El legado para Cuba de Fidel Castro

Fidel Castro durante una entrevista con la periodista Barbara Walters para 'ABC' en 1977
Fidel Castro durante una entrevista con la periodista Barbara Walters para 'ABC' en 1977
José Gabriel Barrenechea

15 de agosto 2015 - 19:23

Holguín/Para muchos Fidel Castro ha sido candil de la calle y oscuridad de la casa. Aunque no creo que ni afuera ni adentro de las fronteras cubanas este señor haya iluminado algún novedoso camino para la humanidad, debo admitir que algo de verdad hay en semejante visión de su papel en la historia. Más que con médicos o maestros, Fidel Castro le ha prestado un invaluable servicio a los latinoamericanos al comportarse como esos guapetones de aula que practican el deporte de atraer sobre ellos las iras del maestro.

Muchos países en Latinoamérica, si no todos, se han beneficiado en algún momento de ese papel asumido por la Cuba de Fidel frente a Washington. Para ello solo había que permanecer sentado en el pupitre y poner de paso cara de explotada ovejita mientras el díscolo muchachón caribeño asumía la defensa de sus derechos con igual o más fervor que si hubieran sido propios.

Mas, incluso en este papel, el mérito no es de Fidel Castro en sí. Es incuestionable que ha sido él el primer y único gobernante latinoamericano que ha desafiado en serio la hegemonía hemisférica de EE UU. Pero si ha conseguido ser tal no se lo debe a otra razón que a la afortunada circunstancia de haber nacido en Cuba. En definitiva, el único mérito del revolucionario Fidel Castro ha sido haberse dejado arrastrar por la explosión de nacionalismo expansivo que vivía este pueblo de extremos a mediados del siglo XX.

No obstante, ya sea como revolucionario o como tirano, es indiscutible que Fidel Castro ha resultado verdaderamente en tinieblas tupidas para nuestra casa. Es muy posible que solo el capitán general Valeriano Weyler fuera más nefasto para Cuba de lo que ha resultado este vástago de uno de los soldaditos que España envió acá para luchar contra el deseo de nuestros ancestros de ser libres e independientes.

El nefasto papel de este vástago de uno de los soldaditos que España envió acá para luchar contra el deseo de nuestros ancestros de ser libres e independientes

Por ejemplo, su negativa a actuar como un político, o sea, con responsabilidad, puso al país al borde del abismo durante la crisis de los misiles, en octubre de 1962. Si admira y enorgullece la entereza con que el pueblo cubano enfrentó la amenaza de un holocausto nuclear, asusta y antipatiza sin embargo el modo en que su mandatario lo arrastraba obstinadamente hacia él. Y es que al no encauzar por caminos realistas la explosión de energía vital cubana de mediados del siglo XX, Fidel Castro se comportó no como un héroe, sino como una enorme desgracia para sus compatriotas.

Al asumir el poder en 1959, Fidel Castro encontró un país que necesitaba hallar una nueva base económica que le asegurara el nivel de prosperidad que la anterior, y ya inefectiva, le había proporcionado, con sus altibajos, por más de un siglo. Desde más o menos 1926, el modelo económico cubano, basado en la producción y exportación de ingentes cantidades de azúcar sin refinar, se hallaba en crisis. Era tal la magnitud de la misma que desde aquel año no se realizaron inversiones productivas en la agroindustria azucarera y, a pesar de la voluntad general de la nación por mejorar las condiciones de vida de todos sus miembros, resultó imposible hacerlo en el caso de los asalariados agrícolas. Como se comprobaría en los sesenta, era absolutamente insostenible aumentar los salarios de los macheteros, los cortadores de caña manuales, sin acabar con la rentabilidad de toda la agroindustria azucarera.

Después de conseguida la plena soberanía nacional a raíz de la Revolución del 30, era deber fundamental de los nuevos gobernantes reencarrilar a Cuba por los caminos de la prosperidad.

Sin embargo, Fidel Castro, en su casi medio siglo de Gobierno, no hizo nada realista al respecto. Con su absoluta incapacidad para advertir lo complejo y no lineal de los problemas económicos, siempre pensó que, como en cualquier finca feudal, en su Birán natal bastaba la voluntad omnímoda del dueño para echar adelante una economía moderna de las para nada despreciables dimensiones de la cubana de entonces. Finalmente su solución no fue la de convertir a la agroindustria azucarera en un moderno complejo sucro-químico, como en los inicios de los sesenta soñó Ernesto Guevara. Fidel Castro, patológicamente incapaz de hacer algo bien en economía, decidió poner en explotación ese otro campo que tan bien parecía dársele: la política. Si de algo ha vivido la Cuba de Fidel, al menos desde el 23 de diciembre de 1972 hasta ahora, ha sido de la explotación económica de un diferendo con EE UU, más o menos exacerbado, cada vez que convenía. ¿Cómo? Pues presentándose como el aliado ideal ante todo aquel que, en un mundo bastante repleto de personajes semejantes, le tuviera alguna cuenta guardada a los americanos.

Siempre pensó que, como en cualquier finca feudal, en su Birán natal bastaba la voluntad omnímoda del dueño

Al no solucionar el principal problema económico solo exacerbó el principal peligro para la nación que se desprendía de aquel. La falta de una base económica no precaria que asegurara niveles de prosperidad creíbles en una nación que ya antes los había disfrutado bastante altos, unida a la extrema vecindad y fácil comunicación con EE UU, ponía a la Cuba de los años 50 en la misma situación de un planeta pequeño que al acercarse demasiado a uno súper masivo termina hecho pedazos y sus desechos son devorados por el gigante. Resultaba claro ya en esos años que, de no dársele solución al problema de la base económica, la nación se enfrentaría en los años 60 y 70 a un masivo éxodo de cubanos hacia EE UU. Sin las perspectivas de un trabajo que asegurase el nivel de prosperidad de sus abuelos, o que al menos se comparara al de los vecinos del sur de la Unión, no cabían dudas de que muchos cubanos habrían terminado por marcharse con sus familias a EE UU. En el horizonte, incluso, cabía temer la posibilidad de que resurgieran las, hasta entonces superadas, tendencias anexionistas.

Como era de esperar en alguien tan impetuoso, un Fidel Castro que no daba pie con bola en el problema económico pretendió atacar directamente el peligro… y de paso sacarle algún provecho. Genio y figura, lo intentó mediante el recurso de politizarlo.

En un complejo proceso de retroalimentación, Fidel Castro exacerbó las diferencias internas más y más en la misma medida en que un cada vez mayor contingente humano seguía la que ya en los años 50 era una tendencia natural de movimiento para los cubanos. Hacia 1965, una décima parte de la población había emigrado a EE UU, un capital humano del que muy pocas naciones del mundo de la época hubieran podido hacer gala. Empresarios, médicos, técnicos, artistas y en general un contingente de personas con los valores, habilidades y conocimientos necesarios para construir una sociedad moderna y próspera.

Luego de que en los años 60 se deshizo del sector de la población menos afín a su autoritarismo absoluto, estableció de inmediato un completo control sobre los movimientos de los ciudadanos que quedaron. Cualquiera, incluso el más humilde vendedor de pirulís, sin ningún conocimiento o habilidad especial para el desarrollo nacional, dependía para emigrar de la autorización expresa de las autoridades castristas.

Y en un primer momento conseguirla era casi imposible, al menos hasta los ochentas. A partir de esa década Fidel Castro, por una coincidencia de muchos factores, debió relajar cada vez más su política migratoria. La razón principal era el malestar en aumento.

Fidel Castro siempre presentó a ese absolutismo suyo como indispensable para la supervivencia de la “patria”

Bajo su Gobierno se había creado un sector técnico y profesional exagerado para las necesidades de la Isla. Un amplio sector que no encontraba posibilidades de realización personal en un país que primero vivió el gradual retroceso de la ayuda soviética, y más tarde su desaparición total. Una extensa nueva oposición se barruntaba en el horizonte ante la que se podría apelar a la violencia, aunque seguro que sin los resultados esperados, porque ya el contexto internacional no se prestaba para ello, o echar mano del viejo recurso de abrir las llaves de la emigración. Esta se convirtió así en el sucedáneo cubano del gulag soviético. Quienes no estuvieran a bien en Su Cuba podían emigrar, o por lo menos les quedaba la esperanza de hacerlo, y esto neutralizaba cualquier deseo de lucha.

Del resultado de la total politización de la vida de la nación cubana se pudo hacer balance a partir del 31 de julio de 2006. El día en que, aun sin saberlo él mismo, Fidel Castro abandonaba el poder para siempre.

Para entonces, Cuba seguía (y sigue) sin una base económica, no ya semejante a la anterior a 1926 en cuanto al nivel de prosperidad asegurado, sino incluso una que brinde alguna posibilidad de algo más que la supervivencia a la absoluta mayoría del pueblo cubano. Aún la agroindustria azucarera, con un respetable capital de conocimientos acumulado en más de dos siglos de evolución y con tantas posibilidades en los nuevos tiempos, fue eliminada de cuajo por Fidel Castro en 2002. Pretendía con ello, al parecer, evitar que a su salida del poder alguien se atreviera a intentar explotar su capacidad de producción de biocombustibles.

Pero es en el exacerbamiento del peligro para la supervivencia de la nación, que provocaba esa falta de una base económica no precaria, en donde descubrimos el más tenebroso legado del medio siglo de Gobierno absolutista de Fidel Castro. Lo que paradójicamente resalta todavía más, porque Fidel Castro siempre presentó a ese absolutismo suyo como indispensable para la supervivencia de la “patria”.

El Fidelato ha promovido el deseo de escapar de la Isla a tal escala que hoy, a pesar de las enormes dificultades para hacerlo, casi una cuarta parte de los cubanos residen fuera de Cuba. Mas en esta proporción no reside todavía el principal peligro, sino en el particular patrón que ha asumido el fenómeno migratorio cubano con la huida de la gente más preparada.

Han emigrado los mejor preparados, los más activos, los menos dados a respetar criterios de autoridad

De una Cuba en que la iniciativa era una cualidad altamente sospechosa, y por lo tanto bajo vigilancia estrecha de la policía secreta, han emigrado necesariamente los mejor preparados, los más activos, los menos dados a respetar criterios de autoridad. O sea, el problema no es que los emigrados sean un cuarto de la población, sino que ese cuarto ha sido seleccionado sistemáticamente de modo que ha despojado a la nación de sus miembros más aptos para echarla adelante y conducirla a un futuro de prosperidad, y de orden… democrático, claro.

Al mantenerse, e incluso intensificarse, ese patrón de emigración tras la salida del poder de Fidel Castro, pero no del Fidelato, no resulta tan fantasioso suponer que en un futuro próximo veamos a Cuba convertida en la nación más atrasada y pobre de todo el hemisferio occidental. Posición de la cual no está lejos en el presente, a pesar de que en 1959 esta misma sociedad solo cedía ante la americana y la canadiense y se equiparaba a la argentina y la uruguaya.

Ha sido finalmente tan grande el daño que ha causado Fidel Castro a la nación que lo que en los años 50 eran solo barruntos en el horizonte, hoy se ha convertido en una fuerte corriente de opinión furtiva que, aunque no llega a ser asumida abiertamente por casi nadie en público, sostiene que la única salida para el problema de tener un país sin base económica está en anexar la Isla a EE UU.

Esa corriente, expresada solo en privado, se mantiene en estado latente solo por el hecho de que la propaganda castrista aún logra tener alguna eficiencia en la promoción del nacionalismo. Sin embargo, es de esperar que un nacionalismo sin base económica, o en que las remesas de quienes emigran a los EE UU ocupan rápidamente ese papel, terminará por perder cualquier prestigio ante los cubanos de a pie.

El principal legado de Fidel Castro es precisamente este: Nunca antes los cubanos hemos tenido menos confianza en nosotros mismos y, consecuentemente, como nunca antes la idea anexionista ha tenido tantos seguidores.

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