Enguayabera, oxígeno para el reparto Alamar

La tienda de objetos con motivos artísticos, pertenecientes a Artex, es de las pocas áreas del complejo que ya está funcionando a plena capacidad
La tienda de objetos pertenecientes a Artex es de las pocas áreas del complejo que ya está funcionando. (14ymedio)
Reinaldo Escobar

09 de enero 2016 - 14:10

La Habana/Una barriada sin iglesia, cementerio ni centro cultural. Así era el reparto Alamar, en La Habana del Este, hasta que a finales del pasado año quedó inaugurado el complejo recreativo Enguayabera. Una mole de concreto que por décadas fue una ruina abandonada, pero que hoy busca ofrecerles a los más de 100.000 habitantes de la zona una opción diferente al aburrimiento o el alcohol.

Los vecinos del reparto están de plácemes por el nuevo lugar, aunque todavía muchas de las áreas que lo componen no funcionan. Desde la década del noventa la nave, que fuera construida para albergar una fábrica de guayaberas, se había convertido en urinario público y vertedero de basura. "Las ratas nos tenían locos", cuenta una vecina cuyo apartamento en planta baja se veía afectado por la abandonada industria.

Ahora, el antiguo taller textil ubicado en la calle 162 del reparto, está recién pintado y los camiones van y vienen recogiendo escombros. A la entrada, unas fotografías dan muestras de la situación de deterioro en la que cayó el edificio cuando el Período Especial obligó a parar la producción y enviar a los obreros a sus casas.

La creación del centro cultural corrió a cargo del Ministerio de Cultura y el principal gestor de su actividad es la comercializadora Artex, con una junta administrativa presidida por Rogelio Cuza. La programación estará en manos del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), el Consejo Nacional de Artes Escénicas, el Instituto Cubano de la Música y el Instituto Cubano del Libro.

Enguayabera pretende emular la gestión de la popular Fábrica de Arte Cubano en el habanero municipio Plaza pero, a diferencia de esta última, será administrada en su totalidad por entidades estatales. El lugar dispone de cuatro salas de cine con capacidad para 40 personas, un pequeño teatro y un espacio de fiestas donde el 29 de diciembre se inauguró todo el complejo con un concierto de Manolito Simonet y su Trabuco.

El café literario, la heladería y las tiendas de Artex y el Fondo Cubano de Bienes Culturales son por el momento las que más público atraen durante los horarios diurnos. Aunque el área wifi de conexión a internet se lleva las palmas por estos días, entre quienes hasta hace muy poco debían trasladarse a la Villa Panamericana o a las zonas más céntricas de la ciudad para conectarse a la web.

El espacio dispone también de un parque infantil y tres parques inflables, pero los enormes muñecos que conforman este último estaban sin aire esta semana, para frustración de los niños y sus padres que llegaron al lugar entusiasmados con los reportajes televisivos. Una sensación de apresurada inauguración rodea el lugar, aunque no hace mermar el entusiasmo de muchos.

Con dos hijas adolescentes, Yusmila reside en el lugar desde que era una niña y comentó a este diario su alivio porque ahora su familia tenga una oferta recreativa tan cerca. "No las dejaba ir a La Habana después de las seis de la tarde y se aburrían mucho en la casa", comenta la mujer para quien "eso de poder ir al cine que le queda a 200 metros, es una bendición".

Sin embargo, otros se muestran más escépticos con las ofertas culturales que promueve Enguayabera. Es el caso de un joven taxista particular que hace el recorrido desde el Parque Central hasta Alamar. Para este trabajador por cuenta propia resulta excesivo contar con "cuatro salas de video, en una época en que la gente lo tiene todo en su casa con el paquete".

El hombre reconoce que también se ve afectado por el nuevo centro cultural, porque confiesa que "todos esos que ahora se quedarán en Alamar para divertirse son clientes que pierdo porque ya no necesitarán transporte para ir para ir a una discoteca o ver una película".

Eusebio Mitjans lleva 35 años viviendo en la barriada que iba a ser el lugar del "hombre nuevo", pero que ha terminado convertido en una ciudad dormitorio disfuncional y repleta de bloques prefabricados. Hizo decenas de horas de trabajo voluntario en la construcción de la fábrica de guayaberas durante la década del ochenta del siglo pasado y ahora dice sentirse "satisfecho" porque el lugar sea recuperado para los jóvenes.

Junto a Mitjans, este jueves estaba en el café literario del local su sobrina de veinte años. La joven preguntaba a la camarera si ya había una programación de los autores que se presentarían. Pero la empleada sólo se encogió de hombros, sin contestar. "En Alamar hay más escritores que edificios, y ahora lo que falta es que les publiquen los libros", apunta la joven.

A su alrededor todo tiene el relumbrante aspecto de lo nuevo. La pesadilla de los parroquianos es que un mal día todo vuelva a ser una ruina, como ya le pasó una vez a la fábrica de guayaberas.

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