Zapatos rotos en la tienda El Peñón para las familias cubanas que no reciben remesas

"Una cafetera eléctrica que no sirve y le faltan piezas cuesta 1.000 pesos, una lavadora automática sin motor y desbaratada, más de 6.000"

En la cola del comercio El Peñón estaba Manuel, un padre en busca de un calzado económico para su hija, que comienza la escuela el próximo 15 de noviembre. (14ymedio)
En la cola del comercio El Peñón estaba Manuel, un padre en busca de un calzado económico para su hija, que comienza la escuela el próximo 15 de noviembre. (14ymedio)
Natalia López Moya

04 de noviembre 2021 - 17:47

La Habana/Una fila de clientes aguardaba su turno este miércoles en las afueras de El Peñón, una comercio estatal perteneciente a la cadena de Tiendas Caribe y ubicado en la Calzada del Cerro que vende productos defectuosos. En la cola estaba Manuel, un padre en busca de un calzado económico para su hija, que comienza la escuela el próximo 15 de noviembre.

"Yo los entiendo a todos, pero aquí no pueden entrar con niños", salió a explicar de pronto una trabajadora del establecimiento. La protesta estalló entre los muchos padres que estaban en la fila, y a punto de pasar con sus pequeños, pero quedó zanjada cuando, a petición de una madre, la empleada consiguió luz verde de la gerencia para permitir el acceso de los menores.

Después de un año y medio de empeoramiento de la eterna crisis cubana, el calzado es uno de los lujos más necesarios para la población, que apenas logra encontrarlos en las tiendas en moneda libremente convertible (MLC), a la que la mayoría no tiene acceso, o los comercios privados, donde los precios son también muy elevados.

"Claro, mi amor, todos están despegados o rotos, ¿por qué crees que tienen este precio?", decía la vendedora a una madre. "¿Es que acaso 192 pesos es poco dinero?"

Manuel, de hecho, había pasado la mañana contemplando desde la vidriera la gran variedad de calzado que se vende en la Plaza de Carlos III. Pero sin familiares en el extranjero no hay manera de acceder a lugares como este, que se han convertido en auténticos espacios de apartheid para los cubanos, divididos en clases sociales en función de la moneda que poseen.

Por fin dentro de El Peñón, Manuel se dirige raudo a la zona de calzado, la más concurrida de la tienda. "Yeni, ¡no me lo vas a creer! Encontré los zapatos para la niña", exclama sudoroso con el teléfono en mano. Pero nada más colgar, mira al resto de clientes y percibe que algo va mal.

"Claro, mi amor, todos están despegados o rotos, ¿por qué crees que tienen este precio?", decía la vendedora a una madre. "¿Es que acaso 192 pesos es poco dinero?", pensó Manuel, al que el sudor se le volvió frío.

"Mami, yo no quiero ir a la escuela con zapatos rotos, mis amigos se burlarán de mí", decía el niño destinatario del desastroso calzado. La madre intentaba tranquilizarlo: "Tu papá te los lleva a arreglar y seguro quedan como nuevos", respondió al sollozante niño mientras bajaban las escaleras tras hacer la compra.

Manuel pensó que la busca y captura de las zapatillas de su hija había acabado cuando la vendedora, amablemente, puso en sus manos el número que buscaba, pero cuando abrió la caja y vio las suelas despegadas casi por completo se le cayó el alma al piso.

"No creo ser capaz de llevar esto así a casa, agradezco el trato recibido pero me parece una total falta de respeto y consideración, que a estas alturas no haya podido encontrar con qué calzar a mi hija para mandarla a la escuela en poco más de una semana", dijo con voz calmada e impotente mientras devolvía lentamente el par de zapatillas.

En el resto de la tienda, el ambiente era muy parecido. "Pero bueno, ¿es que se han vuelto locos los dirigentes de este país?", comentó Manuel a otro de los clientes que curioseaba por allí. "Una cafetera eléctrica que no sirve y le faltan piezas cuesta 1.000 pesos, una lavadora automática sin motor y desbaratada, más de 6.000; una televisión plana fundida y con la pantalla hecha trizas, 3.000 pesos. ¡Esto es el fin!", insistía. Mientras, otra persona miraba una ropa que se anunciaba de segunda mano pero más bien parecía de quinta.

Manuel salió del lugar. Le pesaban toneladas los pasos que daba para llegar a casa, donde lo esperaba su hija de 10 años, ilusionada por sus zapaticos nuevos. "Me rindo, ¡esto es imposible!", voceó a la madre de su hija antes de explicarle lo sucedido. Un vecino curioso, que escuchaba la conversación desde uno de los apartamentos del pasillo en el que viven, se asomó para contarle que él tenía pegamento para zapatos y podía ayudar a reconstruirlos.

Después de dar las gracias al vecino solidario, Manuel volvió presto a la tienda dispuesto a retirar lo dicho a la dependienta y llevarse los desvencijados zapatos "nuevos", pero la tienda ya había cerrado, más de tres horas antes de lo habitual. "Tres de la tarde y la tienda cerrada al público sin ninguna explicación. Volveré mañana. De momento, un día más en el paraíso".

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