El puente
Camagüey/Algunos me han sugerido escribir sobre la reciente visita del presidente de EE UU, Barack Obama, a Cuba. Gran desafío luego de tantos criterios vertidos al respecto. Sin embargo, a pesar de mi sufrido bloqueo a la investigación internacional, me inclino por dos temáticas muy atrayentes –y hasta donde lo permiten mis facultades informativas–, muy poco tratadas: primero, el estilo oratorio del presidente norteamericano que, según comentan por ahí, "se echó al pueblo de Cuba en el bolsillo"; segundo, "el puente" entre los dos sistemas y sociedades, que ambos mandatarios trajeron a colación.
Sobre la oratoria no voy a detenerme mucho en la del general presidente, teniendo en cuenta que él ha sido siempre militar, su longevidad extrema y su ya acostumbrada lectura de los textos. Ser o no ser un excelente orador nada tiene que ver con otras aptitudes del hombre. La oratoria es un arte, y el arte no se aprende, sino se trae desde la cuna y se perfecciona o no. Pero sí me propongo realizar un elogio a la retórica de Obama, colocando como contraparte la de algunos cubanos contemporáneos del discurso en vivo.
No creo haya sido en Harvard donde el estadounidense aprendiera a lanzar aquellas saetas parlamentarias claras y precisas en forma de cortas oraciones; luego detenerse, apretar los labios y ponerles freno a las palabras que se desbordan, dispensarle tiempo al auditorio para digerir sus ideas y luego un parlamento tras otro, reiterando las pausas muchas veces con una sonrisa a flor de labios sin perder el hilo de la exposición, sin mirar siquiera el guion que lo orienta en el ascenso discursivo y alcanzar el término con la diáfana solidez de un profeta.
¡Qué diferente el estilo de algunos cubanos que echan su discurso a tropezones ante el terror de equivocarse y exponer algo que pueda disgustar a quien le dictó la cartilla!
¡Qué diferente el estilo de algunos cubanos que echan su discurso a tropezones, rompiendo el parlamento como quien camina por un sendero de grandes peñascos a saltar, tomando aliento a mitad de frases consabidas, en busca de respiro ante el terror de equivocarse y exponer algo que pueda disgustar a quien le dictó la cartilla!
Apreciamos el sereno movimiento de las manos del presidente Obama, siempre en ritmo cadencioso con la idea del parlamento. ¡Qué diferente al aleteo inmoderado de otros oradores del patio a quienes hay que despejar los alrededores de la tribuna de objetos ornamentales, no sea que en alguno de sus manotazos echen al suelo el micrófono o cualquier otro instrumento del set en el que habla!
El pueblo de Cuba vio a un presidente de carne y hueso que propone y convence, no al dios que le enseñaron a escuchar desde la mansedumbre de medio siglo atrás: omnipotente, impositivo, aleccionador sin réplica y siempre amenazante.
Pero entremos al detalle del puente. Nada nos sorprende la temática, cuando desde hace mucho el joven cantautor guatemalteco Ricardo Arjona escribió e interpretó una canción con ese nombre, cuyo videoclip hace saltar lágrimas a los cubanos que sufren la separación de sus seres queridos. Esta vez la iniciativa surgió del presidente cubano: es fácil destruir un puente; lo difícil es volverlo a levantar: un símil escueto, pero conciso.
El pueblo de Cuba vio a un presidente de carne y hueso que propone y convence, no al dios que le enseñaron a escuchar desde la mansedumbre de medio siglo atrás
Por eso sorprende la ingenuidad del general presidente al mencionar la soga en casa del ahorcado; y la condescendencia del mandatario norteño en su búsqueda de convergencia entre los dos Gobiernos al no tomar la ocasión por los cabellos y hablar de una historia que de seguro conoce. Los primeros cimientos de ese puente los echaron los norteamericanos y los mambises a finales del siglo XIX, cuando lucharon juntos para echar de Cuba al colonialismo español. Hoy se alegan conceptos muy subjetivos sobre el móvil que llevó a Estados Unidos a invadir Cuba, y se repiquetea sobre la semejanza de "la manzana madura". Sería bueno precisar hasta dónde llegaba la madurez de esa manzana con los dos principales próceres muertos en combate y la obstinada posición española por no abandonar la Isla. Todavía en España, cuando algo sale mal a un ciudadano, busca consuelo en la frase lapidaria: "Más se perdió en Cuba". Así, tan aferrados estaban a nuestra tierra los españoles, que nadie es capaz de predecir cuántos años más de lucha y vidas humanas habría costado la independencia.
Empotrados en suelo firme los primeros montículos del puente tras la emancipación de la metrópoli, se tendieron sus vigas horizontales cuando se trajo a Cuba la industrialización cañera, las grandes compañías de electricidad, teléfono y otras muchas; porque el 20 de mayo de 1902, al ser arriada la bandera estadounidense e izada la de Miguel Tourbe Tolón y Narciso López –nombres que apenas aparecen en las actuales cartillas de historia de nuestros escolares– la nación cubana contaba con 10 naturales por cada kilómetros cuadrado de patria.
Los gobiernos republicanos, a pesar de las tiranías de Machado y Batista, gracias a estrechas negociaciones con el vecino del norte, asfaltaron el trayecto del puente con la edificación del Capitolio, la carretera central y los muros del Malecón habanero, a despecho de la aberración del Presidio Modelo en Isla de Pinos. Se construyeron hospitales, carreteras, caminos vecinales, se dio equivalencia a nuestra moneda con respecto al dólar, y Cuba se situó por encima de los otros países latinoamericanos en cuestión de desarrollo, gracias a una cuota azucarera de tasación privilegiada que se gestionó con Estados Unidos. Inclusive, ya comenzaban los proyectos para una carretera de 160 kilómetros Habana-Cayo Hueso: un puente real y operable que uniría por tierra la Isla al continente. De haberse concluido este proyecto, esas decenas de miles de compatriotas ahogados en el Estrecho de Florida habrían podido realizar su viaje con mayor seguridad y acomodo.
Pero, ¿quién rompió el puente? ¿Quién dio pie a que Washington implantara un "bloqueo" al gobierno revolucionario por haber confiscado y negado la compensación de miles de millones de dólares norteamericanos invertidos en la Isla durante la República? ¿Quién destruyó la infraestructura agrícola y urbana de este desdichado país que hoy no tendrá otro pilar en que apoyarse si Venezuela deja de ser socialista? ¿Quién se aferra en no ver que sin cambios fundamentales hacia el capitalismo industrial y desarrollado los jóvenes de hoy continuarán el éxodo y quedaremos en esta tierra amada solamente ancianitos enclenques, incapaces siquiera de cavar la tumba de los que primero vayan muriendo?
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Nota de la redacción: Este texto ha sido publicado en el blog La Furia de los Vientos y se reproduce aquí con el consentimiento del autor.