Negocio con nicotina

Yoani Sánchez

17 de enero 2011 - 17:26

Las manos se mueven seguras, veloces, apenas tienen 30 segundos para colocar en la parte inferior de la mesa los tabacos que irán hacia el mercado negro. Dos cámaras panean el salón donde las olorosas hojas se enrollan y terminan en cajas con el nombre de Cohiba, Partagás, H. Upmann. Cada ojo de vidrio gira 180 grados, dejando –por muy breve tiempo– una zona ciega, una estrecha franja de torcedores sin vigilancia. Buen momento para poner fuera de las vista de los supervisores aquel lancero o ese robusto, que después será vendido al margen del mercado oficial. Otro empleado se encarga de pagar a los custodios para lograr sacarlo del recinto y en veinticuatro horas su fuerte aroma ya estará en las calles.

Cuando mis estudiantes de español me preguntan sobre la calidad de los tabacos que se venden “por fuera”, bromeo diciéndoles que en el interior de dichas cajas bien podrían encontrarse el periódico Granma enrollado. Sin embargo, también sé que una buena parte de esa oferta clandestina es sacada de los mismos lugares institucionales donde se confeccionan los que se exhiben en las tiendas legales. Tres de cada cinco habaneros, en caso de ser interpelados, se vanagloriarán de conocer a un verdadero torcedor que consigue puros auténticos y frescos. El negocio de la nicotina involucra a miles de personas en esta ciudad y genera una red de corrupción y ganancias de incalculable tamaño. Su reto es que el producto final se parezca al que comercia el Estado, pero cueste tres o cuatro veces menos.

Entre las proposiciones más comunes que reciben aquí los turistas se escuchan aquellas de “¡Mister, cigars!”, “¡Lady, habanos!”que les lanzan en cada esquina. Al menos, no resulta tan chocante como cuando el proxeneta les susurra un catálogo que incluye “Chicas, Chicos, Chicas con Chicos”. Así la secuencia que comienza en la fábrica, en esos 30 segundos en que el lente de la cámara mira hacia otro lado, termina en un extranjero pagando por veinticinco tabacos lo que de otra manera sólo le alcanzaría para comprarse un par. Todos salen felices: el torcedor, el custodio, el vendedor ilegal y … ¿el estado? bueno… ¿a quién le importa?

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