García Lorca en Cuba, diario de una resurrección

Herido de amor en España y espantado por el crac del 29 en Nueva York, el poeta pasó en la Isla tres meses vibrantes. Escribió mucho y se reconcilió con la vida. Víctor Amela lo recrea en 'Si yo me pierdo'

Lorca con nadadores del Yacht Club de la Habana en 1930. (Archivo Fundación Federico García Lorca / Centro FGL Granada)
Lorca con nadadores del Yacht Club de la Habana en 1930. (Archivo Fundación Federico García Lorca / Centro FGL Granada)
Manuel Llorente

14 de octubre 2022 - 11:46

Madrid/La primera aventura por América de Federico García Lorca no pudo ser más beneficiosa. El joven que salió herido de amor en 1929 rumbo a Estados Unidos no se parecía en nada el que regresó a Cádiz el 30 de junio de 1930 a bordo del vapor Manuel Arnús. Allí empezó a escribir Poeta en Nueva York, libro que entregó a José Bergamín poco antes de que lo fusilaran en 1936 y que éste publicó en 1940. Federico llegó con él y en él más lejos que con ningún otro poemario.

En Nueva York asistió al derrumbe de la Bolsa y estuvo protegido por amigos, pero fue en Cuba donde volvió a sonreír. En la Isla vivió 98 intensos y alocados días que desentraña el periodista y escritor Víctor Amela en la novela Si yo me pierdo (Destino), título que hace referencia al fragmento de una carta de 1930 en la que escribió: "Esta Isla es un paraíso. Cuba. Si yo me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba".

¿Por qué escribir sobre aquellos tres meses? "Porque Federico García Lorca confesó al zarpar de Cuba haber vivido allí 'los mejores días' de su vida. Fue de marzo a junio de 1930. Lorca era vitalista, alegre y gozador de los sentidos, y una Cuba suntuosa le brindó todos los placeres sensoriales: la música de soneros negros, el ron, los helados y cócteles habaneros, la exuberancia del paisaje y la belleza de hombres y mujeres de todas las tonalidades de piel. Por detrás de la tragedia y pena de su asesinato, deseé conocer mejor a ese Lorca rumbero y tropical. Y luego contarlo", comenta Víctor Amela a La Lectura.

En principio Lorca viajó a Cuba para impartir tres conferencias en una semana, pero pronunció nueve en esos 98 días en los que también asistió a ceremonias de santería, se divirtió por el día y por la noche y también escribió y dibujó. "Fue espectador del canallesco Teatro Alhambra, que le animó a escribir allí El Público, drama homosexual en el que hace las paces con su ser íntimo". Y La leyenda del tiempo, que popularizó Camarón de la Isla. "Lorca se perdió en Cuba y se reencontró, arrumbó prejuicios caducos. Lorca rindió tributo a los dones de Cuba en su musical poema Son, escrito durante un iniciático viaje en tren atravesando la Isla y la noche, de La Habana a Santiago ('iré a Santiago')". En Cuba también terminó un poema trascendental en la obra de Federico, Oda a Walt Whitman, recuerda el profesor y doctor en Historia del Arte José Luis Plaza Chillón, autor del reciente estudio El Apocalipsis según Federico García Lorca. Los dibujos de Nueva York (Comares).

Nada que ver con el que llegó a Nueva York en junio de 1929, un hombre abandonado por su amante, el escultor Emilio Aladrén, que prefirió a una mujer, y "desairado por su íntimo amigo Salvador Dalí, por irse con Buñuel a París y por haberle afeado su Romancero gitano. Lorca se hundió en una depresión. Para alejarle de sus penas y temiendo su familia un suicidio, le embarcó en un transatlántico rumbo a Nueva York, tutelado por Fernando de los Ríos", asegura Amela.

Pero lo que encuentra en el símbolo del progreso no es agradable. "Nueva York recibe al triste Lorca con los suicidios del crac de 1929, que presencia espantado. Le asquea la crudeza de la modernidad capitalista y la frialdad anglosajona y protestante, y sólo empatizará con el padecimiento de los negros de Harlem, los niños y los pobres".

Es muy importante aquel viaje en el giro radical de su poesía. Lo analiza Ian Gibson, uno de los máximos especialistas en el poeta granadino: "Antes de ir a Nueva York, ya va entrando en la órbita del surrealismo, presionado desde París por Dalí y Buñuel. El guion de cine que hace en Nueva York como respuesta a Un perro andaluz, titulado Viaje a la luna, es plenamente surrealista. Y los poemas, a veces diatribas contra la crueldad del mundo contemporáneo, son de una fuerza inmensa. En ellos, con alguna excepción, apenas aparece España. En cuanto al teatro, parece que en Nueva York empezó El Público, su obra de teatro más surrealista, que terminaría en Cuba".

"Recupera su amada lengua, la luz del sol y los colores, sus vírgenes católicas (sincretizadas con santos yorubas), la sensualidad y la belleza... En esa Cuba rutilante se siente Federico más en su casa y en su raíz que nunca"

Tras 10 meses en Nueva York, de vuelta a España, se detiene en Cuba, "donde recupera su amada lengua, la luz del sol y los colores, sus vírgenes católicas (sincretizadas con santos yorubas), la sensualidad y la belleza... En esa Cuba rutilante se siente Federico más en su casa y en su raíz que nunca", apunta Amela.

Cuba, donde cumplió 32 años, le entró por todos los poros, le engatusó. No sólo el clima y ese vivir en la calle. Con su facilidad para hacer amigos halló a personajes como los de la familia Loynaz, que vivían de las rentas de una madre millonaria en la finca Casa Encantada, donde preferían el carburo a la luz eléctrica. Enrique Loynaz solía dormir en un féretro, Dulce María (que lograría el Premio Cervantes en 1992) además de abogada coleccionaba tazas y cucharillas de té, Carlos Manuel ató a uno de los perros de la familia al piano para que escuchase su recital... Y Flor, homosexual y poeta, la preferida de Federico. La llamaba "mi virgen cubana".

A los dos les encantaba la imaginería religiosa y los dos viajaban a toda velocidad en un Fiat 1930 descapotable que conducía la muchacha, Federico vestido con un traje blanco de dril cien. Tal fue la relación que el poeta accedió a algunas sugerencias de Flor en Yerma y acabó regalándole el manuscrito original de la obra. Dulce María y Flor, con Fidel Castro en el poder, pasaron a cobrar una pensión estatal. Flor acabó sola, con una escopeta (por miedo a morir despedazada a hachazos como sus abuelos maternos) y 40 perros.

"En Cuba, Lorca tuvo muchos amoríos, mucha libertad para ser quien era. Allí se liberó del todo, según parece. El éxito de sus conferencias fue fulminante, todo el mundo quería salir en la foto con él. Hay miles de anécdotas, muchas las oí yo mismo sur place cuando en 1986 estuve allí preparando el segundo tomo de mi biografía del poeta", comenta Gibson.

Lorca incluso pasó una noche en el calabozo tras una juerga. De allí le rescató Luis Cardoza y Aragón, escritor guatemalteco que apenas llevaba unas semanas en la Embajada de su país en La Habana, según recoge Víctor Amela. Incluso se operó de unos lunares en la clínica Fortún y Souza de La Habana.

En Cuba conoció a un joven estudiante de Derecho y poeta que también estrujó la lengua hasta el límite, José Lezama Lima. Años después, el autor de ese inmenso jeroglífico que es Paradiso le recordó así tras asistir a la última conferencia de Lorca en La Habana: "Su voz cobraba una entonación grave como la de una campana golpeada con un badajo fino que detuviese de pronto la excesiva prolongación de los ecos". Luis Cardoza fue más directo: "Su risa era una muchacha desnuda".

El 8 de marzo de 1930, al día siguiente de llegar al puerto de la capital caribeña a bordo del vapor Cuba, el poeta escribió a su familia: "La llegada a La Habana ha sido un acontecimiento, ya que esta gente es exagerada como pocas. Pero La Habana es una maravilla, tanto la vieja como la moderna. Es una mezcla de Málaga y Cádiz, pero mucho más animada y relajada por el trópico".

Semanas después da cuenta de una cacería de cocodrilos. "Vi cocodrilos de cuatro y seis metros de largo en cantidades fabulosas", pero no contó que había asistido a una manifestación contra la instalación de teléfonos, pues la Cuban Telephone Company había puesto "traganíqueles", tragaperras, en los aparatos de las tiendas, con lo que los comerciantes no ganaban nada.

La estancia en Nueva York y Cuba fue en realidad una huida que José Luis Plaza Chillón relaciona con otros exilios: los de André Gide a Túnez, de Jean Genet a Marruecos, de Pierre Loti a Turquía, de E. M. Forster a la India o de Henry de Montherlant a España. "La literatura del siglo XX escrita por homosexuales presenta a menudo el tema del destierro, sobre todo en lo que supone de íntimo extrañamiento. Lorca se convierte, como otros grandes artistas desterrados en la modernidad (Gauguin, Rimbaud o Kafka) en un creador prototípico para entender parte de la búsqueda del siglo XX".

Son de Negros en Cuba

Cuando llegue la luna llena iré a Santiago de Cuba,

iré a Santiago,

en un coche de agua negra.

Iré a Santiago.

Cantarán los techos de palmera.

Iré a Santiago.

Cuando la palma quiere ser cigüeña,

iré a Santiago.

Y cuando quiere ser medusa el plátano,

iré a Santiago.

Iré a Santiago

con la rubia cabeza de Fonseca.

Iré a Santiago.

Y con el rosa de Romeo y Julieta

iré a Santiago.

¡Oh Cuba! ¡Oh ritmo de semillas secas!

Iré a Santiago.

¡Oh cintura caliente y gota de madera!

Iré a Santiago.

¡Arpa de troncos vivos, caimán, flor de tabaco!

Iré a Santiago.

Siempre he dicho que yo iría a Santiago

en un coche de agua negra.

Iré a Santiago.

Brisa y alcohol en las ruedas,

iré a Santiago.

Mi coral en la tiniebla,

iré a Santiago.

El mar ahogado en la arena,

iré a Santiago.

Calor blanco, fruta muerta,

iré a Santiago.

¡Oh bovino frescor de cañavera!

¡Oh Cuba! ¡Oh curva de suspiro y barro!

Iré a Santiago.

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Nota de la Redacción: Este artículo fue publicado originalmente el 10 de octubre de 2022 en La Lectura, suplemento cultural del diario español El Mundo. La reproducimos con la autorización del medio.

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