Cocheros asaltados, saqueos de casas y robos de ganado, la inseguridad crece en Villa Clara

Gerónimo dio botella a tres hombres en la carretera de Jinaguayabo y Remedios: "El que iba detrás de mí me enlazó el cuello con una tira". Le quitaron todo lo que llevaba

En un enclave tan aislado, los cocheros mantienen la comunicación indispensable con las localidades vecinas. (14ymedio)
En un enclave tan aislado, los cocheros mantienen la comunicación indispensable con las localidades vecinas. (14ymedio)
Yankiel Gutiérrez Faife

09 de abril 2023 - 13:43

Camajuaní/Jinaguayabo está cerca del mar. Al norte, la lujosa cayería de Villa Clara; al sur, Remedios, después de una carretera achacosa por la cual circulan, a paso lento y bajo el sol, los carretones de caballo. Es un pueblo pobre, de campo, que no rebasa los 700 habitantes y del que todo el mundo se acaba yendo. En un enclave tan aislado, los cocheros mantienen la comunicación indispensable con las localidades vecinas, pero sus rutas, habitualmente tranquilas, ahora están infestadas de asaltantes.

Gerónimo, dueño de una carreta de pasajeros, sale a trabajar a las siete de la mañana. "A esa hora es fácil", explica a 14ymedio. "Es cuando la gente de Jinaguayabo viaja a Remedios, a estudiar o a los centros laborales. Luego me toca otra sesión, de tres a siete de la noche: es el momento en que regresan al pueblo".

Hace varias semanas, cuenta, se encontró con tres personas esperando a orillas de la carretera y le pidieron botella hasta Remedios. Subieron al carretón, dos en los asientos traseros y uno a su lado. "Cuando iban llegando al puente, el que iba detrás de mí me enlazó el cuello con una tira y me obligó a parquear en la cuneta", narra Gerónimo, que inmediatamente obedeció a su atacante.

Los demás se encargaron de registrar sus bolsillos: se llevaron el teléfono, unos audífonos bluetooth, su reloj y la recaudación del día, 2.500 pesos. "Por lo menos me dejaron el caballo y la carreta", dice con cierto alivio. "Ahora hay que ver si puedo volver a comprar lo que perdí, porque la Policía no va a dar con los ladrones".

Los demás se encargaron de registrar sus bolsillos: se llevaron el teléfono, unos audífonos bluetooth, su reloj y la recaudación del día, 2.500 pesos

A pesar del aislamiento y la pobreza, Jinaguayabo siempre ha estado a la vera de los acontecimientos más tensos de Cuba. Ubicado muy cerca del primer asentamiento de los conquistadores en Villa Clara, asediado por corsarios y piratas, y siglos más tarde por insurgentes, el pueblo no ha sido ajeno a la violencia. Sin embargo, lamentan sus habitantes, el ambiente está electrizado y la crispación se siente al atravesar, al caer la tarde, cualquier camino.

"Ya no se puede ir en bicicleta a Remedios, como antes", se queja Daivel, un joven de 19 años a quien sus padres le han prohibido andar de noche por los cinco kilómetros que separan a Jinaguayabo de la llamada "octava villa" de la Isla. "Yo pedaleaba hasta allá los fines de semana, pero ahora no me dejan ir por miedo a que me pase algo por el camino. Si voy a Remedios tengo que quedarme a dormir con unos amigos y regresar por la mañana", relata.

La situación se repite en otras localidades rurales, como Taguayabón –al oeste, entre Remedios y Camajuaní– en cuyos carnavales de noviembre se ceban los ladrones. A las dos de la madrugada, cuando todo el mundo está borracho y con los sentidos embotados en la oscuridad, es fácil para los bandoleros llevarse una cartera o un reloj, o acorralar a un pueblerino despistado.

También se las arreglan para forzar las entradas de las casas, más desprotegidas porque, como señala María, "en el campo todo el mundo se conoce". Ella y su esposo regresaron de los festejos por la madrugada y descubrieron una ventana de su hogar destrozada. En el interior, dice, "todo era un desastre. Me habían llevado un celular y dinero en efectivo, que tenía escondido en el clóset".

La delincuencia está tan extendida, que ya no se puede confiar ni siquiera en los obreros que uno contrata para que trabajen. Daniela, un ama de casa de Remedios, buscó a un albañil conocido de la familia, de 26 años, para cambiar las losas y el fregadero en la meseta de la cocina. "Vino un solo día a trabajar y no lo terminó. Me dijo que tenía fiebre y catarro", expone. Esa misma noche le robaron una potente luz led que tenía en el patio. "Mi marido, que sabía que el muchacho andaba en malas compañías, fue hasta la casa del albañil. Él mismo se había robado la lámpara, aprovechando que conocía la casa, y la exhibía con mucho descaro en su patio", lamenta la mujer.

En las zonas marginales de las ciudades o en los pueblos rurales la situación es inaceptable, pero todavía es más grave en las viviendas de los campesinos

En las zonas marginales de las ciudades o en los pueblos rurales la situación es inaceptable, pero todavía es más grave en las viviendas de los campesinos. Francisco, un guajiro cuya finca está en las inmediaciones de Rosalía, cerca de Taguayabón, tenía dos bueyes con los que trabajaba en su parcela.

Después de trabajar y darse un baño, Francisco acostumbraba a almorzar y dormir una siesta, mientras los animales pastaban cerca de la casa. "En resumen", dice, "cuando yo estaba durmiendo muy tranquilo, los bandoleros llevaban ya muchos días 'cuidándome' el sueño. Me tenían estudiado". Al caer la noche, vio que los bueyes habían desaparecido.

Un programa televisivo que financia como propaganda el Ministerio del Interior, Tras la huella, muestra a un escuadrón de policías que resuelve rápidamente casos criminales. "Pero la vida real no es así", asegura Francisco, para quien no hay que esperar a las autoridades para tomar cartas en el asunto.

Unos vecinos lo ayudaron a organizar una partida de búsqueda, dieron con una alambrada rota y un surco. Más allá, cerca del poblado de Palenque, descubrieron un matorral donde estaban los ladrones borrachos, mientras descuartizaban a los animales. El segundo buey, amarrado a la cerca, trataba en vano de liberarse.

"Cogimos a tres ladrones y se los llevó la Policía", relata Francisco. "Pero ya liberaron a uno de ellos. Lo normal es que salgan por falta de interés en las investigaciones, o porque los agentes ni siquiera se molesten en venir".

Nadie está a salvo. Ni siquiera en el centro de ciudades grandes como Santa Clara. A Ernesto, dueño de un taller de reparación de motos no lejos de las oficinas de Etecsa –a solo una cuadra del parque Vidal–, le robaron uno de los vehículos que tenía en el depósito a las nueve de la noche, mientras su familia veía la novela.

El ladrón rompió el techo de fibrocemento del taller y se llevó una moto con apenas dos años y medio de uso, que necesitaba pintura y una nueva batería. Sin embargo, no se dio cuenta de que Ernesto había instalado cámaras y no llevaba el rostro cubierto. "No fue difícil identificarlo", asegura. "Una semana después, la Policía dio con el ladrón y recuperó la moto. No obstante, sé que tuve suerte".

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