La visión del poder en Elpidio Valdés

Fotograma de Elpidio Valdés
Elpidio Valdés
José Gabriel Barrenechea

18 de julio 2015 - 14:31

La Habana/Recuerdo como si hubiera sido ayer el día en el que mi viejo me llevó a ver el primer largometraje de Elpidio Valdés. Recién estrenado en Santa Clara, tuvimos que hacer malabares para coger una máquina de alquiler en Encrucijada y, solo gracias a la intercesión de uno de los tantos amigos de mi padre, pudimos colarnos en el ya desaparecido cine Cubanacán. Al doblar la esquina, enfrente de la taquilla improvisada para casos semejantes, un nutrido grupo de policías intentaba organizar a la media provincia de Villa Clara que había bajado hasta la capital provincial para el estreno.

No creo que haya muchos que me superen en cuanto al medio centenar de veces que he visto este largometraje. Hubo tiempos en los que cada vez que se proyectaba en el cine de Encrucijada iba yo las cuatro noches consecutivas de proyección.

Fui y aún soy un fan del coronel mambí. No en balde conservo en mi computadora todos los animados suyos de antes de 1990, además de la serie, olvidada a la cañona, Más se perdió en la guerra, o ... en Cuba; según el público destinatario fuera insular o ibérico.

No obstante, imitando a Descartes, hace mucho que me he impuesto ponerlo todo en duda para, en la medida de lo posible, hacer que mis verdades de uso sean realmente mías y no prejuicios o imposiciones. También he sometido la obra cumbre de Juan Padrón al escrutinio de mi criterio.

Como no deseo atosigar a los lectores, solo expondré aquí una de mis observaciones. En Elpidio, el poder es siempre representado hieráticamente. En las aventuras del manigüero es evidente que los jefes mambises viven en un orbe diferente al de los demás personajes. Allí las bromas no los alcanzan, ni tan siquiera las del guionista. Absolutamente todos los demás personajes pueden ser puestos en ridículo, mas no los generales.

En Cuba, más que llamados a derribar un régimen estamos convocados a hacer una revolución cultural

Comparece ahora esta especial distinción de los jefes en Elpidio, con la actitud que hacia ellos se sigue en otro famoso dibujo animado, uno que en su país, Francia, disfruta de la misma distinción de héroe nacional: Astérix y Obélix.

Allí, el jefe galo es solo un patético miembro de la tribu más. Alguien a quien su mujer amenaza con su rodillo, de retórica más pobre que la del primer vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, y menos coherente que la de Cantinflas. Alguien que nunca consigue equilibrarse por completo sobre el escudo sobre el que lo llevan sus, más que súbditos, iguales.

¿Es esta diferente visión del jefe en ambas historietas una muestra del daño antropológico que a nuestra nación le ha dejado el prolongado castrismo? ¿No será más bien al revés, o sea, que esta visión hierática del poder existente desde mucho antes de la llegada del castrismo explica la facilidad con que logró enraizarse en Cuba esta dictadura?

El que coincidentemente los dos dictadores más exitosos de Cuba y de España se hayan cuidado esmeradamente de presentarse de esa manera, y que su éxito se explique en no poca medida en esa imagen hierática que supieron dar de sí, nos hace sospechar que esa visión es un añejo mal cultural y que los cubanos lo heredamos del tronco hispánico de nuestra cultura.

En cualquiera de los dos casos, daño antropológico o reforzamiento de una visión mayoritaria de cómo debía ser el poder (es evidente que aun si existía antes, de todos modos el castrismo ha reforzado nuestra visión hierática del poder), lo cierto es que nos enfrentamos a un hecho: en Cuba, más que llamados a derribar un régimen estamos convocados a hacer una revolución cultural.

Pero, por favor, no estoy llamando a excluir nada de nuestro pasado. Elpidio Valdés ya forma parte central de nuestra cultura, quiéranlo ustedes o no, como toda la literatura greco-latina, a pesar de su apego mayoritario a la creencia de su época en la justicia de la esclavitud, forma parte de la tradición occidental aún hoy. Lo que tenemos que hacer, todos, es más bien mirar nuestra cultura en general, y al manigüero en particular, a través del método cartesiano. Su aplicación, de modo automático ya, explica esa diferente actitud ante el poder político que distingue a los franceses de nosotros en todos los aspectos de la vida social.

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