El yugo o la estrella

Estatua de José Martí en Cuba
José Martí fue capaz de hacer, a golpe de ejemplo, lo que nadie ha logrado jamás en la mayor de las Antillas: unir a todos los cubanos.
Luam de la Oz

19 de mayo 2016 - 10:04

Quito/Tenía tan solo 42 años cumplidos cuando una funesta mañana encontró la muerte en los legendarios campos orientales. José Martí fue capaz de hacer, a golpe de ejemplo, lo que nadie ha logrado jamás en la mayor de las Antillas: unir a todos los cubanos.

Más de un siglo después, volvemos a recordar sus hazañas, su epopeya, y llevamos sus enseñanzas cuan valioso tesoro. Sin embargo, no hemos aprendido totalmente las lecciones del maestro y este descuido nos ha pasado, y aún nos sigue pasando con creces, una pesada factura.

Recientemente, escuchamos de viva voz de un Nobel extranjero -el presidente de EE UU, Barack Obama- lo que a susurros siempre hemos dicho o pensado: que nuestros problemas tenemos que resolverlo nosotros mismos. ¿Qué hubiera pasado en esa isla de la soledad si sus hijos –y entre ellos me cuento– no hubiésemos salido en desbandada, buscando la solución a nuestros males afuera, olvidándonos del legado del hombre de la rosa blanca? Un proyecto de nación se erige con el concurso de todos sus hijos y se mueve bajo la batuta de las clases vivas. He aquí la principal fuente de nuestros males, la mayoría de esos hombres y mujeres hoy se encuentra en la diáspora.

¿Qué sería del futuro de nuestra amada isla si los casi tres millones de cubanos que estamos fuera viviéramos allí?

A diferencia de hoy, en la segunda mitad del siglo XIX no sucedía esto. Los Céspedes, los Masó, los Agramontes, los Cisneros Betancourt y tantos otros ofrendaron sus vidas, propiedades, familia y amores a la sublime causa de la libertad. Nada para sí buscaban, y por eso trascendieron en el tiempo. ¿Qué sería del futuro de nuestra amada isla si los casi tres millones de cubanos que estamos fuera viviéramos allí? ¿Se imaginan cuánta presión se acumularía en esa caldera? En esas circunstancias, seguramente hubiese reventado. Pero nuestros verdugos son más inteligentes, maquiavélicos. Desde el principio han identificado este problema y, de vez en vez, han abierto las válvulas de escape para garantizar la neutralización de los "desadaptados" y de paso convertirlos en un importante rubro para obtener los codiciados verdes.

La crisis migratoria, que se ha mantenido constante durante casi 60 años, con sus altibajos, y que hoy se intensifica por la ruta centroamericana, no es más que el resultado de una vil política. Los gobiernos latinoamericanos no quieren reconocer que las causas de la crisis migratoria están en el gobierno del país de origen de los migrantes y no en la norteña Ley de Ajuste Cubano.

Conocí la libertad hace dos años. Lo que más me duele es que fue fuera de mi patria, lejos de mis seres queridos, en un país extranjero y hostil a los migrantes. ¿Cómo podemos pedirle a un pueblo que se resigne a vivir en la esclavitud, máxime cuando los vecinos que le rodean son libres? ¡Cuán hipócrita es la posición de algunos "gobiernos hermanos" que, por tal de mantener buenas relaciones con la monarquía tropical, hacen ojos ciegos a la verdadera raíz del problema migratorio cubano!

Mientras persistan las causas que generan nuestro drama, nuestro pueblo tiene el legítimo derecho a emigrar, pero también el sagrado deber de luchar por una Cuba libre y democrática. Recuerden que Martí salió muchas veces de la Isla, pero siempre fue para lograr la libertad de la nación. Y tú, hermano, ¿qué escoges?¿el yugo o la estrella?

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