Falta de fijador

Yoani Sánchez

10 de febrero 2013 - 00:33

El ascensor es un concentrado de olores a cualquier hora. Cuando llega el pescado al mercado racionado se impregna por días con un fuerte tufo a jurel. También se quedan en él los aromas del hombre que vende pizzas a domicilio en los pisos altos y las colonias de los bebés que sus madres llevan a pasear. A veces hay una fragancia dulzona, intensísima, que se pega a la ropa de quienes suben o bajan en la pequeña cabina de metal. Todos saben que tan intenso efluvio proviene de una vecina muy coqueta que parece “bañarse” en colonias y cremas cada vez que sale a la calle. Así que la broma del día es referirse al “tremendo fijador que tienen sus perfumes…” . Frase que se usa también fuera del contexto de los cosméticos y los bálsamos, para señalar cuando el efecto de algo es duradero y continuado.

Pues bien, toda nuestra realidad está falta de fijador. Inauguran un servicio hoy y cuatro semanas después ya empieza a a perder calidad y a restringirse. Anuncian a bombo y platillo la ampliación de salidas de trenes o la mejora en la frecuencia de los ómnibus, pero al pasar pocos meses todo vuelve al punto anterior. Abren sus puertas nuevas instituciones culturales o recreativas y en apenas medio año se despeñan por la pendiente de la falta de oferta y del deterioro. Mantener el estándar resulta un imposible, incluso para muchos trabajadores por cuenta propia que parecen haber heredado del sector estatal esa propensión al declive. La sabiduría popular aconseja usar o visitar ciertos lugares en sus primeras 72 horas de estrenados, pues después… después ya nada será igual.

La falta de fijador se extiende desde las restauraciones arquitectónicas, que en breve tendrán la pintura dañada por la humedad y goteras en el techo, hasta procedimientos burocráticos que sólo el primer día de instaurados funcionan con eficiencia. Lo efímero marca la pauta, la fugacidad es el sino de la calidad en Cuba. Prueba de ello son los servicios que brindan nuestras sucursales de correos y bancos. Cada cierto tiempo, se informa de una transformación administrativa para lograr que sean eficientes, pero la mejoría dura muy poco. El tiempo que tardamos en enterarnos del avance basta para que éste se evapore. Como una obra de arte efímera –o un perfume barato- los logros muchas veces se desvanecen y ni siquiera nos dan tiempo para percatarnos de que existieron.

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