Crece la hierba y prolifera el mosquito en las calles de Matanzas

Salud

Por la falta de personal, insumos y combustible, los Servicios Comunales no atienden las áreas alejadas del centro

“Si las matas siguen creciendo, vamos a tener un monte en medio del pueblo”.
“Si las matas siguen creciendo, vamos a tener un monte en medio del pueblo”. / 14ymedio
Julio César Contreras

16 de octubre 2025 - 11:57

Matanzas/En tiempos de fiebres altas y dolores, los matanceros no solo miran con angustia las montañas de basura que se acumulan en las esquinas. También temen la hierba que avanza, silenciosa, por los parques y las calles, cubriendo los bordes de las aceras y ocultando trampas de agua estancada donde el mosquito halla terreno fértil para multiplicarse.

A pocas cuadras de los hospitales Materno y Oncológico, los vecinos del final de la calle Glorieta tienen la extraña sensación de vivir en el campo, aunque su dirección diga barrio de Versalles. “Este asunto se le ha planteado a varias instancias del Gobierno a través de los años, sin que se haya solucionado hasta ahora”, lamenta Nancy, temerosa de que la suciedad termine por alcanzar su puerta.

El temor se ha vuelto más real con la expansión de las arbovirosis, que han encontrado en Matanzas el escenario ideal para propagarse. “Tengo a mi hijo con una fiebre altísima que no se le baja con nada. He llamado a todas partes para ver si fumigan un poco. Un funcionario de Salud Pública me dijo que enviarían una bazuca para fumigar. Eso fue antier y todavía los estoy esperando”, cuenta, mientras observa cómo el yerbazal, antes apenas un pedazo de terreno baldío, se extiende ahora a lo largo de toda la calle.

Esta semana, Andrés Lamas Acevedo, director provincial de Higiene, Epidemiología y Microbiología, aseguró que la situación epidemiológica de la provincia podría mejorar “sobre finales de octubre”, cuando el descenso de las temperaturas limite la proliferación del mosquito. Sin embargo, advirtió de que hay que esforzarse en redoblar la higiene, especialmente porque en el territorio circulan los serotipos 3 y 4 del dengue, además de otros virus.

Durante años escribió cartas al periódico provincial y habló con dirigentes del Partido. "Me di cuenta de que estaba perdiendo mi tiempo"

Nancy, sin embargo, no ha visto señales de ese esfuerzo. “Todavía no ha pasado por aquí el primer estudiante de Medicina haciendo un pesquisaje. Un camión se para de vez en cuando a recoger la basura que se amontona frente al combinado, tres cuadras más abajo, pero nadie es capaz de ayudar a los que vivimos en esta loma”, protesta. Su reclamo no es nuevo: durante años escribió cartas al periódico provincial y habló con dirigentes del Partido. “Me di cuenta de que estaba perdiendo mi tiempo. Aunque me escuchaban, nadie me hacía caso”.

Como la recogida de basura, mantener la hierba a raya es una labor que cae sobre los Servicios Comunales de la ciudad, pero la falta de personal, insumos y combustible limitan mucho el accionar de esa entidad estatal. Las plazas, áreas comunes y calles alejadas del centro padecen más el abandono y la desidia.

Los vecinos recuerdan promesas incumplidas: echar piedras, traer un buldócer, nivelar la calle. Todo quedó en actas de reuniones y en palabras que se llevó el viento. “Después de las seis de la tarde hay que cerrar todo herméticamente por la cantidad de mosquitos que salen del yerbazal. Tenemos que estar espantándolos o meternos debajo de un mosquitero, a pasar calor en medio de los apagones”, dice Nancy.

Un poco más arriba, Pablo empuja con esfuerzo su bicicleta por la acera. “Si las matas siguen creciendo, vamos a tener un monte en medio del pueblo”, suelta, esquivando bolsas de nailon y desechos que forman criaderos de insectos. “Cuando llueve, la humedad es insoportable. Si uno no se enferma por picadas de mosquitos, fácilmente se puede coger una enfermedad respiratoria. En época de lluvias me voy para la casa de mi hija en Pueblo Nuevo. Por mis problemas en los pulmones no puedo estar en ambientes húmedos. Esto es como un castigo”, cuenta el hombre, de 64 años.

A pesar de las quejas repetidas, los habitantes de la calle Glorieta saben que el asfalto no llegará pronto. “No pertenecemos al centro histórico. No hay ningún hotel cerca y ni siquiera tenemos fama de ser conflictivos como el barrio de La Marina. Estamos condenados a ser absorbidos por la suciedad o irnos de aquí, porque no somos prioridad para quienes toman las decisiones a nivel gubernamental. Esa es la dura verdad, aunque le pongan el cartelito del bloqueo”, afirma Pablo.

La hierba ha comenzado a abrir grietas en las aceras, empujando el cemento como si reclamara su terreno. Solo los peatones se atreven a transitar por la calle, cuidando no tropezar con un hueco o una piedra suelta. “Estoy pensando en vender mi casa. He tenido interesados, pero enseguida desisten cuando se ven atrapados en este lugar, del que no se puede salir en motor y mucho menos en máquina. No hay opción de hacer garajes. Prácticamente en esta cuadra no podemos vivir ni los que tenemos bicicleta”, confiesa el anciano, mientras abre con dificultad la puerta de su vivienda. Un enjambre de mosquitos sale a recibirlo.

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