Día de los enamorados, veinticuatro horas de ilusión

Publicidad para el Día de los Enamorados en La Habana. (14ymedio)
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Rosa López

15 de febrero 2015 - 00:17

La Habana/Con las manos entrelazadas y mirando a través de las vidrieras, Carla y Yuri paseaban esta mañana por los pasillos de la Plaza de Carlos III, el palacio del consumo en La Habana. Llegaron para disfrutar un buen rato y comprarse un regalo por el Día de San Valentín. “Hemos preferido hacerlo así, para que cada cual elija lo que le gusta”, asegura la muchacha, que llevaba guardando dinero para la ocasión desde octubre pasado. Como muchos otros cubanos, viven estas veinticuatro horas dentro de una ilusión que les queda muy por encima de sus verdaderas posibilidades económicas.

Durante el Día de los Enamorados se acrecientan los contrastes sociales. El rojo de los corazones pintados por doquier es más intenso y vivo en esa Cuba que late al ritmo de los pesos convertibles. Las tiendas en divisas venden incluso las mercancías que el resto del año “apenas si tienen salida”, confiesa una dependienta de la tienda Ultra, en la céntrica calle Reina. Las ofertas de combos son promocionadas en varios departamentos con la intención de que junto a productos de mejor calidad la gente tenga que llevarse otros realmente impresentables.

Carla ha visto unos zapatos marca Converse de colores chillones con los que lleva soñando un año, pero el costo excede lo que guarda en su diminuto monedero. Estudiantes de preuniversitario los dos, no tienen ninguna otra entrada de dinero que la mesada que le dan sus padres. “Mi mamá está en misión médica en Venezuela y trata de mandarme algo de ropa y un dinerito cada cierto tiempo”, cuenta la adolescente. La familia de Yuri abrió un negocio de venta de plantas ornamentales, pero tampoco les da para mucho todavía.

Las diferencias sociales que hace unas décadas se escondían o apenas se notaban, ahora se exhiben por doquier. Entre los jóvenes la presión por mostrar cierta holgura material se vuelve cada día más fuerte y provoca más tensión en el seno familiar. Manuel es uno de los que lo tiene más fácil, pues trabaja haciendo sopa musical para turistas que quieren escuchar música tradicional. Tres noches a la semana, en un centro nocturno de Miramar, repite aquello de “quizás, quizás, quizás…” o engola la voz para cantar “en el tronco de un árbol una niña…”. Entre las propinas y los clientes que le compran algún disco, puede salir de allí con unos veinte pesos convertibles cada vez.

Entre los jóvenes la presión por mostrar cierta holgura material se vuelve cada día más fuerte y provoca más tensión en el seno familiar

Sin embargo, la novia de Manuel “pidió a la carta” y le dijo semanas antes que quería un tablet con el sistema operativo Android. Entre los jóvenes la tendencia a desear dispositivos digitales ha ido en aumento en el último lustro. “Tuve que vender algunas cosas pero le compré su Nexus 7”, se ufana el músico. Y no solo esto: “esta noche la llevo al Salón de los Embajadores en el Habana Libre y bailaremos con El Chacal y Yacarta”, dos reggaetoneros muy populares pero cuyos conciertos se cotizan a precios inalcanzables para la gran mayoría.

A Laura le ha tocado la guardia de estomatología en un policlínico de Habana del Este. “Me la pasaré trabajando y espero que algún paciente me regale algo”, dice ilusionada la recién graduada. Con su novio celebrará mañana, en plan discreto, porque están ahorrando para la visa. “Mi papá vive en la Florida y me reclamó hace años, así que el momento de salir de aquí se acerca”, confía mientras se quita el único par de guantes desechables que le han dejado para toda la noche y la madrugada.

En la Feria del Libro, abierta al público la víspera, otras parejas han ido en busca de una opción para este Día de San Valentín. La mayoría terminará la noche en otro lugar, “menos intelectual y más divertido”, afirma Katia, una treintañera que ha viajado desde Santa Clara para disfrutar de la fiesta de la lectura. Los tiempos en que una flor o un buen libro podían ser magníficos presentes para el ser amado parecen estar extinguiéndose o han quedado reducidos a unos pocos románticos.

También aquella etapa de la miliciana dispuesta a pasar una movilización militar justo el día de los enamorados o del obrero que le regalaba a la esposa el diploma de vanguardia en el trabajo, suena ahora a broma de grupo humorístico. Los jóvenes de hoy parecen más dados a agasajarse con regalos, buena música, una divertida fiesta o al menos una noche de privacidad en algún lugar alquilado para la ocasión. “Si es el día del amor, quiero pasarlo no solo con las personas que amo sino también con las cosas que amo”, aseguraba Carla, justo antes de entrar en un restaurante del Barrio Chino para gastar allí todos su ahorros. “Mañana, mañana ya veremos”.

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