Cambio: la fuerza de una palabra

Reinaldo Escobar

13 de agosto 2013 - 18:43

Quizás la más interesante y por momentos acalorada discusión que se tiene hoy en torno al tema de Cuba es la que se refiere a si es lícito o no reconocer que se están produciendo cambios en el país. En ese ámbito las respuestas más frecuentes suelen ser: “Aquí no ha cambiado nada” o “Las cosas cambian, pero no lo suficiente”. Lo que no le he oído decir a nadie es: “Ya hemos cambiado todo lo que había que cambiar”

Alguien me contó que en Corea del Norte el más reciente de los Kim autorizó 6 nuevos tipos de corte de cabello como parte de lo que él considera un proceso de reformas. No me atrevo a asegurar que esto sea cierto, pero me gusta el ejemplo. No puede negarse que una medida de este tipo, aparte de poner de relieve el grado de las prohibiciones existentes, tendría que haberle traído algunos miligramos de alegría a los coreanos, en especial a los más jóvenes. Recuerdo cómo algunos corresponsables extranjeros acreditados en La Habana celebraron casi con júbilo la noticia de que ya los cubanos podíamos contratar legalmente una línea de telefonía celular. De pronto la anulación de una prohibición endofóbica, que durante años colocaba a los nacionales en una humillante situación discriminatoria se exponía, junto al permiso para hospedarse en los hoteles, como una inequívoca señal de que las reformas raulistas iban en serio.

Luego, a cuenta gotas, se autorizó la compra-venta de autos y de viviendas, se amplió la lista de ocupaciones que pueden realizarse por cuenta propia, se permitió la contratación de mano de obra y se hicieron algunas extensiones en el asunto de la entrega de tierra en usufructo. Más recientemente se aprobó la tan ansiada y controvertida reforma Migratoria y se abrieron algunos espacios para conectarse en Internet. Ahora mismo las llamadas “cooperativas no agropecuarias” despiertan la ilusión de que serán la antesala de las pequeñas y medianas empresas privadas.

Seguramente he olvidado algún aspecto susceptible de ser incorporado al rosario de perlas con que se rezan las oraciones cambistas, especialmente en algunos medios académicos, sin embargo no es en la enumeración machacona de las medidas antes mencionadas donde puede demostrarse que algo se mueve en Cuba. El cambio se nota en los resultados.

Para empezar por la telefonía celular, debo decir que la inmensa mayoría de los opositores, periodistas independientes, blogueros, activistas de derechos humanos y otras esferas de la sociedad civil, utilizan esta herramienta de manera sistemática, especialmente para comunicarse vía SMS o tuitear alguna denuncia o noticia. La creciente no dependencia del sector estatal, personificada en casi medio millón de cuentapropistas en todo el país, ha producido un cambio de expectativa en el ambiente laboral con profundas connotaciones sociales y políticas. Las ya numerosas salidas al extranjero de la mayoría de los líderes opositores y activistas de la sociedad civil han contribuido a romper lo que hasta ahora fue el monopolio de la exportación de una visión sobre el país en eventos internacionales y ha favorecido una corriente de contactos al más alto nivel entre cubanos de dentro y de la diáspora.

Por otra parte, y no menos importante, ha dejado de demonizarse a la clase media, la que aprovechando la disminución de los prejuicios en su contra ha comenzado a encontrar sus propios espacios, en un principio para ejercer su consustancial exhibicionismo consumista; tarde o temprano para elaborar nuevos paradigmas ajenos y negadores de toda la retórica “hombrenuevista” proclamada por la ya desgastada ingeniería social de filiación comunista.

Todo esto ha ocurrido en apenas 7 años. El argumento más importante para negar que estas cosas sean tomadas como “el cambio” incluso simplemente como “cambios” es que la única intención de sus promotores es la de mantenerse en el poder. Comparto esta tesis en lo que se refiere a las intenciones de quienes gobiernan, pero la paradoja consiste en que ellos han comprendido que la única forma de mantener el poder es cediéndolo y los gobernados, es decir, nosotros, nos hemos dado cuenta de que ya no les basta con reprimir, vigilar, encarcelar arbitrariamente, organizar hordas en mítines de repudio. Sabemos que están cediendo y estamos en la obligación cívica de aprovechar cada pulgada, como han hecho siempre los adolescentes con padres autoritarios.

Si no somos capaces de ver y valorar justamente las grietas que nosotros mismos hemos contribuido a abrir y ensanchar; si mantenemos la vista fija en lo que no ha cambiado sin notar lo que está cambiando, corremos el riesgo de conducirnos como el elefante que sigue girando en círculos alrededor del eje donde una vez fue atado, sin percatarse de que la vieja estaca carcomida ya no puede sujetarlo más.

También te puede interesar

Lo último

stats