Panamá, a espaldas de Liborio

Anuncio por parte de Raul Castro y Barrack Obama sobre la normalización de relaciones entre Cuba y EE UU
Anuncio por parte de Raul Castro y Barrack Obama sobre la normalización de relaciones entre Cuba y EE UU
José Prats Sariol

28 de marzo 2015 - 13:36

La Habana/¿De qué hablarán Barack Obama y Raúl Castro si llegan a reunirse en uno de los salones privados del Centro de Convenciones Atlapa o en algún hotel, el próximo 10 u 11 de abril, durante la séptima Cumbre de las Américas, en la modernísima Ciudad de Panamá?

¿Cómo suponer transparencia cuando las conversaciones previas a diciembre de 2014, durante más de un año, se mantuvieron tan ocultas como una fórmula de combustible espacial? ¿Cuáles serán los acuerdos por detrás y por delante, siempre al costado de la patología social y de la opinión pública? ¿Qué escondrijos y calendarios negociarán con el visto bueno de la Oficina de Control de Activos Extranjeros, dependiente del Departamento del Tesoro de EE UU?

Se podría preguntar a un relevante miembro de la delegación de Estados Unidos a la reunión, Ricardo Zúñiga, director para el Hemisferio Occidental en el Consejo de Seguridad Nacional, jefe de las conversaciones con la dictadura cubana, previas al anuncio oficial el pasado 17 de diciembre.

Mientras tanto, los cubanos no vinculados al poder castrista o a intereses inversionistas y comerciales carentes de ética experimentamos que se hornea un pastel donde Liborio poco sabe del relleno, la harina, la manteca, ni la pizca de sal. Aunque quizás, en la subsecuente conferencia de prensa, anuncien que la confraternidad entre los pueblos es decisiva o que ambas embajadas –otro ejemplo– necesitarán protección policíaca...

Liborio encoge hombros, respira largo, escupe, sonríe, traga saliva. Observa otro virus muy extendido entre políticos del planeta: enaltecer las esperanzas, el mañana... Al parecer tomado de una telenovela mayamera o un libro de autoayuda capaz de trivializar un cáncer.

Liborio mueve la cabeza en señal de resignación. Lee las informaciones que sueltan, donde emplean aquella técnica que tanto gustaba a Ernest Hemingway: la del iceberg que asoma por encima de la superficie del mar –de lo que nos enteramos entre escondrijos– y solo es una pequeñísima parte del volumen.

Discursos, entrevistas, visitas, encuentros, reafirman con su lenguaje evasivo el secretismo oficial con su uso de palabras huecas

Discursos, entrevistas, visitas, encuentros, reafirman con su lenguaje evasivo el secretismo oficial con su uso de palabras huecas: "cosas", "importantes", "espera", "complejo", "conveniente"... Ahora desde los dos lados, aunque bien se sabe que con una incomparable ventaja a favor de la dictadura, cómodamente sentada en su monopolio estatal de los medios. Mientras Liborio –que parece bobo, pero no lo es tanto– otra vez se resigna. Por lo menos está acostumbrado, desde que el general Shaffer no dejó entrar a los mambises a Santiago de Cuba; desde los acuerdos de París, firmados entre EE UU y España el 10 de diciembre de ese mismo año (1898), sin participación cubana...

Ahora, sin embargo, con una esencial diferencia. Cuentan con el apoyo de los Castro y su élite político-militar, ansiosa no de perpetuarse visiblemente en el poder político, sino de incrementar sus privilegios económicos en una democracia representativa, donde algunos acarreados tendrán. Esta vez sí hay cubanos en el juego. ¡Y de qué clase!

Y entonces el secretismo se convierte en farsa. Farsa grotesca, con la complicidad de un segmento del exilio cubano. Y dulces figuras femeninas encabezando las dos delegaciones, aunque Liborio sabe que detrás de Roberta Jacobson y Josefina Vidal Ferreiro danzan intereses políticos y, en consecuencia, mediáticos; como Liborio lee en The New York Times, donde el tema Cuba homenajea a William Randolph Hearst y su manipulación de la opinión pública para acelerar el intervencionismo en 1898.

El secretismo se convierte en farsa grotesca con la complicidad de un segmento del exilio cubano

Los secretos a voces se han quedado sin micrófono, ante la sonrisa irónica de Liborio, que percibe el mismo silencio en el Granma. Lo que arma el ping pong: la hipérbole que suele dejar chistes: "Los compañeros del Norte" no es una banda de corridos, sino los antiguos imperialistas yanquis. "Será un proceso lento" no es una novela de Franz Kafka, sino una alusión al "factor biológico", esperar la muerte de los hermanos longevos para completar la normalización de relaciones sin litigios en tribunales internacionales. Y así hasta que el secretario de Estado John Kerry vaya a La Habana, se retrate en San Francisco de Paula, en el Museo Hemingway, y exhiba el gol para su administración. Un gol que Liborio no acaba de saber si fue un autogol o un penalti, si el partido estaba vendido al lobby agrícola y hotelero o si el juez de línea se distrajo y no vio las zancadillas de amnesia histórica, de moral distraída.

Liborio está triste, porque La isla que se repite –como en el libro de Antonio Benítez Rojo– también repite las estafas. Porque el encuentro Obama-Raúl Castro no puede ocultar las abrumadoras evidencias de que se trata de un golpe de efecto político, para ganar rostro global entre populistas, tickets para trascender y bolsillo en Wall Street. Porque tampoco el castrismo puede tapar que sus hijos y nietos aman el capitalismo, mejor el de Estado, pero cualquiera donde puedan tener un espacio impune, próspero.

A Liborio le da rabia tanto secretismo, pero al menos acusa. Mientras aconseja a la sociedad civil –a toda, sin discriminaciones– que se autoconsidere decisiva, propositiva –como apunta Yoani Sánchez– y sonría. Sonría sin ilusiones extranjeras. Sonría por Cuba.

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