Aguacates verdes, jengibre y un retrato de Fidel Castro, es lo que queda en un mercado de La Habana

"Miren para eso", dice, "el cadáver del 26 de julio todavía está caliente, y hoy no tenemos ni una calabaza para un triste caldo"

Un puesto de venta del mercado de 17 y K en El Vedado, La Habana. (14ymedio)
Un puesto de venta del mercado de 17 y K en El Vedado, La Habana. (14ymedio)
Juan Diego Rodríguez

28 de julio 2022 - 00:29

La Habana/El panorama de esta mañana en el habanero mercado de 17 y K, en el Vedado, podía atribuirse al paso de un ciclón. Las tarimas vacías y esqueléticas, esperando productos que nunca llegaron; las cajas plásticas en el suelo y boca abajo; la tierra colorada, la basura que nadie barre y los vendedores ausentes.

En una de las casetas de venta colgaba un solitario retrato de Fidel Castro, ceñudo, de verdeolivo y manchado por los residuos de fango. Cuando el mercado está lleno, el perfil de Castro suele funcionar como amuleto para espantar a los inspectores, reconocer los comerciantes que lo instalaron en su lugar.

El truco es viejo y quizás soviético: el escritor y político checo Václav Havel habla de un verdulero eslavo que escribía consignas en su tienda para que ni sus compañeros ni la "gente" del Partido lo miraran mal, y así vender lo suyo tranquilamente.

Un guajiro cubano, que tiene que comercializar sus productos con las reglas del Estado cubano, repite ese ritual de camuflaje contra el poder. Aunque Castro le sea insoportable, ha aprendido a usarlo como santo patrón de los ladrones y bandoleros.

Sin embargo, hoy no sirve de mucho: como es feriado, ni siquiera los inspectores andan merodeando por las callejuelas del mercado. Solo el comprador paciente, dispuesto a no dejarse vencer por el desabastecimiento decretado que trae consigo la heroica fecha, alcanza a vislumbrar en la distancia un puesto de aguacates.

Por 15 pesos se puede comprar una libra de aguacates verdes. La misma cantidad cuesta el jengibre, esa raíz asiática a la que el cubano está tan poco acostumbrado, y que podría servirle de infusión sedante ante los precios que está por descubrir, si continúa en busca de alimentos.

"¡Solavaya!", comentó un cliente en un merendero cercano al mercado. "Aguacates y jengibre: esa es una combinación letal". "Y dañina para el bolsillo", le contestó con guasa una empleada.

El comprador de 17 y K que, derrotado, decida acudir al merendero para calentar su estómago, tiene que pagar 70 pesos por una pizza simple. Si no quiere atragantarse con la masa, debe ordenar también un refresco instantáneo, que no tardará en pedirle cuentas a sus acalorados riñones.

Una vez satisfecho, por decirlo de algún modo, el comprador se replantea su estrategia para conseguir comida este 27 de julio.

Mientras reflexiona en las causas y efectos del hambre nacional, ve pasar al mugriento camión que distribuye los cartones de huevo del racionamiento en su vecindario. Como alma que lleva el demonio corre hasta su bodega, solo para constatar que la mole de acero sobre ruedas está detenida frente al portón del local.

Gracias, una vez más, a la gloriosa efeméride, los empleados tienen el día libre y el camionero, que llega una hora tarde, no podrá descargar los huevos. Cunde el pánico y buscan a alguien que tenga la llave, mientras el chofer amenaza a la multitud: "¡Arriba, que me voy!

Aparece la llave, pero una voz confirma al comprador lo que ya sabe: "Ni te embulles", le dicen, "que nadie venderá un solo huevo hasta mañana".

Tiene que lanzar dos improperios mentales al retrato colgado en la remota tarima de 17 y K. Una señora mayor, cabizbaja, pasa a su lado masticando las palabras, a falta de otra cosa que masticar.

"Miren para eso", dice, "el cadáver del 26 de julio todavía está caliente, y hoy no tenemos ni una calabaza para un triste caldo. ¿Qué cosa celebraron tanto ayer?"

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