Reflexiones...

Yoani Sánchez

16 de junio 2007 - 04:05

En estos tiempos cuando está de moda reflexionar sobre los problemas de los otros, y obviar lo inmediato y lo cercano, me propuse tocar otros temas fuera del estrecho marco de mi casa y mi ciudad. Pensé entonces en los aborígenes australianos discriminados en su propio país, en las dificultades para reconstruir Nueva Orleáns y en las demandas de los sin tierra en Brasil. Al final me di cuenta que no puedo escribir sobre ninguno, la razón es simple: me duele una muela.

Ya sé que parece que no tiene relación una cosa con la otra, pero sí. Mientras el latido del dolor me sube por la mejilla y me llega hasta el oído, no puedo concentrarme y reflexionar en otra cosa que no sean mis propios problemas. La tierra de los canguros se me desdibuja, el Superdome pasa a un segundo plano y las consignas agrarias se me apagan en la lejanía. La muela sigue llamándome a esta realidad.

Las sístoles del dolor se hacen más pronunciadas cuando recuerdo los últimos días perdidos en la consulta estomatológica. Una vez por falta de agua, la otra por el compresor roto y una tercera porque no tenían el papel para envolver el instrumental en el esterilizador; al final el grito de la recepcionista terminó con mis esperanzas: “No vamos a dar más turnos hasta el próximo mes”. Todo eso ocurre en el policlínico “19 de Abril” de Plaza, que es mostrado como ejemplo a las delegaciones extranjeras que vienen de visita a Cuba. Quien sabe si algunas viajan desde las remotas tierras australianas, las bajas planicies sureñas y el caliente campo brasileño. Así que he pensado seriamente sentarme con mi dolor en la puerta a esperar a uno de esos visitantes. Quizás pueda visitar ese “otro policlínico” que a ellos les muestran, ubicado exactamente en el mismo lugar del mío, pero donde las cosas funcionan y los pacientes sonríen satisfechos.

No será acaso que todo lo que necesitan las autoridades para reparar en nuestra realidad y afanarse en mejorarla, es un simple y prolongado dolor de muelas. Uno sin calmantes, sin dentista personal presto a intervenir y colocar una amalgama importada ayer mismo, sin bombillos en la lámpara del sillón estomatológico, sin cremitas anestésicas que dejen un sabor a caramelo de menta; en fin, uno como éste que tengo yo ahora.

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