Las palabras extraviadas

Un grupo de adolescentes del preuniversitario comparten contenido audiovisual a través de un celular. (14ymedio)
Un grupo de adolescentes del preuniversitario comparten contenido audiovisual a través de un celular. (14ymedio)
Yoani Sánchez

28 de julio 2017 - 23:42

La Habana/El hombre forma con la mano una trompeta frente a su boca para advertir sobre la presencia de un informante. Un gesto trascendental para no zozobrar en una cotidianidad donde la gente apela todo el tiempo al lenguaje corporal, las palabras obscenas y las metáforas. No hacerlo de esa manera provoca bromas, espanta a los vendedores informales y genera la desconfianza de los amigos.

La prensa oficial se muestra preocupada por el deterioro en la expresión oral de los cubanos. Varios espacios televisivos han abordado en las últimas semanas los gritos y los términos groseros que llenan las conversaciones callejeras. Los periodistas achacan esta pobreza de vocabulario a la familia y aseguran que la epidemia de vulgaridades que azota el país se incuba en los hogares.

Otro culpable señalado con énfasis es el reguetón. Las canciones cargada de lascivia y machismo cultivan una expresión llena de conceptos denigrantes y alusiones sexuales, afirman los especialistas que disertan en esos programas. Según el criterio de estos sociólogos y psicólogos -a los lingüistas rara vez los invitan- escuchar temas como El palón divino hace que los adolescentes profieran más insultos por minuto.

Hasta el momento, en cada uno de los análisis difundidos ha faltado señalar la responsabilidad institucional en la degradación verbal. Obvian que durante décadas todo aquel que ha hablado “bonito” y se ha atrevido a pronunciar todas las letras de todas las palabras ha sido tachado de “poco popular”, “arrogante” o “para nada humilde”.

Expresarse con la rudeza de un estibador se convirtió en una de las tantas estrategias que los oportunistas asumieron para disfrazarse de proletarios

La chabacanería es un rasgo distintivo del lenguaje revolucionario que se impuso en Cuba a partir de enero de 1959. Desde entonces, expresarse con la rudeza de un estibador se convirtió en una de las tantas estrategias que los oportunistas asumieron para disfrazarse de proletarios. Ofender al prójimo también ha estado de moda en esta algarabía política que se instauró en el país hace más de medio siglo.

Ahora, las autoridades se muestran espantadas porque los jóvenes intercalan una mala palabra en cada frase que pronuncian. Se ruborizan por las constantes alusiones a los órganos sexuales en sus conversaciones, una verdadera nimiedad comparada con el uso del despectivo “gusano” para llamar a un contrincante político y que se promovió desde el Gobierno.

Después de acusar de burgueses a quienes se preocupaban por el uso correcto del idioma, ahora le temen a esta generación soez que nació de tantas castraciones verbales. Tras perseguir la palabra libre y franca, hoy desde las instituciones se quejan de los incoherentes monosílabos que tantas veces brotan cuando se les pregunta a estos hijos de la censura sobre la política, los derechos humanos o los líderes del país.

Hace muchos años que, por estos lares, hablar dejó de ser una manera de comunicarse para pasar a ser la forma más rápida de delatarse. No solo decir una opinión causa problemas, sino que el estilo en que se exprese también puede ser conflictivo. Comprender el peligro del lenguaje articulado ha sido uno de los mecanismos más acabados de supervivencia desarrollado por los cubanos en los últimos tiempos.

No reconocer la implicación del sistema político en ese deterioro lingüístico es otra forma de dañar el vocabulario… al no llamar las cosas por su nombre.

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