Los derechos universales no son "concesiones al enemigo"

Hemiciclo del Parlamento Europeo en su sede de Estrasburgo. (Flickr)
El Parlamento Europeo condiciona su política hacia Cuba al respeto a los derechos humanos. (Flickr)
Eliécer Ávila

22 de junio 2017 - 15:00

La Habana/Al conocerse la aprobación de un nuevo acuerdo que sustituye la posición común de la Unión Europea respecto a los intercambios políticos y comerciales con el Gobierno de Cuba, el punto más importante de atención se centra en la cláusula que insta a la Isla al cumplimiento de los pactos internacionales en materia de derechos humanos.

Normalmente, después de leer cualquier noticia en las páginas digitales de la prensa independiente, salto corriendo hacia los comentarios, pues es allí donde ocurre, aunque sea en mínima escala, el debate del asunto en cuestión.

Impresiona ver como los defensores del Gobierno cubano acuden a dos argumentos clásicos para rechazar las "imposiciones desde afuera" en materia de derechos humanos. El primero de esos argumentos omnipresentes es que en muchos de esos países también ocurren violaciones en esa materia. El segundo es que se manipula y politiza la situación de Cuba para desprestigiar la imagen del país y de la Revolución.

Es cierto que la inmensa mayoría de los cubanos que viven en la Isla no asocian sus necesidades y problemas cotidianos al irrespeto de sus derechos civiles y políticos

En cualquier caso, el enfoque siempre coincide en el interés "exterior" por los derechos humanos en Cuba como algo ilógico, irracional, inducido por gente malvada y sobre todo innecesario, pues "la gente de aquí" no le da tanta importancia a ese tema.

Yo creo que lo verdaderamente alarmante es esto último. Es cierto que la inmensa mayoría de los cubanos que viven en la Isla no asocian sus necesidades y problemas cotidianos al irrespeto de sus derechos civiles y políticos, también es verdad que muchos no comprenden qué tiene que ver la libertad de expresión, reunión, asociación y prensa con los precios o la disponibilidad de los plátanos, la carne o el déficit de transporte. Pero esta realidad no debería ser motivo de dicha y complacencia sino de gran preocupación.

El desarrollo que han alcanzado los países más prósperos del mundo, entre los que (les guste o no) están los europeos y los norteamericanos, tiene innegables antecedentes históricos y geopolíticos, pero a la luz de la modernidad está estrechamente ligado al enfoque de derechos humanos en cada proceso de su realidad social, económica, religiosa y política.

Tanto es así, que para hacer irreversible esos estándares de bienestar, tolerancia, eficiencia y paz, no hay esfuerzo en el que se ponga más empeño que en el de legar a las nuevas generaciones los mejores valores adquiridos a la luz de las terribles experiencias que la historia moderna ha proporcionado, la mayoría de ellas indisolublemente ligadas al totalitarismo y el extremismo.

No hay esfuerzo en el que se ponga más empeño que en el de legar a las nuevas generaciones los mejores valores adquiridos a la luz de las terribles experiencias que la historia moderna ha proporcionado

Cualquiera que haya visitado las sedes de los Congresos, Parlamentos y Gobiernos en los países desarrollados, puede notar el flujo constante de grupos escolares de primaria y secundaria que no paran de entrar y salir de las sesiones de trabajo de los representantes, donde se dirimen los más diversos asuntos inherentes a la sociedad.

Luego visitan los museos, monumentos, y lugares como Auschwitz, para complementar un recorrido donde la conciencia y la experiencia de varias generaciones aportan a los jóvenes claves imprescindibles para perfeccionar el presente y construir el futuro, no sin tropiezos, no sin retrocesos coyunturales, pero avanzando de manera general con cada generación, como ha sido hasta ahora (los números lo demuestran), desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Cada derecho humano, plasmado inmejorablemente en la Declaración Universal, así como los demás instrumentos que la complementan y actualizan (derechos del niño, de la tierra, internet, etcétera) son aliados imprescindibles y principios elementales en la construcción de cualquier sociedad justa y sostenible. Seguir mirando el asunto con recelo y a la defensiva, es un acto que provoca graves daños y distorsiones, soslaya innumerables abusos, oculta problemas reales, y lo peor, no educa a los ciudadanos para una convivencia sana y con perspectivas de futuro en nuestra relación interna y con el mundo.

Decir, o más bien vociferar, que "nunca renunciaremos a nuestros principios", asumiendo como principios irrenunciables las violaciones a los derechos humanos, es un acto de masoquismo de lesa humanidad.

La vocación totalitaria y el aferramiento al poder de este Gobierno, no han sido, no son ni serán un principio de la nación cubana.

Es una vergüenza para el país que sean la UE o EE UU quienes demanden de nuestro Gobierno lo que por racionalidad natural debería demandar nuestro pueblo

El país "más culto del mundo" no puede darse el lujo de afirmar y sostener que realizar elecciones libres y plurales, no encarcelar a los que piensen distinto, o permitir la libertad en el ejercicio del periodismo son "concesiones al enemigo", pues eso sería reconocer que es el enemigo el que tiene un plan para solucionar nuestras necesidades materiales y espirituales y no nosotros.

Es una vergüenza para el país que sean la UE o EE UU quienes demanden de nuestro Gobierno lo que por racionalidad natural debería demandar nuestro pueblo, representado por sus mejores intelectuales, sindicatos obreros, federaciones estudiantiles, grupos políticos y cualquier cubano o cubana a título personal.

La pregunta que debemos hacernos no es por qué EE UU y la UE no paran de hablarnos sobre derechos humanos, sino para qué sirve cada uno de ellos, por qué no se cumplen en Cuba (especialmente los de primera generación), y a quién le beneficia que se sigan incumpliendo.

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