Jóvenes católicos arriman el hombro en un caserío de Baracoa

Baracoa tras Matthew
Con el corazón rebosante de solidaridad, los voluntarios fueron a entregar lo mejor de sí en Cruce del Toa. (14ymedio)
Mario J. Pentón

27 de octubre 2016 - 09:17

Miami/Cuando se apagaron las consignas, los discursos y las cámaras de televisión, llegaron ellos. Armados con una guitarra, sacos de ropa y comida recogidos entre los más pobres de Santiago de Cuba. Con el corazón rebosante de solidaridad fueron a entregar lo mejor de sí en Cruce del Toa, un caserío remoto de la región de Baracoa donde el huracán Matthew hizo crecer el río más caudaloso de Cuba a niveles nunca antes vistos.

El agua arrasó con todo a su paso, pero este grupo de jóvenes católicos se empeñó en devolver la esperanza a los campesinos de la zona arrimando el hombro en la reconstrucción de sus hogares, compartiendo su hogaza de pan y dedicándole todo un fin de semana a vivir con ellos penas y alegrías.

"La anécdota de cómo este pequeño grupo de 11 familias vivieron el huracán junto al Toa pasará de generación en generación. Fue una noche horrible para ellos. Lo perdieron todo: casas, animales, ropa... El río se llevó lo poco que tenían. De milagro conservaron la vida", cuenta a 14ymedio el joven Hermano de La Salle Asquilis Estable.

Desde el mismo momento del desastre, la Iglesia católica reaccionó recolectando ayuda para enviar a los damnificados. En cuanto estuvo disponible la carretera de La Farola, comenzaron a llegar los primeros cargamentos de ayuda. El grupo de jóvenes lasallistas de Santiago de Cuba quería dar parte de su tiempo y sus recursos en ayudar a otros, así que inició una recogida de comida y ropa entre las comunidades de la provincia.

"Muchas personas que incluso reciben ayuda de la Iglesia se desprendieron de ropa o de otros enseres para enviarlos a los damnificados. El cubano es así, solidario en la pobreza", cuenta un voluntario

"Muchas personas que incluso reciben ayuda de la Iglesia se desprendieron de ropa o de otros enseres para enviarlos a los damnificados. El cubano es así, solidario en la pobreza. También recibimos ayuda de grupos católicos exiliados en Miami que se aprestaron rápidamente a la solidaridad", comentó el religioso.

El recorrido era largo. Salieron de Santiago de Cuba en horas de la madrugada en un camión de alquiler. Debían atravesar las zonas más afectadas para llegar hasta Baracoa. Durante todo el trayecto llovía y la principal preocupación era que se mojara el cargamento de ayuda humanitaria.

"Nos mojamos buena parte del camino. Teníamos unas lonas, pero las usamos para proteger el azúcar y la comida que llevábamos", relata vía telefónica Karelia Savón, de 33 años.

"Sé lo que es perder todo cuando pasa un huracán. Hace cuatro años, con el paso de Sandy, mi casa perdió su techo y nos quedamos sin nada. Así que cuando me enteré de que querían ayudar a los baracoenses, enseguida me enrolé en el grupo", agrega.

Después de llegar a Baracoa, continuaron su ruta hacia el Toa. Fue una sorpresa para todo el grupo tener que cruzar el caudaloso río en balsas. Desde tiempos inmemoriales, este ha sido el vehículo de comunicación por excelencia en la región. Armadas con cañas de bambú y bejucos, los toanos son reconocidos en toda Cuba por su destreza en conducir este inusual transporte para trasladar personas y animales de una orilla a otra.

"Me llamó mucho la atención que las personas de ese caserío no fueran evacuadas. Las casas quedaban a 150 metros del río, así que cuando empezó a crecer se fue llevando una construcción tras otra", dice Savón.

"Más que la ayuda material que pudimos brindar, lo importante era estar con la gente y decirles que no estaban solos. No puedo olvidar a una señora que me dijo: 'Desde que pasó el ciclón, esta es la primera vez que me río'. Eso me marcó", añade.

Nailet Moreno y su esposo, Renato Verano, también hicieron parte del grupo de jóvenes. Cuentan que quedaron impresionados por las narraciones que los habitantes de Cruce del Cauto les compartieron.

"Pensaron que no iba a ser tan intenso, así que se quedaron. Recuerdo que una familia contaba cómo cuando el viento se llevó su casa salieron corriendo a refugiarse en la construcción vecina. Apenas unos minutos después sintieron el ruido del agua. Era el Toa que estaba creciendo y comenzaba subir el nivel del agua en la casa así que no les quedó más remedio que salir corriendo hacia la montaña. Allí unos se agarraron a unos tallos de fongo (plátanos) y otros se metieron en huecos que hicieron los machos (cerdos). Estuvieron toda la noche bajo el viento y el azote de la lluvia. Fue horroroso".

Al llegar al caserío se hospedaron en el hogar de María, cuya casa había perdido la mitad del techo. "Dormíamos allí con ellos, sin electricidad, con la mitad del techo. Cuando llovía nos mojábamos, pero fue significativo escuchar testimonios de personas que agradecían más que la ayuda material, la presencia. Allí no ha ido nadie, esa gente necesita ayuda", comenta.

La estancia de los jóvenes en el caserío sirvió para ayudar a techar algunos bohíos, además de repartir los alimentos y la comida que llevaban desde la ciudad

La estancia de los jóvenes en el caserío sirvió para ayudar a techar algunos bohíos, además de repartir los alimentos y la comida que llevaban desde la ciudad. En las noches se reunían para cantar y conversar a la luz de una vela.

"Tuvimos la oportunidad de compartir con la gente que lo había perdido todo. No tenían qué comer siquiera. Fue un gran alivio lo que pudimos llevar para compartir. Es difícil trasladar recursos allí por lo intrincado. Ellos tienen que ir hasta el pueblo para conseguir la comida", dice.

El hermano Asquilis Estable se emociona al relatar los gestos de acogida. "Era increíble -dice-, de la nada se aparecían con cocos para agradecernos el haber ido a visitarlos. No era una simple fruta, era todo lo que tenían y nos lo estaban ofreciendo. Ellos nos dieron mucho más de lo que nosotros pudimos brindarles".

"Me impresionó mucho cómo los mismos toanos están levantando los postes para tener electricidad nuevamente. La gente tiene resiliencia, buscan ante todo vivir, pero la situación es crítica".

Savón dice que muchos damnificados tienen fe en que el Estado les ayudará a reconstruir sus viviendas, pero ella no lo cree así. "En Santiago de Cuba llevamos cuatro años esperando a que se resuelva la situación de las casas que Sandy se llevó y todavía hay personas que no tienen donde vivir".

El río Toa regresó a su cauce, aunque primero se llevó el puente que unía las dos orillas desde hace un cuarto de siglo. Las antiguas balsas desaparecieron arrastradas por la corriente, pero el bambú y el bejuco se resisten a perecer. Con ellos los toanos construyeron nuevas embarcaciones y rehacen sus vidas. Unas vidas que no serán iguales después de la tragedia, pero tampoco tras la solidaridad de quienes se negaron a quedar al margen de los acontecimientos.

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