La parra desobediente
En nuestro país la realidad es obstinadamente contestataria, pero no porque “ella se lo proponga” sino porque el discurso oficial, emitido desde los medios informativos, desde las instituciones culturales o directamente desde la esfera política está divorciado de ella.
La realidad está allí. Allá afuera, aquí adentro. Es el resultado directo de la gestión de un gobierno que a lo largo de medio siglo ha hecho todo lo imaginable para atribuirse el mérito por los logros y para impedir que desde la sociedad civil, desde la ciudadanía independiente, se lleven a cabo las acciones de reparación de errores, la señalización crítica de los defectos. Para dificultar -en fin- eso que en términos de democracia moderna se llama la participación.
El discurso oficial se reduce a reproducir el espectro fantasioso de lo que debía ser. Presenta lo teóricamente potencial como si fuera inminente; los valores deseados se disfrazan de valores adquiridos; sobrevalora la importancia informativa de resultados productivos, sociales o culturales que no logran convertirse en ventajas mesurables.
Solo se dice lo que “ellos” quieren que “nosotros” escuchemos y para ello se seleccionan de forma predeterminada los testimonios, se aplica un estricto secretismo, con el pretexto de que no se deben lavar los trapos sucios en público y con la primitiva ilusión de que si no se publica es porque no existe o porque carece de importancia.
Las pocas manchas que se le señalan a este sol inmarcesible nunca se muestran como fallas del sistema, sino como accidentes atribuibles a la negligencia humana o a los caprichos de la naturaleza. Metódicamente se nos intenta persuadir de que fuera de la isla se vive al borde del desastre, mientras aquí dentro marchamos con paso seguro, a pesar de estar bajo la permanente amenaza de un enemigo omnipresente que nunca descansa.
La que no se cansa es la realidad. En un poema poco conocido, Heberto Padilla cuenta la historia de su testarudo abuelo que pretendía cosechar uvas a cualquier precio. El poeta dedica sus versos no al abuelo, sino a la parra desobediente que el terco viejo isleño no logró hacer parir.
Sustantivar la realidad, verbalizarla, adjetivarla y adverbializarla como es debido no es una acción opositora, ni siquiera contestataria, para acudir a un galicismo más o menos aceptado; es en todo caso una responsabilidad cívica o si se prefiere un vómito negro que nos alivia de una triste intoxicación.
Los periodistas independientes y la incipiente blogósfera alternativa cubana cumplen hoy esa misión de forma admirable. El retrato que está haciendo de la situación actual de los cubanos no pretende la amplitud de una foto satelital, suele carecer de datos estadísticos confiables, no hay entrevistas a funcionarios ni documentos revelados.
Cada reportaje y cada post son como una auténtica biopsia de una zona corporal afectada, que siendo fruto de la experiencia individual refleja como ningún otro macro informe el estado de una realidad compartida por la mayoría.
Los nuevos nietos ni siquiera están frente a una vid. Sacuden las ramas de este olmo estéril para demostrar que los abundantes racimos que lo adornan no están dando el jugo que se esperaba, no porque estén verdes o demasiado altos, sino porque son artificiales.