Sin central azucarero y sin economía, así se quedó El Salvador, un pueblo del oriente cubano

Cuba

"Aquí no hay trabajo para nadie" desde el cierre, en 2004, del antiguo ingenio Soledad, en Guantánamo

Restos del central El Salvador, en Guantánamo.
Restos del central El Salvador, en Guantánamo. / 14ymedio
Dayamí Rojas

15 de diciembre 2025 - 15:18

Guantánamo/A primera vista, El Salvador, en la provincia de Guantánamo, parece un poblado detenido en una pausa larga e incómoda. Las calles, antes escenario del paso constante de camiones y trabajadores, hoy apenas sostienen el tránsito esporádico de alguna moto. El silencio se impone donde antes mandaban los pitazos del central azucarero El Salvador, conocido durante décadas como Soledad, un ingenio cuya paralización hace más de dos décadas marcó un antes y un después en la vida económica y social de este municipio oriental.

"La defunción del central El Salvador es lo más grande que ha ocurrido aquí, esto no tenía que haber sucedido. Nos dejaron sin nada, sin nada", resume un vecino a 14ymedio mientras señala, con un gesto seco, las estructuras oxidadas y la chimenea despintada. La frase se repite con ligeras variaciones en cada esquina del pueblo, como un eco que no termina de apagarse.

El ingenio Soledad no fue un central cualquiera. Fundado a finales del siglo XIX y modernizado en varias etapas durante el siglo XX, llegó a ser uno de los pilares productivos del oriente cubano. Su historia está ligada al capital estadounidense, a las grandes zafras de las primeras décadas republicanas y a una infraestructura que convirtió a El Salvador en un nodo ferroviario y comercial. Por aquí entraban trenes cargados de caña y salían toneladas de azúcar rumbo a puertos y refinerías, mientras el pueblo crecía alrededor del coloso industrial como una extensión natural de su molienda.

Durante décadas, Soledad –rebautizado como El Salvador tras 1959– garantizó empleo directo e indirecto a casi toda la comunidad

Durante décadas, Soledad –rebautizado como El Salvador tras 1959– garantizó empleo directo e indirecto a casi toda la comunidad. "Trabajaba casi todo el pueblo ahí y venía hasta gente de la ciudad de Guantánamo", recuerda un antiguo obrero. El merendero del central "tenía de todo, allí podían comprar hasta los que no eran trabajadores, pero ahora ni tomarte un refresco se puede". La industria azucarera no solo daba salarios: organizaba la vida, el transporte, el abastecimiento y hasta el ritmo cotidiano del municipio.

"La gente se ponía contenta cuando cumplíamos el plan y tocábamos el silbato y era una fiesta, todo el mundo se alegraba", recuerda un ingeniero que perdió su trabajo cuando el antiguo Soledad cerró sus puertas. "Tenía hasta un taller de fundición que ayudaba mucho a la comunidad porque ahí se hacían trabajos de todo tipo, eso no paraba".

Todo eso se quebró a inicios de este siglo, cuando Fidel Castro impulsó la Tarea Álvaro Reynoso, una campaña diseñada para reducir drásticamente el peso del azúcar en la economía nacional. La decisión coincidió con el momento de mayor flujo del subsidio petrolero venezolano hacia la Isla, un respaldo externo que permitió prescindir –al menos en el discurso oficial– de ingenios considerados "ineficientes". El Salvador fue uno de ellos. En 2004, el central dejó de moler y comenzó un proceso de desmantelamiento que, para los habitantes del poblado, fue tan rápido como irreversible.

"Ahora ya no hay ni transporte", advierte Carlos Manuel, otro residente. "Cuando el ingenio funcionaba entraba hasta el tren, pero ahora para moverse hay que pagar una moto para llegar a Guantánamo". La desconexión física es también simbólica: sin el central, El Salvador quedó fuera de los circuitos productivos y logísticos que alguna vez lo sostuvieron.

No hay proyectos alternativos que sustituyan el rol económico del ingenio, ni inversiones que devuelvan al poblado una razón para quedarse

Hoy, el antiguo ingenio es un esqueleto vacío. Las maquinarias fueron retiradas, vendidas como chatarra o redistribuidas a otros centros. No quedó casi nada que pudiera servir, "ni para levantar una cerca", dice un vecino. El techo amenaza con venirse abajo, los muros están rajados y la hierba crece entre lo que fueron naves industriales. El lugar transmite una sensación de abandono total, como si la industria azucarera hubiese sido arrancada de raíz, sin dejar posibilidad de reemplazo.

La debacle local es un reflejo de un proceso nacional más amplio. Cuba pasó de producir millones de toneladas de azúcar a cifras que hoy resultan irrelevantes en el mercado internacional. Según datos recopilados por la agencia EFE y publicados por este diario, la última zafra apenas alcanzó 147.652 toneladas, una cifra no publicada por la prensa oficial y que confirma el colapso de un sector que durante más de un siglo fue la columna vertebral de la economía cubana. A esto se suman miles de hectáreas de caña que quedaron sin cosechar, ingenios paralizados y comunidades enteras condenadas a la inercia.

En El Salvador, esa parálisis se siente en la falta de empleo, en la migración constante de los jóvenes y en la dependencia creciente de remesas o de trabajos informales. "Aquí no hay trabajo para nadie", insiste un residente. Las casas, muchas construidas cuando el central estaba en pleno auge, envejecen junto con sus habitantes. No hay proyectos alternativos que sustituyan el rol económico del ingenio, ni inversiones que devuelvan al poblado una razón para quedarse.

Caminar hoy por El Salvador es recorrer un mapa de promesas rotas. El cierre del central no solo apagó una chimenea: desarticuló una comunidad entera. A más de dos décadas de aquella decisión tomada desde arriba, el pueblo sigue esperando una explicación convincente –y, sobre todo, una alternativa– que nunca llegó. Mientras tanto, el viejo Soledad permanece allí, ruinoso y silencioso, como el recordatorio más visible de una política que apostó por desmantelar sin construir nada a cambio.

"Nos dejaron sin nada": La historia olvidada del central Soledad, en Guantánamo

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