Descalzos y sucios, los niños mendigos de Centro Habana no existen oficialmente

Los índices de mendicidad se disparan en la capital de la Isla

A la esquina donde operan los precoces mendigos llega una señora achacosa que los regaña por estar pidiendo. (14ymedio)
A la esquina donde operan los precoces mendigos llega una señora achacosa que los regaña por estar pidiendo. (14ymedio)
Juan Izquierdo/Juan Diego Rodríguez

09 de noviembre 2022 - 18:52

La Habana/Andrajosos, con la mirada apagada y la voz un poco ronca, dos niños piden dinero en Centro Habana. El mayor tendrá catorce o quince años, el más pequeño no rebasa los ocho. Uno está descalzo, con el pelo alborotado y la piel manchada por la mugre. El otro lleva un par de chancletas muy gastadas.

Tocan una campanita y alargan una cesta de mimbre, aprovechando el trasiego de Belascoaín y Carlos III. A la esquina donde operan los precoces mendigos llega una señora achacosa, no muy presentable, que sin embargo los regaña por estar pidiendo. "¿Dónde dejaron a su familia?", les dice, sin que los niños sean capaces de responder.

Los índices de mendicidad en la Isla se han disparado trágicamente, y si antes solo se veía pedir en las calles a hombres mayores, generalmente alcohólicos, ahora también lo hacen mujeres, discapacitados, enfermos psiquiátricos, adolescentes y niños.

"Son los típicos borrachines, que llevan siempre su frasco de plástico para guardar la 'chispa', el alcohol de cualquier categoría que consumen. La mayoría son hombres adultos"

El eufemismo deambulantes con que el Gobierno ha calificado a los mendigos ha demostrado ser una simplificación burda. Aunque muchos de ellos, en efecto, viven en las calles y duermen en los portales o arrinconados en un edificio ruinoso, otros piden "por oficio". Se colocan en avenidas céntricas e interpelan no sólo a turistas, sino también a cubanos.

En muchos casos se trata de pordioseros "estacionarios": escogen un barrio o una esquina específica, y aprenden a tomar el pulso de su espacio, las mejores horas, los rostros de los transeúntes, las palabras precisas para lograr una moneda o un pan.

"La mayoría de los adultos están muy deteriorados por el alcohol y la edad", asegura a 14ymedio Julia, una vecina de Centro Habana. "Son los típicos borrachines, que llevan siempre su frasco de plástico para guardar la chispa, el alcohol de cualquier categoría que consumen. La mayoría son hombres adultos".

La razón de que la mendicidad haya proliferado tanto, opina Julia, se debe tanto a la crisis rotunda que atraviesa la Isla como al cierre de varios asilos de ancianos de La Habana. "Son cosas que tienen mucho que ver: el colapso de la economía, la eclosión de la miseria y la responsabilidad parental forzosa en el nuevo Código de las Familias. Todo está diseñado para que el Estado pueda lavarse las manos", afirma.

"En los bajos de mi edificio", cuenta la mujer, "se 'alternan' varios mendigos. Hubo uno anciano y muy enfermo, con una sonda desde su colector de orina, siempre manchado por un líquido sanguinolento. Dormía entre cartones y allí mismo orinaba y defecaba, justo frente a la puerta de entrada".

Como otros vecinos, Julia evita salir del edificio cuando los mendigos están "de guardia". Un reciente episodio de violencia confirma esta previsión. "Hace poco, una vecina bajó a las diez de la noche a botar la basura y uno de ellos aprovechó, empujó la puerta y trató de entrar al edificio. No sé qué pretendía, si acostarse dentro, orinar o instalarse en la azotea".

"La vecina trató de cerrarle el paso y el hombre se puso agresivo. Desde entonces jamás botamos la basura por la noche", explica Julia.

Frente a la retórica gubernamental, que cierra los ojos a la pobreza extrema en la Isla, la mujer asegura que siempre ha habido mendigos, pero ahora son cada vez más agresivos y es habitual que se conviertan en "inquilinos fijos" de portales y edificios. Aunque no dejan de frecuentar los "bulevares para mendigos" de La Habana: las calles Infanta, Carlos III, Belascoaín y otras avenidas céntricas.

"El cubano no tiene una cultura de dar dinero a los mendigos", añade Julia. A los niños siempre se les advierte de que los pordioseros quieren que otro "pague sus vicios", y utilizan ese capital para comprar ron o cigarros. Por eso es infrecuente que los transeúntes que caminan por los largos portales habaneros coloquen un billete en los depósitos que extienden los indigentes.

Una de las variantes que adopta la miseria en La Habana es la de los "mendigos vendedores", sentados, también, en los bajos de los edificios. "Lo más notorio de su 'mercancía'", afirma Julia, "es que se trata de cosas viejas, usadas, a veces sucias, en una variedad que va desde ollas, cazuelas y otros enseres de cocina, hasta equipos, enchufes y, por supuesto, zapatos rotos y libros viejos".

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