Sin correspondencia

Yoani Sánchez

07 de junio 2008 - 07:05

Desde que me mudé –hace ya quince años- a este enorme bloque estilo socialista, no he recibido una sola carta por servicio regular. La razón no es que mis amigos se hayan olvidado de mí o que el email haya destronado las tradicionales formas de enviar una misiva; sino que los cubanos no confiamos en el correo.

Tantos trámites, solicitudes y pagos que podrían realizarse por la vía de la mensajería tradicional, están todavía en la etapa de personarnos en la oficina y hacer la cola para ser atendidos. Como una ilusión futurista parece el día que podamos recibir la factura de la luz, el agua o el gas a través del correo y ni el propio Asimov podría hacernos creer que un paquete puede llegar -sin haber sido previamente abierto- a nuestras manos.

En mitad de las sospechas sobre el vacío de mi buzón, el Granma ha sacado un artículo el miércoles 28 de mayo con el tema de la “inviolabilidad de la correspondencia” plasmada en la Constitución de la República. La periodista que redacta el texto asegura que “la Ley de Defensa Nacional estipula que ante situaciones excepcionales –guerra o estado de guerra, movilización general y estado de emergencia- algunos derechos y garantías constitucionales, entre ellos la inviolabilidad de la correspondencia, pueden ser regulados de manera diferente“.

Durante años en Cuba se fomentó la idea de que nadie podía guardarle secretos al Estado y la correspondencia personal ha sido una de las expresiones de privacidad más vulneradas. Tengo mil y un ejemplos de cartas abiertas, leídas y usadas en contra de su destinatario, sin justificarse esta acción por la gravedad de un conflicto bélico. Una amiga que se carteaba con un colega exiliado en Estados Unidos fue reprendida por sus jefes, cuando un vecino indiscreto interceptó una de las epístolas y la remitió de inmediato a los de la “seguridad” de su centro laboral.

La vuelta a la privacidad, a esa zona exclusiva donde un Gobierno no puede penetrar porque pertenece al ciudadano, demorará años. No sólo necesitamos que la carta expedida llegue a tiempo y sin deterioros, sino tener la confirmación de que, lo en ella escrito, es patrimonio exclusivo del remitente y su receptor. Algún día la correspondencia será como palabras dichas al oído y las oficinas de correos harán que esos susurros no puedan ser “escuchados” por otras personas.

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