El nuevo escenario

Roberta Jacobson durante su conference de prensa en La Habana (Luz Escobar)
Roberta Jacobson en conferencia de prensa en la residencia del jefe de la SINA en La Habana (Luz Escobar)
Reinaldo Escobar

23 de enero 2015 - 06:20

La Habana/Parecía tan lejana la posibilidad de que algún día se solucionara el diferendo entre Cuba y Estados Unidos que la discusión sobre cómo lograrlo fue sucesivamente postergada. Las divergencias que durante tanto tiempo quedaron en estado larvario fueron sepultadas para debatir temas más inmediatos, pero ahora afloran con inusitada virulencia.

Si fuéramos a identificar de forma simplificada el fondo del desacuerdo entre ambos contendientes, habría que decir que todo se reduce a la intención del Gobierno cubano de implantar en la Isla un régimen socialista con partido único y sin propiedad privada, frente a la voluntad geopolítica de Estados Unidos de mantener en la región un sistema homogéneo de democracia representativa y economía de mercado.

El hecho de que Cuba se convirtiera en el primer país socialista del hemisferio occidental sustentó el sueño de Nikita Kruschev de ver ondear algún día la bandera de la hoz y el martillo sobre el Capitolio de Washington. Percibido desde lejos, el problema calificaba como un elemento de las contradicciones de la Guerra Fría. Pero, observada desde dentro, la contienda no podía reducirse a una bronca entre cubanos y estadounidenses replicando el conflicto Este-Oeste, sino que estaba protagonizada por cubanos con diferentes formas de pensar. La imposición de la ideología marxista provocó un cisma interno en la sociedad y en la familia cubana. Bajo el ropaje de una acrecentada lucha de clases, aparecieron víctimas y victimarios y una enorme cantidad de testigos silenciosos.

La imposición de la ideología marxista provocó un cisma interno en la sociedad cubana. Aparecieron víctimas y victimarios y una enorme cantidad de testigos silenciosos

A quienes se propusieron homologar a la Isla con los países del campo socialista, no les bastó confiscar todas las propiedades norteamericanas, sino que, además, en menos de una década barrieron hasta el último vestigio de propiedad privada. Implantaron un feroz "ateísmo científico" y prohibieron cualquier manifestación política o ideológica que no guardara fidelidad absoluta a los postulados del marxismo leninismo. Los enemigos que ese proceso engendró, los de adentro y los de afuera, terminaron por aliarse. Hubo desembarcos armados, alzados en las montañas, atentados y sabotajes. Las cárceles se llenaron de presos políticos, y el terror a sufrir las consecuencias por disentir trajo la obediente simulación. La inmensa mayoría de los damnificados por las leyes revolucionarias marcharon al exilio, mientras que el socialismo en Cuba siguió produciendo inconformes.

Un buen día, McDonald's llegó a Moscú antes de que la bandera del proletariado se izara en la capital del imperio y, como consecuencia de ello, la construcción del socialismo puro y duro en la Isla dejó de parecer una utopía para revelarse como una absurda aberración. Un Período Especial que nadie se atreve a dar por terminado, la incertidumbre sobre si el liderazgo lo encabeza un delirante moribundo o un pragmático conservador, la incapacidad de producir, la insolvencia para comprar, la falta de atractivo para interesar inversionistas, la ausencia de una definición comprensible del camino a seguir, el agotamiento total de las viejas consignas, una crisis de valores nunca antes vista, una indetenible emigración, el decrecimiento y envejecimiento poblacional, la inseguridad de que Venezuela siga siendo un sostén energético y financiero y mil razones más han colocado al Gobierno cubano ante la necesidad de sentarse a dialogar con su más antiguo adversario.

McDonald’s llegó a Moscú antes de que la bandera del proletariado se izara en la capital del imperio y la construcción del socialismo puro y duro en la Isla se reveló como una absurda aberración

Esas conversaciones han encontrado entusiastas defensores, enemigos y escépticos. Dichas tendencias, con todas sus gradaciones imaginables y con mayor o menor visibilidad, están presentes en todos los entornos: en las diferentes instancias de poder en Estados Unidos, en la aparente unanimidad del Gobierno de Cuba, en el exilio, en la oposición interna y, desde luego, en ese amordazado protagonista que es el pueblo cubano.

Los entusiastas defensores pueden ser localizados con facilidad en ese grupo de personas que en la Isla tienen como prioridad alcanzar la prosperidad material y ser legitimados como clase media emergente. En el exilio, son los que quisieran invertir con garantías en los innumerables nichos que pueden abrirse; desde posiciones gubernamentales, los que sueñan con reciclarse de generales a gerentes; y desde el entorno de la oposición, los pocos con la saludable ingenuidad de creer que, como consecuencia del diálogo, se despenalizará la discrepancia política y podrán en breve sentarse en un parlamento luego de conquistar el voto de sus electores.

Quienes se niegan a cal y canto al restablecimiento de relaciones aparecen en los mandos de los cuerpos represivos; esos que se quedarían sin trabajo y, peor aún, sin privilegios

Los enemigos del acercamiento se ubican entre los halcones del sector militar norteamericano y en esa parte del exilio que sueña con derrocar violentamente al Gobierno de Cuba y hacerle pagar con sangre sus múltiples e imperdonables fechorías. Se les ve aflorar en la oposición interna entre quienes sospechan que si el Gobierno se sienta a negociar con los norteamericanos, ya no tendrá que hablar con ellos. Argumentan que sus demandas, sus justas demandas, particularmente el respeto a los derechos humanos en Cuba, pasarán a un segundo plano ante las pretensiones que priorizará el Ejecutivo norteamericano. Se añaden a ese grupo quienes aspiran a ser incluidos en el programa de refugiados o a ser beneficiados con "la ayuda" que viene del Norte y temen que todo eso desaparezca antes de que se marchiten las flores que adornan hoy la mesa de diálogo.

Paradójicamente, quienes se niegan a cal y canto al restablecimiento de relaciones en los estamentos de poder de la Isla aparecen en los mandos de los cuerpos represivos; esos que se quedarían sin trabajo y, peor aún, sin privilegios, el día que, en virtud del presumible desmontaje del acoso exterior, Cuba ya no pueda seguir siendo considerada una plaza sitiada y, en consecuencia, la disidencia dejaría de ser traición. Junto a esa tropa, los aguerridos combatientes que se niegan a abandonar sus trincheras, aquellas donde ganaron sus medallas y los méritos que un día le sirvieron para recibir una casa, un auto, un cargo y hasta prestigio público.

Habrá un nuevo escenario donde se pondrán en vigor reglas nuevas y donde cada actor deberá reacomodar sus estrategias

Los escépticos desconfían con cualquier cosa que un grupo de negociadores anónimos haya pactado en secreto. Sobran razones para creer que lo único que quiere el Gobierno norteamericano es recuperar su hegemonía en la región o que el único propósito de la cúpula gobernante cubana es salvar a sus herederos. Están en todas partes, no se pronuncian o lo hacen con la debida cautela.

El asunto del restablecimiento de relaciones, con todo lo que le cuelga, será un tema electoral en la campaña de republicanos y demócratas; podría dar pie a depuraciones políticas en el seno del Partido Comunista, el Gobierno y el parlamento; recompondrá alianzas en el exilio, delineará con más precisión las divisiones en la oposición interna pero será motivo de esperanzas en las guaguas atestadas, en la cola del pollo por pescado, en almendrones y paladares, y entre todo aquel que tenga un pariente del otro lado.

Los cubanos nunca debimos encontrarnos en este dilema extemporáneo y ajeno. El verdadero problema sigue estando pendiente de solución y es el diferendo de un pueblo con su Gobierno. De nada sirve el entusiasta optimismo ni el escepticismo estéril, mucho menos la intención de revertir lo que parece inevitable. El guión está escrito a cuatro manos por los que ya están cuantificando pérdidas y ganancias. Lo único cierto es que habrá un nuevo escenario donde se pondrán en vigor reglas nuevas y donde cada actor deberá reacomodar sus estrategias.

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