Castillos de lodo

Castillos de lodo, Guatemala. (M.J. Penton/14ymedio)
Con apenas un kilómetro de perímetro y una profundidad de dos metros, este estanque alimenta a varias familias. (M.J. Penton/14ymedio)
Mario J. Penton Martínez

29 de agosto 2015 - 09:55

San Antonio Ilotenango (Guatemala)/Existen, al sur de nuestra patria, en la tierra del Quetzal, castillos de lodo, amasados con el sufrimiento de los niños que no tienen tiempo para ir a la escuela porque se impone el deber de alimentarse. Son esos niños anónimos que el turista fotografía dejando en el lente de la cámara un no sé qué de culpa, tristeza y vergüenza.

Desde hace casi un año trabajo como misionero católico en Guatemala. Este país de Centroamérica, con un poco menos de superficie que Cuba, tiene una población aproximada de 15,4 millones de habitantes. El 53,71% vive en condiciones de pobreza, es decir, con menos de un dólar diario, según datos oficiales de 2011. Guatemala parece despertar del letargo producido por la férrea dictadura militar que la gobernó hasta los años 80 y de la guerra interna desencadenada por las desigualdades. La clase media se ha lanzado a las calles en las últimas semanas para exigir el fin de la corrupción generalizada y de la violencia, que se cobra la vida de entre 10 y 15 personas a diario. El clamor popular ha desbancado a la vicepresidenta del país, Roxana Baldetti, con un presunto historial de robos en las arcas públicas, y según parece, rodarán más cabezas.

No es mi intención reproducir el consabido discurso fatalista del Noticiero Nacional de la televisión cubana al referirse a países gobernados por partidos de derecha

Las condiciones sociales siguen siendo paupérrimas en gran parte del país, en especial en las áreas rurales, donde se concentra la población indígena, lastrada por razones históricas y enfrentada al desconocimiento de la lengua castellana, la falta de escolarización y servicios elementales de salud.

No es mi intención reproducir aquí el consabido discurso fatalista del Noticiero Nacional de la televisión cubana al referirse a países gobernados por partidos de derecha. Guatemala tiene mucho potencial y hay multitud de aspectos en los que crece admirablemente, pero aún queda mucho por recorrer.

Pascual y José son dos niños nacidos en la región del Quiché, provincia norteña y montañosa, una de las más visitadas por el turismo extranjero por lo elaborado de sus tejidos y lo exuberante de sus paisajes. Tienen entre 10 y 13 años. Un cabello negro como la noche en la que viven combina perfectamente con sus alargados ojos en los que centellean las chispas de una infancia frustrada. Cada día se les puede ver pescando junto a la laguna Lemoa, un pequeño estanque natural en el cual la pesca parece más un milagro que una actividad rentable.

Fruto de familias disfuncionales, pescan para sobrevivir. Con lo que sacan al día apenas podrán comer, o, en caso de mucha necesidad, comercializarlo por unos pocos quetzales con un mercader local. Son mano de obra barata, de esa que tanto abunda y a la que tan acostumbrado parece estar el guatemalteco de a pie. Otros muchos niños se dedican a limpiar botas, pedir limosna, o hacer de payasos en caminos y veredas, a veces explotados por verdaderas mafias que lucran con sus sueños truncados.

Pascual y José no están solos, saben que la pelea por la pesca es fuerte. Hay otros niños que también vendrán a probar suerte. Orgullosos, muestran pequeños ejemplares de tilapias, que apenas pueden alcanzar para un bocado. El sol quema fuerte, es la una de la tarde, pero saben que deben seguir, los frijoles y la tortilla (masa de maíz que hace las veces de pan) en casa dependen de su esfuerzo.

Mientras en la capital los políticos roban millones, ella trabaja junto a sus hijos para ganar el sustento diario y no le alcanza para comprar mucho más que algunas tortillas y un poco de frijoles

San Antonio Ilotenango es uno de los tantos pueblos de esta región. Propaganda política por doquier recuerda la inminencia de las elecciones presidenciales. Al menos 15 partidos pugnan por repartirse el pastel chapín mientras que la contaminada Laguna de las Garzas presenta un panorama similar al referido anteriormente en Lemoa.

Con apenas un kilómetro de perímetro y una profundidad de dos metros, este estanque alimenta a varias familias. Una de ellas es la de doña Cristina, quien todos los días sale de su casa de adobe, a unos 50 metros, junto a sus tres hijos para intentar pescar algo.

La pesca se realiza desde la orilla, con rústicas latas a modo de caña. Se logra con paciencia, la misma que durante siglos ha tenido esta gente de idioma quiché. Una paciencia que el ojo curioso y superficial pudiera calificar de pasividad. Pero nada más lejos de la realidad. Acercarse a la historia de estas personas significa descalzarse ante verdaderos hitos de sacrificio y lucha por sacar adelante a sus prolongadas familias.

Mientras en la capital los políticos roban millones, ella trabaja junto a sus hijos para ganar el sustento diario y no le alcanza para comprar mucho más que algunas tortillas y un poco de frijoles.

Oteo el horizonte para dejar impregnados en mis recuerdos lábiles las fugaces imágenes que me han descubierto otra Guatemala. Descubro entre la arcilla de los márgenes una estructura que me parece conocida. Se trata de un castillo, no ya de arena como los de mi infancia en las playas cubanas, sino de arcilla. Moldeado en los largos ratos de espera mientras pica algo, levanta torres de envases desechados. Es el último reducto de una niñez robada por los intereses egoístas del dinero.

Viendo esa imagen no puedo dejar de pensar en mi Cuba. Como tantos otros cubanos añoro la libertad de la patria ceñida con esposas de hierro desde hace tantas décadas. Sin embargo, esa libertad ha de ser como la quiso el apóstol: con todos y para el bien de todos, ha de garantizar la dignidad plena de cada ser humano comenzando por el tesoro mayor de cada sociedad: la infancia.

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