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) y fue un choque saber que se habían abierto prácticamente campos de concentración donde llevaban a los disidentes, los ladrones, los homosexuales, los religiosos. Me impresionó mucho especialmente por el caso de un grupo que supongo conozcan, El Puente. Muchas de las chicas y de los chicos que integraban aquel grupo yo los conocí, había entre ellos lesbianas y gays, pero todos eran revolucionarios, absolutamente identificados con la Revolución. Buen número de ellos fue a esos campos de concentración, donde hubo hasta suicidios.

A mi me afectó mucho eso, porque me parecía que era imposible que algo así ocurriera en Cuba. Así que le escribí una carta privada a Fidel Castro, donde le decía: “Comandante realmente no entiendo, esto no encaja dentro de mi visión de Cuba”. Entonces me invitaron a visitar Cuba y a tener una reunión con Fidel Castro. Éramos unos diez o doce, que de alguna manera habíamos hecho una manifestación de sorpresa con lo que ocurría. Esa es la única vez que he conversado con Fidel Castro, fue toda una noche, desde las ocho de la noche hasta las ocho de la mañana. Fue muy interesante y aunque me impresionó, no me convencieron sus explicaciones. Me dijo que lo que ocurría es que muchas familias de guajiros muy humildes, que tenían hijos becarios, se quejaban de que esos hijos habían sido víctima de “los enfermitos”, así les decía Fidel. Los gays y las lesbianas eran para él “los enfermitos”. Me dijo que había que hacer algo, que quizás había habido excesos, pero que se iban a corregir.

Recuerdo que el Che Guevara ya había salido y no se sabía dónde estaba. Entonces Fidel Castro –durante aquella conversación- hacía alusiones de por dónde podía estar y aparecer el Che. Además era muy histriónico, se paraba sobre la mesa, contaba cómo habían hecho emboscadas, era una personalidad muy aplastante, pero allí me di cuenta que él no admitía interlocutores, solo oyentes. Era casi imposible poder introducir alguna pregunta, aunque fuera breve. Fue la primera vez y desde entonces yo quedé con muchas dudas, muchas angustias que no me atrevía a hacer públicas y seguí volviendo a Cuba hasta el apoyo de Fidel a la intervención de los países del Pacto de Varsovia a Checoslovaquia.

P: ¿Cómo vivió la entrada de los tanques soviéticos en Praga en 1968?

R: Eso me impresionó tremendamente y fue la primera vez que hice pública una carta con críticas a Cuba. Escribí un artículo que se llamó El socialismo y los tanques, diciendo que no era posible que si Fidel había defendido siempre la autonomía, la soberanía de los pequeños países, ahora que un pequeño país quería dar su versión propia del socialismo pues lo invadían los tanques soviéticos y Cuba apoyaba eso. ¿Cómo es posible? A pesar de eso me volvieron a invitar, pero cuando regresé a Cuba había ya una situación de pánico entre los intelectuales. Mis mejores amigos ya no me hablaban o me mentían. Había terror. Era pocas semanas antes de la prisión de Heberto Padilla y el poeta estaba totalmente fuera de sí, hablaba de una manera enloquecida, sentía que se le cerraban los espacios y que muy pronto ya no iba a poder ni siquiera funcionar.

El problema principal con Cuba no es que aún despierte fantasías y deseos revolucionarios, sino que el problema es el olvido

Estuve con Jorge Edwards, justo en los meses que él describe en Persona non grata. Recuerdo que gracias a Jorge, que era diplomático, pudimos llevar a José Lezama Lima a comer en uno de esos comedores donde sólo podían ir los diplomáticos. Pobre Lezama, comió con una felicidad, a él le gustaba mucho comer. Hablamos de todo menos de política, claro está. Pero al salir, al despedirnos, recuerdo que me apretó la mano y me dijo: “Tú te has dado cuenta en el país en el que yo estoy viviendo”, le respondí que sí, pero me volvió a apretar la mano y repitió: “Pero te has dado cuenta en el país en el que yo estoy viviendo” y le contesté: “Sí, me he dado cuenta”. Esa fue la última vez que lo vi.

Al poco tiempo vino la captura de Padilla, la carta que escribimos varios y que significó la ruptura de un número importante de intelectuales que no éramos comunistas pero que habíamos hecho nuestra la causa de la Revolución cubana. Para mi fue muy importante, porque yo recuperé una libertad que había perdido durante esos años, por ese chantaje que fue tan eficaz de “no dar armas al enemigo”, “no puedes atacar a la Revolución cubana sin convertirte tú en un aliado del colonialismo, del imperialismo o del fascismo”. Bueno, pues a partir de entonces fui muchísimo más libre y me quedó por siempre, hasta ahora, la idea de haber contribuido de alguna manera a crear ese mito y a apoyar un sistema –que ya tiene 55 años- que ha convertido a Cuba en un campo de concentración y que ha frustrado a por lo menos tres generaciones de cubanos.

Quizás esa es la razón por la que yo he sido tan insistente en mis críticas a Cuba, es una manera de ejercitar una autocrítica. Porque creo que nosotros contribuimos muchísimo, y en eso el régimen cubano fue sumamente hábil, para conseguir esa adhesión intelectual, periodística, académica que contribuyó tanto a crear ese mito, que todavía –aunque parezca mentira y felizmente en círculos cada vez más pequeños- sobrevive. El mito ya se ha despedazado en gran parte.

El problema principal con Cuba no es que aún despierte fantasías y deseos revolucionarios, sino que el problema es el olvido, el desinterés. Mucha gente se siente harta del tema cubano y entonces hay un gran desapego. Muchas veces cuando se trata que el tema cubano pase a la agenda, hay un escepticismo tal, como si no fuera un fenómeno social y humano. ¿Qué puedes hacer contra un terremoto, contra un tsunami? nada, pues Cuba es como un terremoto o un tsunami para mucha gente.

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