Se cambia FIAT argentino por techo cubano

Yoani Sánchez

22 de mayo 2012 - 18:55

Se lo otorgaron por sus méritos y lo pagó a un precio subvencionado en 1975, el mismo año del primer congreso del Partido Comunista. Ganó la oportunidad de comprar aquel flamante FIAT 125, construido en Argentina, porque era un doctor vanguardia y un revolucionario intachable. La primera vez que lo parqueó en su calle de provincia, los vecinos lo miraron con envidia y respeto. Detrás del volante se sentía como quien apenas comenzaba a dar el primer paso en un prometedor camino de bonanza. Pero el tiempo pasó, sobre su cuerpo y también sobre la azulada carrocería que comenzó a despintarse y a abollarse. Ahora el auto está a punto de cumplir los mismos años que tiene su hija menor, unos 37 diciembres de beneficios y tropiezos.

Por décadas desistió de hacerle alguna reparación integral, pues su sueldo de pediatra no le alcanzaba ni para cambiarle el parabrisas. A mediados de los noventa, no pudo más y le alquiló el FIAT a un vecino que trapicheaba mercancías en el mercado negro. Entre dejarlo oxidándose en el garaje o rentárselo a alguien con recursos, prefirió esto último. De esa manera, el auto entregado como premio por la fidelidad ideológica fue a parar a quien nunca hubiera sido elegido por las instituciones para recibir tal privilegio. La moneda de la lealtad política que terminaba vencida a los pies de otra más real, sonante, convertible.

Cuando se autorizó la compra y venta de autos, decidieron legalizar aquel traspaso. El solvente vecino –quien ya había invertido en nuevas llantas, un aire acondicionado y hasta asientos forrados en cuero- entregó unos 1 mil CUC (900 USD) para cerrar el trato. No quiso dar ni un centavo más, pues ya había estado pagando una renta mensual durante varios años. Finalmente, ante un notario, el FIAT engrosó la lista de los 8390 autos vendidos en el primer trimestre de 2012. Con el dinero logrado, el médico compró los materiales para restaurar el techo de su casa y librarse de las dañadas tejas de casi cien años. Trastocó así el objeto que una vez había sido su mayor orgullo por la placa de concreto que nunca pudo edificar con su salario.

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