Lo que me queda de Laura
El domingo 2 de octubre alrededor de las ocho de la noche, visité la casa de Laura Pollán y Héctor Maceda. Tenía el propósito de filmar una breve entrevista a ambos. Media hora antes, Maceda me había confirmado que sería posible, pero cuando llegué al 963 de la calle Neptuno en el corazón de Centro Habana, me dijo que su esposa se había empezado a sentir mal casi desde que colgó el teléfono.
Obviamente desistí de la entrevista a Laura, aunque hice la de Héctor y antes de despedirme, pasé a su cuarto donde la vi temblando de frío y con fiebre; me permití hacer un par de bromas por el aquello del carácter medicinal del buen humor y entonces ella descorrió un poco la sábana que la cubría y me dejó ver su sonrisa. Toqué su frente y le di un beso.
No quise verla en esa caja gris de madera innombrable donde me contaron que estaba irreconocible. Me quedo con su sonrisa invencible.